A
los pocos segundos a una mayor distancia de donde venían los aullidos
anteriores, escuchamos un tercer aullido, entonces mi amigo me dice “corre” y
cuando empezamos a correr escuchamos los aullidos desesperados de por lo menos
treinta coyotes, provenientes de un cerro cercano (ansiosos porque se les va su
comida). En esos momentos yo sentí que nos iban a alcanzar, nuestra muerte era
inminente, íbamos a ser devorados los aullidos se escuchaban cada vez más cerca,
ya estábamos el 99.9% muertos. En la medida que corríamos la angustia y la
desesperación inundaba nuestros rostros, pues nos resistíamos a morir. Yo no
quería morir, tenía tantas cosas inconclusas en mi vida, tanto por hacer y
aprender. Finalmente nos dimos cuenta de que nos iban a alcanzar, y empezamos a
disminuir el paso, aceptamos nuestra muerte, pero no sin luchar, yo me detuve a
cortar una vara para por lo menos defenderme, y en ese instante mi amigo me pide
mi cinturón, y yo pienso “que va a agarrar a cinturonazos a los coyotes?”, mi
amigo se acordó de algo que su mamá alguna vez le recomendó, así empezó a
arrastrar el cinturón, y continuamos corriendo, de pronto algo sorprendente
ocurre, escuchamos que los coyotes siguen aullando, pero se detienen, como si
una barrera les impidiera continuar, esta acción había obrado mágicamente. Nos
habíamos salvado. Al atravesar una vía que existe por ese lugar un suspiro nos
hacía sentir la vida otra vez. La aventura apenas comenzaba, ya empezaba a
presentir que lo peor estaba por pasar.
Al
llegar a la casa del hospitalario señor, nos percatamos que nos estaba esperando
en la puerta y estaba preparando en el patio de su casa una fogata. Íbamos a
participar en un antiguo ritual con el fuego. Este señor era un brujo del lugar,
y por motivos que ignorábamos nos iba a mostrar cosas. Mi amigo se sentó del
lado de la puerta a lo que el brujo le dijo, estas mal colocado y el fuego te va
a quitar, mi amigo no hace caso, de pronto, sorprendentemente el fuego se
empieza a dirigirse hacia el, hasta que decide quitarse de ahí, puesto que se
estaba quemando. El brujo prepara una sustancia hecha de polvo de peyote y agua,
en una botella y nos la da a beber, yo lógicamente rechazo la invitación, pues
el encontrarme en un ambiente extraño y desconocido aumenta mi desconfianza. Mi
amigo si hace todo lo que el brujo le indica. De pronto el brujo empieza a
comentar cosas extrañas: “aquí se viene a nacer, ustedes en este momento van
a nacer”, el fuego parece obedecerle, toma un puño de tierra y lo arroja
hacia la hoguera y el fuego se enciende aún más. Se dirige hacia mi y me dice
“tu vas a llegar a hacer todo lo que yo estoy haciendo” su dialogo posterior
transcurre de esta forma:
El
brujo Agustín: Lo mejor va a venir cuando aparezcan las brazas.
El
brujo Agustín: Fui hace poco a la ciudad de México, la zócalo de la capital.
Luis (o sea yo): Estuviste en tierra sagrada –comenté.
Agustín: Toda tierra es sagrada –aseveró.
Agustín: Mucha gente ha comentado que existe una loba solitaria por estos
rumbos, incluso hay quienes la han visto. A los que la han visto, algo les va a
pasar.
Me
quedé pensando sobre lo que comentaba, e imagine que se podía tratar de un
nagual, lo que no entendía era que el solo hecho de ver alguno de ellos
implicaba perder la vida, tal vez sea que la persona ya se encuentra a un paso
de la muerte y su visión ya puede captar la dimensión de los muertos. En este
preciso instante empiezo a escuchar un aullido espeluznante y agudo, reflejando
tristeza y melancolía, pareciera que la loba estaba a dos metros de distancia,
de donde nos encontrábamos. Entonces le pregunto:
Luis: Es un nagual?
Agustín: Debe ser un nagual resentido –responde con la cabeza baja.
Agustín: Les recomiendo que se vayan, mañana temprano. Ya fue suficiente para
ustedes.
Durante el tiempo que duramos en la hoguera, sentía una sensación de peligro, de
estarme enfrentando con cosas extrañas y hostiles que tal vez quisieran algo de
nosotros. Afuera de la casa del brujo se escuchaban gritos bullicio, alboroto,
caos. Y cuando cesó su dialogo todo como por arte de magia se tranquilizó y solo
quedo un silencio y los ruidos normales de la noche. Parecía que se había
arrepentido de continuar con su ritual, pues las brazas aún no aparecían y el ya
se estaba despidiendo.
Nos quedamos solos frente a la hoguera, observando con asombro como el fuego se
empezaba a apagar con una rapidez increíble. Tratamos en numerosas ocasiones de
reavivar la llama y no pudimos. El fuego parecía no responder ante nuestro
incipiente poder, los troncos se rehusaban a arder.
A la mañana siguiente iniciamos el regreso, era suficiente, la experiencia se
había dado. Nuestro nacimiento había comenzado. Una tranquilidad absoluta nos
invadía, como si nos hubiéramos despojado de parte de nuestra carga karmica. Lo
que vendría después sería más escalofriante.
Fotografía:
de mi tercer viaje a la zona sagrada, donde tuve que caminar
durante nueve horas, sin descanso. En la foto soy el que va hasta atrás.