Los caminos espirituales de religazón, indican
frecuentemente qué se debe adorar y qué temer. Es probable que también a través
del temor la sociedad evolucionara del matriarcado al patriarcado.
Por el temor muchos guías espirituales juzgaron como “mal
camino” las acciones que no coincidían con sus filosofías de vida. Mediante el
temor las religiones controlan a sus fieles.
Sabemos que la religión ha
sido uno de los métodos de control social, y el temor su herramienta más eficaz
y contundente. Así es como Dios ha aparecido a lo largo de la historia como un
ser vengativo, despiadado, interesado.
También el derecho y la
medicina en los primitivos estados, resultaban ser métodos de control social,
manipulando por temor a los individuos. En estos casos, el temor era perder la
libertad, el patrimonio, la salud, la vida.
Con la secularización,
podemos pensar que el patrimonio de la coerción por temor quedó en manos del
Estado; pero ello no implica haberlo sustraído absolutamente del ámbito de la
religión, quien aún detenta una importante porción de poder, que en muchos casos
resulta superior ó igual a la del Estado.
En actitud espiritual
primitiva la gente aceptaba las enseñanzas de muchas iglesias basadas en el
“temor a Dios”, enseñanzas impartidas por fanáticos religiosos, también ellos
bastante aterrados y aterradores (Bergman nos ha mostrado este estilo de
predicadores, siendo él mismo hijo de uno de ellos).
Algunas teologías que se
centraron excesivamente en la confesión no mitigaron el miedo, sino que lo
exacerbaron planteando que Dios nos castigaría por nuestros pecados, a no ser
que los confesáramos.
Confesión mediante, el fiel
estaría a salvo, puesto que Dios a través de sus ministros daría el perdón.
La absolución, entonces, llega por medio de los sacerdotes que dan al pecador
“penitencias” a cumplir, que en general consisten en oraciones.
Algunos fenomenólogos de la
religión, consideran que la confesión reguló durante mucho tiempo gran parte de
la vida de los poderes dirigenciales de las sociedades menos secularizadas,
antes de la crisis que planteó Lutero. Se pudo manipular desde el temor, cuando
se enfatizo en la predica que era pecado no confesarse; que todos debían hacerlo
al menos una vez al año. Caso contrario, Dios se enfadaría.
La confesión – y el
subsiguiente perdón – evitaba la condena eterna del pecador. Esta normas y
sanciones tuvieron su correlato no deseado, en que muchos fieles-pecadores,
creyeron que podían cometer las mayores aberraciones, puesto que luego podrían
confesarse y obtener el perdón.
El temor pudo corroer
conciencias, con la secularización y para los nuevos espíritus rebeldes al
paternalismo tenia poco sentido seguir asustando a quienes asistían a los
templos. Los que abusaron de las pedagogías del miedo algunas veces utilizaron
la figura de las almas del purgatorio (similar al infierno, pero no eterno).
Dios sancionaba con
sufrimiento a cada pecador, basándose en el número y tipo de pecados cometidos;
así el fiel iría al infierno ó al purgatorio. Los pecados se clasificaron en
mortales y veniales. Los pecados mortales enviarían directamente al infierno, si
no se confesaban antes de morir.
Por temor los fieles
participaban masivamente de la liturgia; la doctrina del purgatorio incluía
también una alternativa para evitar el sufrimiento de almas que saldrían de allí
rápidamente si sus seres queridos ofrecían misas por ellos. Esta resultó ser la
teología de las indulgencias, cuestionada por Lutero, pues había indulgencias
especiales que liberaban del purgatorio.
En algunos casos los
castigos celestiales podían suspenderse, en la medida que los fieles
contribuyeran económicamente con la Iglesia; por ejemplo la indulgencia plenaria
era muy onerosa, pero garantizaba no pasar por el purgatorio; en fin, resultaba
un “pase libre y directo” al cielo.
Ese favor especial de Dios
estaba disponible para pocas personas. Así se profundizaron diferencias,
subrayándose una piedad de ricos y pobres, ahondándose frustraciones,
resentimiento y enfrentamientos entre masas y elites con poder.
Como señalan autores
clásicos: la religión fue causa en no pocos casos de mucha neurosis y malestar
en nuestra cultura, sobre todo cuando la religazón que se pretende no es natural
sino compulsiva, más por presión o miedo que por amor.
