Recuerdos que bullen
No sé, pero necesito volcar en un papel mis recuerdos, mis vivencias pasadas, quisiera contar de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, mi madurez…pero todo se agolpa alocadamente y no sé cómo ordenar mis recuerdos, esos que empujan por salir atropelladamente.
La necesidad de escribir siempre estuvo ahí, escondida, con miedo y ahora sí me animo, me lanzo. ¿Le importarán a alguien mis recuerdos?
Trataré de traer al presente lo vivido. Mi infancia, esa que recuerdo con ternura: mis besos de despedida al ir a acostarme diciéndole a mi hermano " tamaño Ito", que en mi lengua significaba hasta mañana, mi abuela paterna enferma, jugando con mis hermanos, nadie se explica que me acuerde de ello porque era pequeña, muy pequeña, pero sí me acuerdo hasta de su muerte.
Mi hermano que ya no está, regalándome conejos de chocolate y juguetes, mi hermana mayor dándome aliento para salir adelante por un mal de amores. Mis juegos en el patio enorme de la casa paterna, los árboles frutales a esos que me trepaba diariamente, las gallinas poniendo huevos, los polluelos asomando a un mundo nuevo ¡qué emoción!, si mis hijos supieran lo que se siente….
Esa cerda llamada Señorita que terminó como regalo porque nadie se animaba a sacrificarla, ¿cómo? si era de la familia. El conejito de indias, amado de mi padre, su tero-tero que lo acompañaba hasta el trabajo, los loros y cotorras cantando canciones que mi madre les enseñaba y hablando y saludando, desde un árbol sorprendiendo a las visitas.
Mis juegos traviesos con mis primos, juegos inocentes como subirnos a los techos y tirarnos, trepar a lo más alto de un árbol mecido por el viento. La heladera de madera con barras de hielo, mis hijos… ¡asombrados y perplejos! de semejante "tecnología".
Nuestros padres nos criaron con libertad, pero con una libertad vigilada, con fuertes principios que se arraigaron en nosotros para siempre. Cuando mi padre estaba sentado a la mesa, presto a comer, todos sabíamos que allí debíamos estar.
En la mesa no se discutía, se hablaban cosas de familia, de cómo fue el día…no se despreciaba la comida porque era un regalo de Dios el tenerla. Mi juventud ¡qué belleza! tántas vivencias, tantos amigos. No sé si fue mejor o peor, pero siento que era ¡tan sano!, los bailes en casa de familia, los cumpleaños hasta tarde que nos valía un reto.
Los "primeros amores", esos para siempre ¡qué ingenuo!, hasta que llegó el verdadero amor, ese que sacudió mi ser y me dejó sin aliento, se agigantó y fue correspondido.
Ese amor ya lleva tres décadas de recorrer la vida, que dio tres frutos maravillosos: tres hermosos hijos… Si volviera a nacer viviría la misma vida, de nada me arrepiento…
Por María Cecilia Marques
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