Contenido de una
conferencia de Edward Bach, en febrero 1931,
en Southport, a un colectivo de médicos
homeópatas:
"El médico del futuro comprenderá
que él, por sí mismo, no tiene
poder para curar, pero que si estudiando y comprendiendo,
en parte, el significado de la naturaleza humana,
con un profundo deseo de aliviar a los que sufren,
renunciando a todo para ayudar a los enfermos,
obtendrá la capacidad de canalizar a
través de él, el conocimiento
que los guíe y la fuerza curativa que
alivie sus dolores.
Su poder y su capacidad estarán en directa
proporción a su anhelo de servir a la
Humanidad.
Por lo tanto, comprenderá
que tanto la salud como la vida pertenecen a
Dios y sólo a Dios; que él es
tan solo un instrumento y los remedios que utiliza
son meros agentes del Plan Divino para capacitar
a los que sufren y puedan, de este modo, regresar
por el camino de la Ley Divina."
Así pues,
no hay que tratar enfermos en el sentido habitual
de la palabra, sino que la tarea del terapeuta
del futuro de Bach (que es hoy) consiste, además
de sanar, en reconocer a quien tenga oídos
para oír y esté abierto a efectuar
una revolución interior en profundidad.
Hay que hacerle
ver al paciente que si ha enfermado, a sido
a consecuencia de continúas experiencias
no asimiladas que han llegado a constituir unas
creaciones psicológicas que dependiendo
de su magnitud podrán manifestarse e
incluso en ocasiones podrán hacer que
el cuerpo enferme.
Aquí juega un papel importante la personalidad
del paciente. Pues, es ella quien canaliza las
impresiones.
Normalmente se deja
a la personalidad que trate estos temas de las
impresiones
es la intermediaria
y claro está, nuestra conciencia se disgrega
se embotella en esas creaciones psicológicas.
El terapeuta debe
enseñar al paciente como reunificarla,
ha de aconsejar al paciente que se dé
la vuelta
Que salga al sol, como nos dijo
Bach
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