Dios no juega a los dados…



La Ciencia de los hombres
inspirados y los designios del ser supremo que los filósofos  admitieron, más
las teorías de los que como Martin Buber pensaron a Dios (panteísmo),
refuerzan  lo  expresado por Albert Einstein en su opinión de que “Diós  no
juega a los dados”
y creyendo que “a todo investigador profundo de
la naturaleza no puede
menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le es
imposible concebir que haya sido él, el primero en haber visto las relaciones
delicadísimas que contempla
. A través del universo
incomprensible se manifiesta una Inteligencia superior infinita”.
 

En Dresde
cuando Schopenhauer vivía en la Grosse Meissensche Gasse,  conoció al
filósofo y masón  Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832), cuyo punto de
vista “panenteístico” parece que influenció mucho a Schopenhauer . El
Panenteismo o sea : todo-dentro- de -Dios  como lo opuesto al 
panteismo  todo.es Dios, de Martin Buber.    


  1. Agnosticismo no es lo mismo que ateísmo (negación de la existencia de Dios).
    Su posición es que no se puede saber si existe o no.  Por eso rechaza
    cualquier pronunciamiento a favor o en contra de la existencia de Dios.
  1. Si Dios no existe, uno
    no perderá nada creyendo en el, mientras que  si el existe, uno perderá todo
    no creyendo. 
    Blaise
    Pas
    cal
     


FILOSOFÍA




Dios, un
gran problema para los filósofos


La idea de un Ser que crea y manda sobre lo creado forma parte de un mundo
espiritual


Según

SARA MORENO-ver vínculo siguiente con sus páginas


 http://aula.elmundo.es/aula/noticia.php/2004/01/26/aula1074883076.html

  1. O se cree, o no se
    cree o se cree que es imposible creer.

    Este trabalenguas resume las posturas que los filósofos han adoptado a lo
    largo de los siglos ante uno de los grandes problemas metafísicos: Dios.
    Entre los que creen, unos invocan a la fe, otros a la razón y algunos se
    sirven de razón y fe para demostrar que Dios existe. En el siglo XIX nació
    el ateísmo como doctrina, a la par que el agnosticismo
  1. Sabéis cuáles son los
    conceptos que más han traído de cabeza a los filósofos de todos los tiempos,
    que más les han hecho pensar? Son tres: el yo, el mundo y Dios, una tríada
    muy compleja. Vamos a ver cómo han afrontado estos pensadores el problema de
    Dios.
  1. A grandes rasgos,
    cualquier persona se enfrenta a la existencia de Dios desde una de estas
    tres posturas: piensa que existe (teísmo), opina que no existe (ateísmo) o
    ha llegado a la conclusión de que no se puede conocer (agnosticismo).
  1. La idea de un Ser que
    crea y manda sobre todo lo creado forma parte de un mundo espiritual,
    situado un peldaño por encima del material.
  1. Los teístas, es decir,
    los que afirman que Dios existe y que puede ser conocido, así lo ven. ¿Y
    cómo puede conocerse a Dios? Pues de varias maneras: bien a través de la fe
    (fideísmo), de la razón (teología natural) o de las dos a la vez (teología
    revelada). El ateísmo, es decir, la negación de la existencia de Dios, sólo
    está vigente, como doctrina, desde hace dos siglos. Pensad que, durante la
    Edad Media, el pensamiento ateo no tuvo ninguna posibilidad de triunfar
    porque la cultura cristiana lo dominaba todo. Nadie, en su sano juicio,
    podía negar la existencia de Dios.
  1. Fue en el siglo XVIII,
    el de la Ilustración, cuando personajes como Locke y Voltaire comenzaron a
    defender que Dios había creado el mundo, pero que éste funcionaba según unas
    leyes físicas, en las que Dios ya no contaba. Esta postura, llamada deísmo,
    se puso de moda. Por otro lado, el origen del ateísmo está en las ideas que
    pedían la autonomía de la razón: sólo una razón libre podía permitir el
    progreso. Filósofos como Comte, Marx y Nietzsche defendieron a ultranza esta
    posición.
  1. En cuanto al término
    agnosticismo, que significa literalmente “la imposibilidad de llevar a cabo
    el conocimiento”, fue utilizado por primera vez por T. H. Huxley en 1869.
    Quería decir que más allá de los conocimientos científicos, no es posible
    ningún otro. Por tanto, los contenidos de la fe o de Dios, como no pueden
    demostrarse, no pueden admitirse.
  1. El matemático inglés
    Bertrand Russell es el máximo exponente del agnosticismo. Criticó el
    cristianismo y su moral porque pensaba que no había contribuido al avance
    científico ni a una auténtica educación moral.
  1.  ETIMOLOGÍA. La palabra
    God (Dios en inglés) puede derivarse de hu, que quiere decir llamar, y
    remite a ese rasgo de toda experiencia de fe que consiste en buscar el
    fundamento del Todo, del Misterio.
  1. METAFÍSICA. El filósofo
    Kant, en su libro Crítica de la razón pura, habla de los tres grandes
    objetos de la Metafísica, que son: el yo, el mundo y Dios, a los que llama
    ideas de la razón.
  1. CIENCIA CONTEMPLATIVA.
    Para Aristóteles, la Teología es una de las ciencias contemplativas, junto a
    la Física y las Matemáticas. Lo que estudia es lo que él llama ser inmóvil,
    que no es otro que Dios.
  1. SAN AGUSTÍN. Agustín de
    Hipona, más conocido como San Agustín, no trató de demostrar la existencia
    de Dios mediante argumentos racionales. Estaba convencido de que la razón
    ayuda al hombre a alcanzar la fe, pero es la fe la que ilumina la razón y
    esclarece los misterios. Decía: “Entiende para creer. Cree para entender. La
    fe busca, el entendimiento encuentra”.
  1. PRECEDENTES. En el siglo
    XVIII, la ciencia desarrollada por, entre otros, Galileo y Newton, explicaba
    perfectamente el funcionamiento del universo sin necesidad de acudir a Dios.
    Se estaba preparando el terreno para el ateísmo del siglo XIX.

