El rostro, especialmente,
ha sido víctima tradicional de análisis y concepciones, porque esa zona del
cuerpo humano es la mas expuesta a las miradas, la primera impresión a los ojos
ajenos y por tanto constituye una suerte de “pasaporte por la vida”.
La belleza es conceptuada por los expertos en estética como una perfección
subjetiva que despierta un sentimiento de agrado, y cuya apreciación depende a
la vez del observador y del observado. Por eso, al decir “fulana es muy bella”,
no definimos una característica objetiva, sino subjetiva. Belleza y fealdad son
indefinibles por patrones estrictos e inmutables, y deben analizarse en
interacción con el contexto donde se realiza la valoración.
Pero aunque los poetas quisieran dejar en el limbo filosófico las concepciones
de belleza, los científicos prefieren atraparlos entre ecuaciones y guarismos
matemáticos, para intentar explicar objetivamente porque una persona es o no
consideraba “bella.”
Dos psicólogos de la universidad de Texas, las doctoras Judith Langlois y Lori
Roggmann, creen haber dado con parte de la clave, siguiendo un camino trazado
desde el siglo XIX por el biólogo inglés Francis Galton. Utilizando fotos
superimpuestas de diversas caras, Galton obtuvo un “rostro promedio” y observo
que el conjunto tenia una apariencia “mejor” que las imágenes individuales.
Langlois y Roggman reeditaron el proceso por computadoras y digitalizaron las
imágenes de 96 hombres y 96 mujeres, sin barbas, bigotes, aretes ni espejuelos.
Dividieron cada retrato en una red de cuadriculas, asignaron a cada una un valor
numérico y los promediaron para obtener la media estadística. Al mostrar los
resultados a observadores de diversas procedencias sociales, casi todos
calificaron las imágenes “compuestas” como mas atractivas que las naturales.
Langlois estima que esto se debe a razones psicológicas, porque la mayor parte
del genero humano prefiere objetos y apariencias “típicas”, mas fáciles de
identificar. Roggman, más controversial, se basa en la selección natural,
afirmando que para muchas características fisicas, el valor promedio es el mejor
para la supervivencia.
Puede argumentarse que el rostro no es un factor directo en la lucha por
sobrevivir (aunque hay quienes viven de su cara “dura”) pero la investigadora
norteamericana piensa que al escoger las imágenes compuestas, los observadores
tienden a seguir el instinto favorecedor del promedio.
Según el esteta y cirujano plástico español, doctor Rafael de la Plaza
Fernández, la belleza debe entenderse también como un concepto en evolución,
pues según las obras del arte universal, en siglos anteriores la maternidad y
cierta robustez en las formas eran signos de salud y hermosura. Esto, desde
luego, dista bastante del biotipo de hoy, cuando las modelos sufren dietas de
hambre para de seguir esbeltas.
En cuanto al rostro en especifico, De la Plaza Fernández refiere su tesis a la
famosa Gioconda o Mona Lisa de Da Vinci, que bajo los cánones actuales no es tan
bella, pero su verdadero encanto radica en la sonrisa enigmática. Esto apoya un
criterio mas universal: Si la valoración de los seres humanos dependiera solo
del aspecto físico, solo una minoría pasaría con éxito un estricto “examen de
belleza”, pues pocas personas pueden vanagloriarse de ser total y perfectamente
bellas.
Por razones obvias, el sexo femenino siempre ha sido mas preocupado por su
apariencia personal y la impresión que causa a los demás, sobre todo al sexo
opuesto. En general, las mujeres excepcionalmente bellas se sienten por eso
mismo tan seguras de si y del imperio que ejercen sobre los demás, que con
frecuencia logran imponerse con relativa facilidad, centralizando las atenciones
masculinas en el medio social donde se mueven. Pero si esos atributos no van con
valores internos, la belleza exterior puede ser la envoltura de una fealdad
interior o una personalidad superficial.
El autor de este articulo no pretende sentar cátedra sobre la belleza ni tampoco
consolar a las personas consideradas de escasa hermosura física, pero no puede
negarse que siempre han existido quienes cultivaron otras cualidades y fueron
personalidades ricas y fuertes, con sana energía de carácter y singular
atractivo.
Existen valores intelectuales y espirituales que conforman la “belleza interna”,
integran la personalidad y transforman la imagen que ofrecemos al mundo, si
logramos madurez y seguridad en nosotros mismos con una valoración realista de
los defectos y virtudes personales, aunque no es nada fácil conseguirlo.
Por otra parte, todos sabemos que un momento de alegría, satisfacción o amor
puede embellecer un rostro aunque no sea intrínsecamente bello. A la inversa, un
bello rostro puede tomar una expresión desagradable durante instantes de odio,
temor o disgusto.
El equilibrio entre expresión facial y personalidad responde también al
desarrollo intelectual. Por eso, la faz de las personas excesivamente
infantiles, neuróticas o hipocondriacas no lucen nunca totalmente atractivas,
por muy bellas que sean físicamente.
Si se observan con atención los rostros de un grupo de adolescentes, se ve que
todos tienen un aspecto que podríamos llamar el “aire generacional”, pues a los
peinados, modos y vestimentas similares se agregan la similitud de expresiones,
ya que la inmadurez y la inexperiencia tienen la misma cara en todas partes.
Cuando pasan los años y los adolescentes se hacen adultos, sobre su rostro
quedan las huellas del camino, de las alegrías y sufrimientos que lo van
marcando con las contracciones y tensiones musculares con las cuales
reaccionamos ante ellas. Es la vida que impulsa a la lucha diaria, marca surcos
en la frente, blanquea las sienes y traza el “relieve emotivo” que va cincelando
el rostro del ser humano, testimonio de lo que cada cual ha vivido.
Algunos las llaman “las huellas de la existencia”, pero infeliz quien no las
tenga, pues no habrá existido sino vegetado. Nadie debe maldecirlas, porque en
cierta forma pueden embellecer a quienes han sabido andar por la vida con
dignidad y decoro.
En resumen, la belleza no es un rasgo aislado sino un elemento en la valoración,
que unido al carácter y la personalidad reflejan la totalidad del ser humano y
constituyen nuestro “pasaporte por la vida.” Porencima de los patrones básicos
de belleza, construidos por el habito y la tradición durante milenios de
historia y a los cuales difícilmente se escapa, puede afirmarse también la idea
de una belleza morfológica, resultante de la integración presencia
fisica-caracter.
Puede haber rostros de perfecta armonía externa, pero si no están sostenidos
interiormente por el relieve del carácter y la personalidad, serán de una
perfección inexpresiva o superficial, por eso la falta de una belleza estricta
en las formas no disminuye el valor de quienes hayan sabido enriquecer y
proyectar sus contenidos y aspiraciones en el mundo, obteniendo satisfacciones
importantes que les permitan realizarse.
Y ni siquiera el tiempo podrá atemorizar a quien además de cuidar su aspecto
físico haya logrado desarrollar otros valores, pues la vejez solo puede eliminar
una parte de su persona. Son esos que, como dijera el desaparecido actor francés
Maurice Chevalier, han sabido “envejecer con elegancia.”