La
falta de concentración puede hacerse presente tanto en niños, adolescentes,
jóvenes y adultos. Lo común a todas las edades es que la dispersión crea caos y
la confusión hace que el rendimiento en el estudio, en los juegos o en el
trabajo resulte resentido.
Para descartar cualquier tipo de trastorno que dé como síntoma la falta de
concentración, debemos hacernos las siguientes preguntas:
1.- ¿Estoy comiendo adecuadamente? ¿Consumo alimentos que me brindan todos los
nutrientes que mi cuerpo y mi mente necesitan?
2.- ¿Estoy descansando bien? ¿Duermo la cantidad de horas necesarias para
levantarme con energía y dispuesto a enfrentar la jornada con vitalidad?
3.- ¿El ámbito de estudio, juego o trabajo es el adecuado? ¿Es tranquilo, cálido
y confortable para desarrollar la actividad con toda la armonía posible?
4.- ¿Tengo en claro qué es lo que tengo que hacer? ¿Qué debo estudiar, en qué
proyecto debo trabajar o qué juego debo armar o solucionar?
Una vez que se han aclarado los interrogantes arriba mencionados, hay que
comenzar a actuar de un modo más práctico:
1.- El
ritmo vertiginoso
en el que se vive, hace que se deban hacer muchas cosas
a la vez. Hay gente que puede llevar adelante varios frentes sin equivocaciones,
pero hay quienes solamente deben hacer una cosa a la vez para no entrar en
crisis. Al realizar muchas tareas al mismo tiempo, la atención se divide y
pierde eficacia.
2.- Si se tiene una preocupación muy grande en la cabeza que no permite la
concentración, lo ideal es parar unos instantes y focalizarse en la raíz del
problema.
¿Tiene solución? ¿Se puede hacer algo en este instante para resolverlo? ¿Puede
esperar para ser resuelto? Siempre hay inconvenientes que van surgiendo, pero no
por eso hay que dejar de llevar adelante las obligaciones.
Hay que establecer prioridades. Si ese problema seguirá estando presente durante
días, lo mejor es dejar que fluya, pero sin que obstaculice el desempeño de las
labores cotidianas.
3.- Los períodos de concentración no tienen por qué ser eternos. Pautar tiempos
de concentración de cinco minutos. Descansar un minuto y retomar la actividad.
Así resultará más fácil domesticar al cerebro.
De a poco se podrán ir aumentando los minutos de atención hasta lograr terminar
una tarea sin necesidad de descansar.
4.- Ser tolerante con uno mismo. A medida que se desarrolla una actividad,
muchos son los pensamientos que van apareciendo en la mente.
Lo importante es dejar que éstos fluyan con naturalidad, pero sin centrarse en
ellos, sin que cobren protagonismo.
Hay que terminar un trabajo, se puede pensar en la pareja, en la mascota, en lo
que hay que comprar en el supermercado o en la visita que se tiene que hacer a
un especialista, pero no dejar que estas ideas cobren más vigor del que
realmente requiere en ese momento.
Lo más acertado es dejar fluir los pensamientos que surgen y nunca forzarse a no
pensarlos ya que es una tarea muy compleja que no suele dar resultados.
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