  1. ANTITEÍSTA. El ateísmo
    de Nietzsche es más bien un antiteísmo, pues creía que el cristianismo es la
    negación de los valores vitales. Y él valoraba mucho la vida.
  1. Fe y razón para explicar
    la existencia de un Ser Supremo
  1. En la cultura
    occidental, no abundan los autores que hayan defendido la existencia de Dios
    sólo con la fe, es decir, no hay muchos fideístas. El más célebre,
    Tertuliano, vivió en el siglo III y pensaba que la fe era suficiente para el
    cristiano. Lutero, en el siglo XVI, afirmaba que la única fuente para
    conocer a Dios es Su Palabra, revelada en las Sagradas Escrituras, a las que
    había que ser absolutamente fiel.
  1. En el lado opuesto están
    los que piensan que sólo la razón es válida para defender la existencia de
    Dios, como Aristóteles, quien trató el tema de Dios desde un punto de vista
    racional. Los creyentes no podían quedarse con explicaciones que se
    olvidaran de la fe, por eso muchos de ellos, como San Agustín y Santo Tomás,
    utilizaron tanto la fe como la razón para explicar la existencia de Dios.
  1. Santo Tomás de Aquino es
    célebre porque intentó demostrar que Dios existe mediante cinco argumentos,
    las cinco vías. Parte de hechos conocidos para concluir que es necesario que
    haya un primer ser, que se explique desde sí mismo y que pueda demuestre la
    existencia del hecho en cuestión. ¿Quién es este primer y necesario Ser?
    Obviamente, Dios.
  1. Los ateos, en cambio, se
    esfuerzan en pensar por qué Dios no existe. Por ejemplo, Augusto Comte, en
    el siglo XIX, decía que Dios no era sino una invención de la que se servían
    los hombres para explicar todo lo que no entendían. Las religiones, pensaba,
    son una etapa superada en la evolución de los hombres. El progreso se había
    impuesto.
  1. El último agnóstico


Uno de los alcaldes más
queridos de Madrid, Enrique Tierno Galván, fue un reconocido agnóstico. De
hecho, publicó un ensayo titulado ‘¿Qué es ser agnóstico?’, en el que
explicaba lo que era: “Vivir perfectamente en la finitud y no echar de menos a
Dios”. Tierno creía que en el mundo actual cada día hay más agnósticos, aunque
lo que verdaderamente piensa que crece es la indiferencia, el no preguntarse
por Dios.




