Se encontraban platicando dos personas; uno le decía al otro: “Cómo desearía ser
como tú!, tener tu conducta y tu sabiduría”
¿Podrías decirme dónde lo aprendiste?. Me gustaría tanto ser un hombre luminoso
y ejemplar como tú”.
“La respuesta es simple mi querido amigo: Lo que sé, lo aprendí en el jardín de
niños”.
“No, no puede ser. Tu respuesta podría verse como un rasgo de egoísmo, pero esto
tampoco es posible, pues te conozco y sé que no serías capaz de hacerlo. ¡Ya
sé!, se trata de una broma al ver mi interés, por lo cual vuelvo a preguntarte:
¿Dónde aprendiste lo que te hace diferente a todos los demás?”.
Sin vacilar y en tono amable, el interpelado volvió a responder:
“Ya te lo dije. Todo lo que sé, lo aprendí en el jardín de niños”.
“Te pido seas más explícito y me aclares por favor”.
“Bueno, verás. Casi todo lo que en realidad necesito saber sobre cómo vivir, qué
hacer y cómo ser, lo aprendí en el
jardín de niños. La sabiduría no estaba en la cumbre de la montaña
universitaria, sino ahí, en la caja llena de arena.
En el jardín de niños aprendí todo esto:
A compartirlo todo, a jugar sin hacer trampa, a no golpear a la gente, a poner
las cosas en el sitio de donde las ha tomado uno, a limpiar lo que uno mismo
ensucia, a no tomar nada que no nos pertenezca, a pedir disculpas cuando se ha
lastimado a alguien, a lavarme las manos antes de comer, a llevar una vida
armoniosa, a aprender algo, y pensar algo, y a dibujar, pintar, bailar, jugar y
trabajar un poco cada día, a que hay que dormir la siesta.
Cuando salimos al mundo, debemos tener cuidado con el tráfico, tomarnos de la
mano y permanecer juntos.
Hay que observar lo maravilloso, como la semillita en el vaso de plástico: las
raíces crecen hacia abajo y la planta hacia arriba, y en realidad nadie sabe
porqué, pero todos somos así.
En el jardín de niños aprendí que, los peces de colores, los hámsters, las ratas
blancas y hasta la semillita en el vaso de plástico, todos mueren. Nosotros
también.
Recuerdo que aprendí a observar. Que todo lo que se debe saber está a la vista,
en alguna parte: la regla de oro, “trata a tus semejantes como quisieras que te
traten a ti”; también el amor y la higiene; y la ecología, la política y la vida
sensata”
!Cuánto mejor sería el mundo si todos pudiéramos cada tarde comer a la misma
hora, y acostarnos después a dormir la siesta, bien tapados con frazadas!
Y si en todas las naciones se observara la norma básica de poner siempre las
cosas en su lugar, y limpiar lo que hemos ensuciado
Esto sigue siendo verdad, cualquiera que sea nuestra edad cronológica: que al
salir al mundo más nos vale tomarnos de la mano y permanecer juntos, así lo hace
el jardín de niños y siempre estuve protegido. Y esas enseñanzas mi querido
amigo, no tienen edad.