El
sábado, nos pusimos a arreglar el surtido y en lugar de dos valijas hicimos
tres.
Me
dijo que iríamos al mismo lugar donde habíamos vendido tan bien porque le
comentaron que no lejos del pueblo había un establecimiento fabril y un
campamento de Vialidad y los trabajadores, entre los que había muchos chilenos,
acababan de cobrar la quincena.
Salimos
temprano a la mañana y ocupamos el mismo lugar que el día anterior, la gente
empezó a llegar de a poco y las ventas aumentaron hasta ya casi quedarnos sin
mercadería. Como era sábado, a las dos de la tarde ya casi no quedaba gente en
la feria, así que volvimos al hotel a almorzar y a descansar.
Cuando
nos levantamos de la siesta me dice “ahora vamos a tomar mate”. Yo lo miré
sin saber de qué estaba hablando.
Me
explicó y me mandó a la cocina a buscar agua para el mate. Cuando me convidó
con uno, casi vomito así que volví a la cocina a pedir un té.
La
gente me miró. “Mate no gusta” les dije (algunas palabras en castellano iba
aprendiendo).
Luego
preparamos las cosas para el lunes y jugamos al dominó. El domingo hicimos
algunas ventas a la gente que iba a comer, y a la tarde salimos a caminar para
conocer el pueblo y orientarnos para la recorrida del lunes.
Así
siguió la rutina de todos los días, hasta que recibí una carta de mis padres
que me quitó el sueño. La situación económica se agravaba día a día en
Polonia, igual que la salud de mi papá.
Ese
día también recibimos diarios de Buenos Aires, “Di Idishe Tzaitung” (El
Diario Israelita), con noticias de Europa en donde el antisemitismo crecía día
a día, bajo la influencia del hitlerismo que contaminaba toda Europa y en
especial en Polonia.
Esa
noche tomé una decisión. Renuncié a mi idea de realizar mi sueño juvenil de
viajar a Israel, y decidí dedicarme a trabajar intensamente y ayudar a mi
familia para traerlos a todos lo más pronto posible, ya que tuve la visión de
que estaba cerca una tragedia en Europa, en especial para los judíos.
Mientras
tanto, no me quedaba otra que seguir con el señor Scherman (así se llamaba mi
patrón) en Bariloche, donde estuvimos como dos meses trabajando y ganando bien.
De
ahí nos fuimos a Ingeniero Jacobazzi, Esquel y San Martín de los Andes. El
trabajo fue muy exitoso, casi todas las semanas recibíamos refuerzo de mercaderías.
Así
seguimos hasta el mes de abril, en que volvimos a Buenos Aires para la época de
Pésaj y Semana Santa, yo contento de haber aprendido el idioma lo bastante como
para poder emprender mi plan y tratar de realizarlo lo antes posible.
Volvimos
a la casa de Moshe, donde me recibieron muy bien. Fuimos al negocio, en donde me
felicitaron por el trabajo realizado. Uno de los socios se acercó a la caja (en
ese momento me dije, “bueno, ahora viene la recompensa por mi trabajo”) y me
dio 50 pesos y me recomienda que me vaya a la calle Cánning, en donde estaba en
liquidación la ropa de verano.
Fui
y me compré un pantalón de gambrona (era el más barato) y un saco gris de la
tela que se usaba para el guardapolvos de los empleados del correo.
Cuando
les mostré lo que me había comprado, se miraron y nada me dijeron salvo que
después de las fiestas veríamos que haría.
Cuando
volvimos a la casa de Moishe, la señora me abrazó y me besó diciéndome “no
te preocupes, ya sé todo lo que pasó en el negocio”. Me dijo también
“esta noche estamos de fiesta, después veremos como encarar tu futuro en la
mejor forma posible”.
Pasamos
bien las fiestas, aunque yo un poco triste porque eran las primeras lejos de mis
padres y hermanos.
De
los 50 pesos que me dieron me habían quedado 30 y pico, así que dije que quería
mandar 10 dólares a mi casa (la primera remesa), lo que hicimos en el Banco
Boston y me salió 25 pesos.
Luego
me dijo “vení, vamos a comprar dos valijas para vos, a la tarde la llenamos
con mercadería y vas a hacer mañana tu primer debut”. Fuimos a la calle Cánning,
entonces la “meca” comercial judía, y entramos a una valijería en donde
compró dos valijas que ya estaban especialmente preparadas para vendedores
ambulantes, una para casimires y telas y otra para cosas en general…
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