I. Los Antiguos
Las VELAS representan
la imagen de nosotros mismos. La cera corresponde
al cuerpo físico, la mecha a la mente
y la llama al espíritu.
El pensamiento (la
mente), a la vez, es la voz de nuestro espíritu
y sólo las personas elevadas se comunican
fácilmente con él, el resto de
los mortales nos debemos conformar con pequeños
mensajes que intuimos ó percibimos sin
que a veces sepamos interpretar.
Ya desde tiempos
remotos, la humanidad reunida alrededor del
fuego, comprendía que éste era
algo más, “el fuego sagrado”,
tan importante de mantener siempre latente,
fue utilizado por los sacerdotes y hechiceros
como arma de poder y objeto de culto.
Es posible que las
antorchas que se han encontrado en las tumbas
del hombre de Neandertal demuestren que hace
50.000 años los hombres utilizasen el
fuego en sus rituales funerarios, con el fin
de favorecer el camino hacia el más allá.
Muy pronto, los
sacerdotes se apropiaron de este regalo de los
dioses y establecieron un lugar en los templos
para cuidar de que la llama no se apagase, lo
que pudo ser muy de agradecer en la población,
dada la dificultad que suponía obtener
el fuego. Hay constancia de que los egipcios,
caldeos, persas, griegos, romanos, tártaros,
hebreos, chinos e indios precolombinos mantuvieron
el fuego permanentemente en sus templos. Era
tan importante su custodia que en Roma se suspendía
el ejercicio de la justicia y los asuntos administrativos
si se apagaba el fuego que conservaban las vestales.
Se había roto el nexo de comunicación
entre los mortales y los dioses y hasta que
no se volviese a tener el fuego no se ejercían
actividades públicas. En la Grecia antigua
un barco procedente de la isla de Delos, cuna
de Apolo, iba periódicamente llevando
una llama nueva cogida del altar del dios del
Sol. Cuando emigraban para fundar colonias,
los griegos llevaban con ellos carbones encendidos
del altar de Hestia, para que en sus nuevas
casas, quemase el mismo fuego de la metrópolis.
El hogar, del que sus antepasados habían
sacado sus dioses domésticos, se fue
transformando en una especie de altar polivalente
en el que se hacían ofrendas y sacrificios
al Olimpo, después de haber servido para
cocinar los alimentos. El pueblo hebreo también
mantuvo el fuego sagrado. En la Biblia hay constantes
referencias a este culto: Dios, en forma de
lengua de fuego, toma los sacrificios que ofrece
Aarón; las zarzas quemando del Horeb
i del Sinaí; el carro de fuego de Elías
o el anunciado baño de fuego del Apocalipsis.
Los cristianos tomaron culto de los hebreos
en el siglo IV, son ejemplos, el fuego nuevo
con el que se encendían las brasas del
incensario, el cirio pascual y las lámparas
del templo.
Toda la fuerza y
magia que ofrecía el fuego fue transformándose
en ritual y convirtiéndose en una costumbre
poderosísima, dichas costumbres quedaron
recogidas en pergaminos, papiros y piedras de
las paredes de muchos templos y monumentos,
otros secretos pasaron de boca en boca y de
generación en generación.
Tan arraigado ha estado esto en nuestra genética
que aún hoy en día el fuego nos
sigue fascinando.
El fuego nos transporta a un estado mental especial
¿quién no ha quedado alguna vez
prendido y absorto delante de una chimenea?
Para la meditación y en muchas otras
técnicas de concentración se utilizan
velas.
En todos los rincones del planeta aún
hoy, el fuego es un símbolo, y siempre
se utiliza conjuntamente con la religión
o creencia. No hay oración, santo o Dios
al cuál no se ilumine con una tea o una
vela. Las velas son en la actualidad el instrumento
más utilizado y es costumbre en todos
los templos encender velas para reforzar las
peticiones de los oradores.
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