Confidencias y reflexiones

De un periodista de experiencia

Queridos cibernautas: consideraba que ya era tiempo
de hacerles conocer mi trayectoria como periodista; de qué manera desarrollé un
estilo de vida profesional para lograr una formación estricta y moderada en la
comunicación escrita,  enalteciendo y
honrando los principios de expresarme con decoro y dignidad, criterio que debe
prevalecer en cualquier hombre de prensa. 
En tal sentido, entiendo que es revelador leer y valorar lo que  logren inducir  de la mélange que sigue.  

Alguien enfatizó
alguna vez que la prensa es algo así como el sistema circulatorio del cuerpo
social de un país:  posibilita el
acercamiento entre los hombres  y  ubica al ser humano frente a un mundo en
constante progreso. Lo grave es que existen quienes trabajan activamente para
promover su regresión a corto plazo (cruentas guerras sin sentido; alterando
por avidez monetaria los ciclos de vida naturales, intoxicando con desechos
tóxicos toda cuenca de agua que alguna vez fuera potable, y muchos etcéteras).
 

También se sostiene
que en su práctica no debe preponderar la brillantez en la redacción, sino
intentar que lo que se transmite cumpla con su cometido de informar con
honestidad y responsabilidad, particularmente porque en ese quehacer existe
mucho de docencia. Bueno, así deberían ser las cosas en esta profesión, pero no
todos los periodistas se adaptan a esas premisas, sea cual fuere la metodología
de comunicación de que se valgan. Las nuevas generaciones han adulterado el
arte de redactar y de expresarse verbalmente, sin importar cuanto daño puedan
inducir cuando esgrimen de manera abusiva la “libertad de prensa” para deformar
la verdad, estimular el escarnio o promover la entelequia. Hacen uso y abuso de
una libertad que no les pertenece, como se pretende, sino que es
propiedad indiscutible de otros
, como aclararé más abajo. 

Desde mis comienzos
como reportero, en noviembre de 1958, fui buscando una manera especial de
comunicarme con la gente, que no solo me distinguiera de otros colegas, sino
que – demasiado ambicioso el aspirante a cronista – tuviera cierta elegancia
literaria. Esto es, que estaba orientando y afianzando mis trabajos hacia
un  público determinado y no apuntalándolos
para que todos los lectores me interpretaran de igual manera. Si bien es
cierto que mi “estilo” aún no se ajustaba a las premisas apuntadas en el
párrafo precedente, sí fui vigorizando la sensatez, responsabilidad y
discreción que me inculcaron veteranos escribas de ”Correo de la Tarde”,
“Crítica”, “El Mundo”, “Noticias Gráficas”
y otros cotidianos. Obviamente
esto último me facilitaba  trabajar con
objetividad las notas que me asignaran.  

A decir verdad,
había adquirido una formación que se podía considerar como  buena, pero sospechaba que algo no cerraba;
que no iba por el camino correcto, a pesar de que mis notas tenían colorido,
eran equilibradas, honestas y objetivas. Y el cambio de 180 grados se produjo
en 1975, cuando don Pedro Muchnik, el creador de “Buenas Tardes,
Mucho Gusto”,
decidió editar el mensuario CURAR,La revista de
la buena salud”
. Fui contratado como Coordinador Editorial.  

La aparición del
primer número estaba prevista para los primeros días de abril del 75 y don Pedro
me solicitó que escribiera el editorial presentación. Cuando lo leyó puso cara
de “tuje”. Y sin muchas sutilezas me dijo, palabras más, palabras menos:
“Juan Isidro, esto es muy bueno, pero no nos sirve. No está pensado para
el nivel de erudición de la gente que ve nuestro programa, y que es a la que
pretendemos llegar con “CURAR”. Tu trabajo es demasiado intelectual. Está lleno
de expresiones solo digerible por Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo. Ellos
no necesitarían de un diccionario para interpretarlo. Necesito que lo
rescribas, pero para que lo entienda… digamos, Doña María. Procura  ser 
claro y conciso; sabes a lo qué me refiero”.
 

Si, yo lo sabía
muy bien. Mi mamá se llamaba María, una eximia pianista y notable
dibujante, que como buena pueblerina su instrucción solo se había desarrollado
en lo musical y en lo  pictórico,
actividades que abandonó, lamentablemente, cuando nos radicamos en Buenos
Aires. Su vida cambió radicalmente con la venta del piano vertical y “colgando”
la paleta y sus pinceles. Pero esa es otra historia… 

Así fue que, un
tanto encogido, redacté un nuevo editorial para que lo leyera mi querida vieja.
Fue un año antes de que falleciera. Doña María lo había interpretado de pe
a pa y me dio su visto bueno.  Yo feliz porque había aprobado la materia hogareña: “El
arte de escribir para mamá”.
 

Realmente me costó  modificar la prosa que  tantos 
años había  cultivado – aún persisten algunos deslices intelectualoides menores y
el uso  de algún que otro  vocablo  
poco usual -, pero el querido “ruso” Muchnik me orientó
debidamente hacia una forma de redacción entendible, tanto por los doctos  como por los que – con todo respeto – eran
de entendederas frágiles.  

Bien. Ahora
me permito al concluir con estas disquisiciones (una confidencia muy
íntima para mis lectores)  aprovechando
la “bolada” para hacer algunas reflexiones sobre  el periodismo “descarrilado”  que nos apesadumbra,  aunque a muchos colegas los fastidien y  hieran ciertas verdades.  

El Art. 14 de la Constitución Argentina
establece, entre otros ítem, que los habitantes de la Nación gozan del derecho
de “publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”. Sin embargo,
esta normativa no se estableció para 
proteger a los medios
  de
los  impedimentos que suelen generarse
desde los despachos gubernamentales, sino para que los ciudadanos tengan el
arbitrio y la necesidad de estar al corriente de la realidad sobre los sucesos
de la vida diaria.
 

En una palabra, los diarios, las revistas, la radio y
la televisión están protegidos constitucionalmente porque la sociedad
argentina adquirió el albedrío de estar debidamente informada
, ya sean  noticias buenas, malas o regulares. Y
también de todo aquello que de interés suceda en su entorno, le incumba o no.
Esta tesis  fue propuesta en 1959 en los
Estados Unidos por el profesor Mitchell Charnley.  No hubo discusión porque estaba bien
sustentada. 

Así las cosas, y amparados
en la protección que la Constitución hace del ciudadano
, existen colegas
que abusan de manera dañina y perversa de esa libertad facilitada,
transformándola en un vil libertinaje, promoviendo escándalos públicos y
provocando graves daños morales a personas vivas o muertas.  Los comunicadores se deshacen por exclamar “Yo
lo dije primero”
, o simplemente para ganar un punto más en la falacia
del raiting. La agonía y muerte de Juan Castro por
mencionar sólo un caso preciso -, posibilitó a que un “informador de
chimentos”
hiciera públicas informaciones de carácter absolutamente
privadas sobre el colega muerto, que 
degradaron, ética y profesionalmente, a
quien las difundió.
Muy bien pudo haberlas ocultado como un acto de decencia y misericordia. Sin
embargo no hesitó en difundir algo miserable para atizar el morbo. 

Para ese
“ejemplar”, que lamentablemente pertenece al género humano, nada mejor
que recordar una sentencia que se le atribuye a Leopoldo de Bélgica: “Ciertos
periodistas, como las moscas,
son tan perniciosos como inoportunos”.

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