Fr. Nietzsche (Selección)



Nuestra creencia en la ciencia es
religiosa.
«En cuanto también nosotros somos aún piadosos. –Dícese con fundada razón que
las convicciones no rezan en la ciencia; sólo si se avienen a condescender a
la modestia de una hipótesis, de una fórmula heurística (que sirve para
descubrir), de una ficción regulativa, cabe darle acceso al reino del
conocimiento y hasta reconocerles cierto valor dentro del mismo; claro que
colocándolas siempre bajo vigilancia policial, bajo la vigilancia alerta  del
recelo. Pero ¿no significa esto, en definitiva, que sólo si la convicción deja
de ser convicción cabe darle acceso a la ciencia? ¿No comienza la disciplina
del espíritu científico por repudiar las convicciones? 
Así es, probablemente; sólo que se plantea el interrogante de si para que esta
disciplina pueda comenzar no debe existir con anterioridad una convicción, una
tan imperiosa e incondicional que se sacrifica a sí misma todas las demás
convicciones. Como se ve, también la ciencia descansa en fe; una ciencia
"exenta de supuestos" no existe. La pregunta de si es menester la verdad no
sólo debe estar contestada afirmativamente, sino contestada así en un grado
que exprese el axioma, la creencia, la convicción de que "nada es tan
necesario como la verdad y en comparación con ella todo lo demás tiene tan
sólo un valor secundario". Esta voluntad incondicional de verdad, ¿qué es? ¿Es
la voluntad de no dejarse engañar? ¿Es la voluntad de no engañar? Pues cabe
interpretarla también en este último sentido, siempre que en la
generalización; "no quiero engañar" o, se incluya el caso particular "no
quiero engañarme a mí mismo". Pero ¿por qué no engañar? ¿Por qué no dejarse
engañar?  Nótese bien que las razones para no dejarse engañar caen en un
dominio muy otro que las razones para no dejarse engañar; no se quiere dejarse
engañar suponiendo que esto es perjudicial, peligroso y fatal; en este
sentido, la ciencia sería una sostenida cordura, una cautela, una utilidad, a
la cual pudiera objetarse, empero; ¿cómo? ¿El no querer dejarse engañar
realmente es menos perjudicial, peligroso y fatal que el ser engañado? ¿Qué
sabéis a priori del carácter de la existencia como para poder decidir cuál es
más ventajosa, si la desconfianza incondicional o la confianza incondicional?
Y en el caso de que fueran menester tanto la una como la otra, mucha confianza
y mucha desconfianza, ¿de dónde va a derivar la ciencia la creencia absoluta,
la convicción, en que descansa, la convicción de que la verdad es más
importante que cualquier otra cosa, cualquier otra convicción inclusive?
Precisamente esta convicción no puede desarrollarse si la verdad y la
no-verdad revelan en todo momento su utilidad, corno ocurre en efecto. De modo
que la fe en la ciencia, que es un hecho incontrovertible, no puede reconocer
como origen tal cálculo utilitario, sino que debe haberse originado a despecho
de serle demostrada constantemente la inutilidad y peligrosidad de la
"voluntad de verdad", de la "verdad a toda costa". 
¡Oh, qué bien comprendemos esto una vez que hayamos sacrificado fe tras
 fe sobre este altar! De modo que la "voluntad de verdad" no significa; 
"no quiero ser engañado", sino queda otra alternativa; "no quiero engañar, 
ni aun a mí mismo"; y henos aquí en el terreno de la moral.
Ahóndese en la pregunta; "¿por qué no quieres engañar?", sobre todo si parece
-¡como parece en efecto!- que la vida tiende a la apariencia, es decir, al
error, al engaño, la simulación, la ofuscación, la auto-ofuscación, y cuando
la forma grande de la vida siempre se ha manifestado del lado de los más
inescrupulosos. 
Tal propósito es acaso, para decir poco, un quijotismo, una especie de extraño
sentimental; mas pudiera ser también algo más grave: un principio antivital,
destructor… La "voluntad de verdad" pudiera ser una larvada voluntad de
muerte.
 De esta suerte, el interrogante: ¿por qué la ciencia?, se resuelve en el
problema moral: ¿por qué la moral (principios éticos), ya que la vida, la
Naturaleza y la historia son "inmorales"? No cabe duda que el veraz, en este
sentido audaz y último, que presupone la fe en la ciencia, afirma un mundo que
no es el de la vida, de la Naturaleza y la historia; y en tanto que afirma
este "otro mundo", ¿cómo?, ¿no niega por fuerza su antítesis, este mundo,
nuestro mundo?… 
Nuestra fe en la ciencia descansa, en definitiva, en una fe metafísica; que
también los cognoscentes de ahora,  los impíos y antimetafísicos, tomamos
nuestra llama del fuego que ha encendido una fe milenaria, ese credo
cristiano, que fue también el credo de Platón, según el cual Dios es la verdad
y la verdad es divina… Pero
¿y si precisamente este credo se desacredita cada vez más; si ya nada resulta
divino como no sea el error, la ceguera y la mentira;  si Dios mismo se revela
nuestra más inveterada mentira?». 
 


