Quiero compartir con ustedes algo
que a todos nos serviría de aliento todos los días, y que todos tenemos la
capacidad y la bendición de poder ofrecerlo,
Parece mentira como unas pocas y
simples palabras y gestos pueden lograr influir tanto en las personas. Vivimos
en un mundo tan acelerado, tan individualista, tan materialista, que olvidamos
constantemente los pequeños detalles que le ponen sabor a la vida propia y
ajena.
¿En cuántos momentos de nuestra existencia no hemos anhelado
un pequeño gesto que, dado a tiempo, nos hubiera iluminado el día y nos hubiera
permitido “recargar las baterías” y hacer más llevadera nuestra carga?
Y esto todos los
sabemos.
Te cuento algo de lo que cuenta Oscar:
Mi antiguo jefe, Edgar, tenía esa virtud. Cuando en
determinadas épocas del año el exceso de trabajo nos asfixiaba, obligándonos a
quedarnos más tarde de lo habitual, él llegaba a alentarnos con sus palabras o
simplemente se acercaba y nos daba una palmadita en la espalda, sin agregar
mayor comentario. ¡Y cuánto agradecíamos esta simple expresión! Y no crean que
era porque le sobraba tiempo. No. Él era el primero que se arrollaba las mangas
de su camisa en estos periodos de intenso trabajo, pero te diré algo todos con
esa simple muestra de afecto todos trabajamos muy a gusto.
¿Cuándo fue la última vez que elogiaste a una persona? Y lo
peor de todo: ¿cuándo fue la última vez que lo hiciste con alguno de los
miembros de tu familia? Parece mentira, pero es en nuestro propio hogar donde
acostumbramos ser mezquinos con las palabras de elogio. El padre sale bien de
madrugada hacia el trabajo, retornando cansado a altas horas de la noche,
obteniendo el sustento necesario para mantener a su familia y poder brindarle
educación a sus hijos. ¿Alguna vez, como hijo, le ha dicho “Papá, gracias
por tu esfuerzo”? La madre, si es que no trabaja fuera del hogar, debe
estar lidiando todo el día con las labores domésticas, haciéndose tan
“polifuncional”, que al final no sabe uno en realidad en cuántas partes tuvo
que dividirse para salir adelante. Y en esa ardua tarea, tan a menudo silenciosa…,
¿quién al menos le ha expresado: “Gracias, mamá, por todo lo que haces por
nosotros”? A los hijos se les reprocha en forma constante su mala
conducta, pero el día que se portaron bien…, ¿se les dijo alguna palabra de
reconocimiento por ello?
Y todos tenemos algo muy dentro que llevamos dentro como Rosario que comparte esto con
nosotros algo muy intimo.: Hace ya
varios años mi hermana María murió de cáncer a los catorce años de edad. Fue
algo fulminante e inesperado. ¡Y cuántas veces he deseado haber tenido el
tiempo suficiente para decirle continuamente lo orgulloso que estaba de ella y
lo mucho que la amaba! ¿Por qué el ser humano tiene que guardarse sus elogios
con los seres que más ama? ¿Para qué tenemos que almacenar esas palabras tan
importantes en nuestro interior, hasta el momento en que esa persona abandone
este mundo y ya de nada valga decirlas?
¡Qué poder tan grande tienen las palabras! ¡Y como pueden
transformarle el día a una persona, ya sea en forma positiva o negativa!
Por eso, aprendamos a darles valor. Dejemos de lado las
frases hirientes y vacías, y empecemos a brindar mayores palabras de afecto y
estímulo a aquellos seres con los que convivimos día con día, ya sea en nuestro
hogar, trabajo, estudio o grupo social. Pero tómese en cuenta que no se trata
de elogiar por elogiar. Se trata de brindar un reconocimiento sincero a las
personas por aquellas acciones, aparentemente sin relevancia, que son dignas de
alabanza y que de alguna manera han tenido un gran peso para nosotros.
Es el
momento oportuno para empezar. Y que mejor forma de hacerlo que con nuestra
propia familia. Estoy seguro que, como el amigo indigente, desarmarás a más de
uno con tus palabras…
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