En
los años cincuenta se puso muy de moda, en todo tipo de reuniones y recepciones,
la combinación de licores como un peldaño más de la larga escalera del snobismo
pudiente. Se afanaban y ufanaban los anfitriones por ofrecer un cóctel a sus
invitados como signo claro de su modernidad. Sin el mínimo decoro de saber algo
del tema, te podían castigar el estómago o el hígado con cualquier brebaje
preparado por ellos mismos o por sus esposas, con algo que habían aprendido en
alguna de sus escapadas de fin de semana a Londres, al haber visto a los
excelentes bartenders de los regios hoteles londinenses preparar con
extremada facilidad -la que da el arte del profesional- algún que otro
combinado.
Eso de la combinación licorera es cosa que debe reservarse a los maestros
mezcladores, que saben y mucho de las propiedades de los genios encerrados en
las botellas de “aqua vitae”. ¡Cuántos dolores de cabeza y gastritis nos
podríamos haber ahorrado si un anfitrión no nos hubiera querido hacer probar sus
supuestas habilidades elaborando un Negroni “con una técnica especial”.
Dice, a propósito del tema, el experto gastrónomo Luis Bettonica: “Yo tomo los
cócteles en las coctelerías, que es donde Dios manda. Allí ejerce su nobilísimo
oficio un barman, conocedor del arte y los secretos de la coctelería, porque
este ejercicio requiere unas dotes innatas, como la imaginación, la sensibilidad
de paladar, el buen gusto y una sabiduría que no está al alcance de todo el
mundo, porque se adquiere con una considerable experiencia, muchas horas de
estudio y muchas, muchísimas, horas practicando este arte y esta ciencia a los
que les son tan necesarios la inspiración, el ingenio y la capacidad creadora
como el rigor, la meticulosidad y un profundo conocimiento de todos los
alcoholes y demás elementos que intervienen en la composición de un cóctel”.
Tiene toda la razón el prestigioso periodista. Un cóctel perfectamente elaborado
como antesala de una cuidada carta, sin duda nos predispondrá a mejor valorar el
esfuerzo del arte cocinero del lugar elegido para satisfacer nuestros deseos
gastronómicos. Un profesional coctelero que conozca nuestro menú podrá situarnos
en un lugar de partida privilegiado en cuanto a la disposición gustativa de
nuestro paladar. Y, por supuesto, el mismo experto, nos elaborará luego otro
brebaje excelente, encaminado a que nuestro estómago no tenga que trabajar extra
para dar camino a lo saboreado.
Y,
por qué no hablar de la importancia social del cóctel. Las relaciones sociales
son, ciertamente, tal y como las conocemos y las disfrutamos ahora, recientes.
Pero de siempre se ha movido la sociedad entorno a las fiestas y, en
consecuencia, con una copa en la mano. Hoy existe una mayor sofisticación, que
ha llevado a que cualquier manifestación que deba trascender del ámbito
doméstico sea inimaginable sin la existencia de un cóctel. Nadie concibe que se
reúna a un grupo de personas para disertarles sobre lo humano y lo divino de un
nuevo producto, sin rodear esa presentación de un atractivo como el cóctel.
Afortunadamente, los tiempos cambian, evolucionan, y muy posiblemente se
sofistica todo innecesariamente, pero hemos pasado del rudimentario tallo de una
planta para preparar un buen combinado, a poder utilizar el vaso mezclador y la
coctelera, consiguiendo los maestros mezcladores auténticas joyas cocteleras
que, con prudencia, nos ayudan a soportar, un poco mejor los malos tragos que
nos sirve la vida a diario. Y eso que la vida es la mejor de las mezclas
posibles.
Fuente:
Emprendedoras