FRIEDRICH NIETZSCHE 


LOS FILÓSOFOS Y SUS TEXTOS:
http://usuarios.lycos.es/Cantemar/alfalista.html
.

 


En lo primero que Aristóteles define a Dios
como la "suprema causa" y el "motor fundamental del Universo". Entre sus obras
principales, además de la metafísica, como teoría de las causas primeras, está
su : "De Anima" o "Del Alma", que es el primer tratado científico de la
filosofía y de la psicología. También inventó la lógica o arte y ciencia del
pensamiento correcto que distingue los falsos modos de razonar como los
Sofismas y los Paralogismos y la falacia comprendida en sus libros.


Fue Aristóteles quien introdujo la denominación
de Etica para designar lo concerniente a los principios del bien y del mal; y,
de "Filosofía Práctica", para la disciplina que dicta las reglas a que debe
someterse la conducta humana . Según Aristóteles, la virtud es el objeto de la
Etica, mientras que la moralidad lo es de la Filosofía Práctica. Hay, no
obstante, confusiones posteriores debidas a las traducción; así por ejemplo,
CICERON tradujo la palabra griega "ético" a la latina "moralis", y SENECA
llamó a la ética "Philisophia Moralis". Desde entonces aparecen con más
frecuencia estos tres nombres : Etica, Filosofía Moral y Filosofía Práctica ç,
designando, con leves matices de diferencia, la misma disciplina filosófica.
Sin embargo, desde la Antigüedad hasta el presente, la expresión Filosofía
Práctica no se refiere exclusivamente a lo ético, sino que abarca también la
Política, la Economía y el Derecho. 

 



Baruch Spinoza-SER EN SÍ Y
CONCEBIR PARA SÍ

 


