El dinero es lastre, el tiempo es vida

¿Por tenemos cada vez menos tiempo para las cosas verdaderamente importantes de la vida?

 

Es
verdad que había estudios, años 60 y 70, que hablaban de un ser humano que en
el año 2000 estaría liberado por las máquinas, por la tecnología, que
trabajaría pocas horas a la semana, y que el resto del tiempo lo emplearía en
el ocio y en su desarrollo personal.

Esos estudios de prospectiva debían estar
haciéndose realidad hoy día, ¿qué ha pasado?, ¿qué ha sucedido para que a
comienzos del siglo XXI tengamos un desarrollo tecnológico mayor aún de lo
previsto, y que al mismo tiempo superemos muchas veces las ya 8 horas diarias
que ponían límite a la entonces industrialización deshumanizada de inicios
del siglo XX?

Tanto
el proceso de automatización, como la dotación de conocimiento a las máquinas
-los ordenadores- no han conseguido cambiar las condiciones laborales, y nos
adaptamos a nuevas condiciones productivas, que surgen de un nuevo marco
cultural, cuyo exponente máximo sigue siendo el progreso.

El progreso se
alimenta básicamente de la suma de tecnología y tiempo, pero ahora hemos
acelerado los tiempos y necesitamos mucha técnica y mucho más tiempo para
llegar al mito del eterno progreso social o postmodernidad.

Hoy
curiosamente cada vez tenemos menos tiempo, no sólo para vivir o disfrutar (eso
se ha olvidado), sino que el propio trabajo consiste en un encadenamiento de
falta de tiempo constante que funciona con la falsa y perversa ilusión que con
más tiempo –dedicación- se soluciona ese déficit.

Dicen que en EEUU esa
inversión de no tener tiempo, no tener vida durante 40 años se compensa porque
después de esa edad ya puedes disfrutar de la vida al tener los recursos
suficientes, un poco cansado y cascado por el sprint pero la clase media alta se
lo permite.

En el mundo latino lo gastamos antes y como poco necesitamos 15 años
más, y tal y como están las cosas eso no garantiza nada de disfrute tranquilo
de la vejez.

Hoy
la revolución social consiste en ganar el tiempo ahora, el eslogan sería:
“perder dinero para ganar tiempo”. Pero antes debemos tener claro que si
tomamos ese camino es porque ansiamos menos, necesitamos menos o invertimos en
otra manera de vivir. Difícil opción cuando colectivamente asistimos a la orgía
del consumismo, y sólo nos queda invertir en ilusiones futuras.

La
bajísima natalidad española concuerda con nuestro precario mercado laboral,
caracterizado por la demanda de grandes cantidades de tiempo y poco dinero a
cambio. Hoy ser moderno y joven significa por tanto, donar hasta tu última gota
de tiempo a esta externalidad monstruosa,
para dejar así tu interior un poco más vacío.

Si
preguntamos a nuestros mayores, estigmatizados y apartados como sujetos no
productivos, podrán devolvernos gustosamente algo más de vida, algo más de
tiempo. El tiempo de los sabios, el tiempo de la contemplación como esencia de
nuestra civilización, ¿ingenuidad de los clásicos o ironía de la historia
que nos conduce a la postestupidez?.

 

 

 

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