Los primeros 20 ó 30 segundos de trato
al momento de conocer a una persona imprimen una
imagen que influye en toda opinión posterior
que tengamos sobre ella. Esta primera impresión
puede confirmarse o no, pero suele depositarse
mucha fe en ella, y en la mayoría de los
casos es muy difícil de modificar.
Por esto el trabajo
sobre la imagen personal y profesional es algo
indispensable en el mundo de hoy. Quien nos
ve por primera vez recibe en un 55% una impresión
visual. Capta nuestro atuendo, la combinación
de colores, nuestro porte y lenguaje corporal
o gestual, el corte de pelo, la pulcritud y
armonía o desarmonía general.
En un 38% recibe una impresión auditiva,
en el sentido de la entonación de nuestra
voz, el timbre, la cadencia, etc. Y solo un
7% de la captación corresponde al discurso
o mensaje verbal.
Se suele decir que
“hay que saber venderse”, lo que
a las mujeres nos resulta chocante porque lo
relacionamos con la venta de nuestra persona.
Pero lo que en realidad sí debemos vender
es nuestro servicio profesional, que tiene que
ser considerado como un producto con un valor
en el mercado.
En este sentido,
la imagen de la mujer profesional puede considerarse
como un packaging del producto que es su servicio
profesional y es sin duda un valor agregado.
Nuestra imagen
exterior debe reflejar las cualidades que queremos
vender a los demás. Si la envoltura les
provoca desconfianza o preocupación,
sin duda no les darán la oportunidad
de mostrar lo que valen. La idea es tener una
imagen interna de éxito personal y autorrealización,
que va a atraer lo mismo del exterior. Por lo
tanto, actuemos, vistámonos y pensemos
como si ya los hubiésemos obtenido.
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