La primera parte, titulada De deo (De Dios),
comienza con la definición de la causa en sí (causa sui) como sustancia; es
decir, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra
cosa. Como tal, la sustancia es infinita y comporta, además, una infinidad de
atributos y modos. Ahora bien, la extensión y el pensamiento son los dos
atributos que “el entendimiento percibe de una sustancia como constitutivos de
su propia esencia”. Si la sustancia, como tal, se implica ella misma como
causa de sí, nuestro entendimiento sólo puede concebirla bajo dos especies. En
consecuencia, distingue la extensión y el pensamiento según dos puntos de
vista: en relación con ellos mismos (o forma) no se explican más que por sí
mismos (por sí), son atributos; y según sus determinaciones (o contenido) en
relación con su figura y movimiento (espacio), y la idea (pensamiento), son
modos (o afecciones de la sustancia); además, en el primer caso son infinitos
y en el segundo finitos. Sin embargo, la infinitud de la sustancia no es la
del atributo, por lo que hay que evitar identificarla como intrínseca o como
infinidad de la infinidad (en sí y para sí), lo mismo que las dos infinidades
relativas o eventuales del pensamiento y de la extensión, pues no incluyen su
principio (para sí sin ser en-sí). De lo que se deduce que se limitan a cosas
de la misma naturaleza y que el límite del pensamiento no es, pues, el cuerpo,
como en Descartes, sino el pensamiento mismo (index sui), y a la inversa, en
virtud precisamente de la sustancia (o de Dios), por lo que hay que concluir
necesariamente en la indivisión, la unicidad y la infinitud: “De lo que es
infinito solamente en su género, podemos negar una infinidad de atributos;
pero sobre lo que es absolutamente infinito, pertenece a su esencia todo lo
que expresa la esencia y no envuelve negación ninguna”.

 


Ahora bien, Spinoza completa
la primera prueba de la existencia de Dios, “pertenece a la naturaleza de una
sustancia existir”, haciendo de Dios mismo la prueba de su existencia, pues su
idea se deduce de su autodefinición. Además, “aquello cuya esencia envuelve la
existencia” es la existencia como essentia actuosa o potencia del ser. Pues
si, por ejemplo, tales o cuales triángulos actuales (existencia) no agotan su
idea (esencia), porque presuponen necesariamente la extensión como atributo de
la sustancia que preside su inteligibilidad, negar a Dios supone rechazar la
facultad de conocer o, lo que es lo mismo, negar que una cosa pueda ser
verdadera. Concebir a Dios significa, de entrada, admitirle, y al mismo tiempo
reconocer que su existencia y su esencia “son una sola y misma cosa”, es
decir, una verdad eterna o incondicionada. Pero hablando con propiedad, el
tiempo entendido como sin comienzo ni fin no es aún la eternidad, que tampoco
es la duración sincrónica, siempre oponible al tiempo diacrónico y, como tal,
relativa: la eternidad reside más bien en nuestra inteligencia para entender
una simple y única relación en sí que escapa a esta alternativa. Comprender la
eternidad es concebirse en Dios: “No puede darse ni concebirse ninguna
sustancia fuera de Dios”. La relatividad de los cuerpos y las mentes (o del
mundo y del ser humano), en tanto que se determinan recíprocamente, los
convierte en modos de la sustancia. Y de que Dios comporta el atributo de la
extensión (indivisible) no se deducirá sino su corporeidad, no que sea
corporal (divisible), pues la esencia de los modos no envuelve su existencia,
es decir, la necesidad, la infinidad o la eternidad de la sustancia. Los modos
sólo pueden definirse relativamente en el tiempo o en la duración, allí donde
la sustancia se autodefine o se deduce de su propia definición (ipsum esse).
Así, “por la duración sólo podemos explicar la existencia de los modos; la de
la sustancia se explica por la eternidad, que es el goce infinito del existir,
o (forzando el latín) del esse”. Spinoza distingue entonces entre la natura
naturans (la sustancia y sus atributos) y la natura naturata (los modos), que
equivale a lo que llama Deus sive natura (Dios o la naturaleza). Por un lado,
con respecto a la natura naturans, o a su esencia, el modo es infinito o
eterno, mientras que en relación a la natura naturata es finito. Como
consecuencia, el entendimiento (o la concepción) y la voluntad (o la
realización) de Dios son una sola y misma cosa para el pensamiento, mientras
que en la teología tradicional el entendimiento divino parece preceder a la
voluntad. En el universo spinoziano, la cuestión de la prelación de Dios en el
mundo no tiene lugar, pues pensar la sustancia es al mismo tiempo,
necesariamente, deducir y producir las ideas y las cosas del mundo, de tal
manera que el orden de las ideas (o de las causas) es el de las cosas (o los
efectos). Ocurre lo mismo con el conocimiento, que consiste en comprender las
cosas a través de los atributos y los modos, y nada más.