Dice San Alberto Magno que existen tres géneros de plenitudes: “la
plenitud del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y
la de la fuente, que crea, retiene y da”. ¡Qué tremenda verdad!
Efectivamente,
yo he conocido muchos hombres-vaso. Son gentes que se dedican a almacenar
virtudes o ciencia, que lo leen todo, coleccionan títulos, saben cuanto puede
saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su
almacenamiento: ni reparten sabiduría ni alegría. Tienen, pero no comparten.
Retienen, pero no dan. Son magníficos, pero magníficamente estériles. Son
simples servidores de su egoísmo.
También he conocido hombres-canal: es la gente que se desgasta en palabras,
que se pasa la vida haciendo y haciendo cosas, que nunca rumia lo que sabe,
que cuando le entra de vital por los oídos se le va por la boca sin dejar
pozo adentro. Padecen la neurosis de la acción, tienen que hacer muchas cosas
y todas de prisa, creen estar sirviendo a los demás pero su servicio es, a
veces, un modo de calmar sus picores del alma.
Dan y no retienen. Y, después de dar, se sienten vacíos.
Qué difícil, en cambio, encontrar hombres-fuente, personas que dan de lo que
han hecho sustancia de su alma, que reparten como las llamas, encendiendo la
del vecino sin disminuir la propia, porque recrean todo lo que viven y
reparten todo cuanto han recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin decrecer, ofrecen
su agua sin quedarse secos.
Nosotros -¡ah!- tal vez ya
haríamos bastante con ser uno de esos hilillos que bajan chorreando
desde lo alto de la gran montaña de la vida.
Enviado por Marco Antonio. ¡Muchas
gracias!