Desde siempre se conoce el efecto curativo que sobre la
piel tiene la baba de caracol. Lo consignaron médicos y
naturalistas de la antigüedad y la medicina popular, a
través de un repertorio de conocimientos empíricos, que
propagaron a través de los tiempos.
Lo cierto es que se sabía que los cultivadores de caracoles
(que tan buscados han sido en gastronomía) curaban
rápidamente los pequeños cortes y heridas que se
producían en el manejo de estos animales. Es más, la piel
de sus manos mantenía un correcto trofismo e hidratación,
a pesar del duro trabajo realizado. Todo ello hizo pensar
que había algunas sustancias específicas en esta secreción
que comunicaban a la piel su papel protector y estimulante.
Otro dato vino a sumarse a los anteriores. Desde el
descubrimiento de la radiación X, a finales del siglo XIX,
comenzaron a aparecer casos de irradiación de la piel, de
muy difícil tratamiento. Uno de los medios de reparación de
estas lesiones fue la aplicación de la baba de caracol, que
contribuía a mitigar los síntomas y mejorar la calidad de la
piel.
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