En general la actitud
sectaria quiere proponer un remedio al miedo, a la angustia y la desorientación
de la gente, pero a veces recurren a normas y obligaciones severas que sólo
retroalimentan ese espíritu sectario que pretenden soslayar.
Se puede afirmar que muchas
iglesias cristianas tienen actitudes sectarias. Como señala Drewermann: “La
religión debería incitar a los hombres a hablarse unos a otros, a intercambiar
recíprocamente sus intimidades.
Pero en vez de eso, la
religión oficial establece un sistema de verdades administradas sin
consideración por el hombre, que se ve privado, por decirlo de alguna manera, de
su propia responsabilidad espiritual.”
“El miedo, muchas veces, nos
impide que hablemos con franqueza. Cuando los hombres se sientan en la “cátedra
de Moises” e inculcan la idea de que la verdad de Dios solo se revela a través
de ellos, entonces aparece el autoritarismo y el abuso espiritual.
Pueden afirmar que sólo
ellos tienen “la autoridad” dada por Dios para ser sus representantes. Pero como
el propio Jesucristo denunció, “atan cargas pesadas y las echan sobre los
hombros de la gente” (Mateo 23:4).
Ignoran el derecho básico de
la persona para que progrese en conocimiento, en el uso de su propia conciencia
y en su libertad cristiana (Hebreos 5:14; Gálatas 5:1).
La idea de que uno tiene que
ser leal a su “organización”, a su “iglesia” o a su “patria” más bien que a su
conciencia, puede ser una trampa que coloque a los seres humanos en posiciones
bien contrarias a la ética.
El argumento de la
“obediencia debida” se oyó una y otra vez en el juicio de Nüremberg, Alemania y
Argentina, pero no fue óbice para que la mayoría de los militares genocidas
recibieran severas penas por parte del tribunal.
El espíritu de aquellas
sentencias dejó claro que todos tenemos una responsabilidad moral ante nuestras
propias conciencias y ante el resto de la humanidad. Cuando se es además
creyente, se sabe que todos somos individualmente responsables ante Dios.
El filósofo español José
Luis López Aranguren dijo que cada uno de nosotros se muestra según la clase de
Dios que tiene. En demasiadas ocasiones se olvida que la clase de Dios que Jesús
mostró fue la de un “Padre” amoroso.
No es el autoritarismo
inmisericorde; se trata de un Padre que se rige por “ley del amor”, procurando
el bien de todos. Por eso, más allá del tiempo, todavía resuenan vitales las
palabras del fiel profeta, al reflejar el más firme deseo del Creador: “Porque
yo quiero amor, no sacrificio; conocimiento de Dios, más que holocaustos.” Oseas
6:6.
En general la predicación
que puso su énfasis en el miedo suscitó más adicción religiosa que fe. Como
señalo una editorial de la revista argentina “Criterio” de hace mas de veinte
años, el miedo silencia lo que debería hablarse en la iglesia que pasa por
Argentina y de otras iglesias que solo perciben el malestar cuando hay
emergentes patéticos imposibles de soslayar.
Las actitudes que pueden
evidenciar el daño de la pedagogía del miedo y que hablan de adicción religiosa
son: la incapacidad para pensar, dudar o cuestionar la autoridad o las
informaciones recibidas; creencia basada en la vergüenza de no ser
suficientemente bueno; pensamiento simplista y dogmático (sólo hay blanco y
negro); pensamiento mágico (Dios resolverá el problema); perfeccionismo,
adhesión rígida y obsesiva a reglas, códigos y principios; tendencias a juzgar
inflexiblemente a los demás; tendencia a rezar, acudir a lugares sagrados en
forma compulsiva; propensión a contribuir financieramente en forma desmedida con
la iglesia; etc.
Ahora bien, deberíamos
explorar cómo evolucionar sobre el miedo, e intentar hallar caminos para pasar
del miedo al amor. Siempre que se profundice en la intimidad y el diálogo desde
los reales sentimientos, se logrará crecer en aquella experiencia de Dios Uno y
Trino.
Esta experiencia jubilosa estuvo presente y lo está en muchas iglesias. Solo
ella habla de aquel amor que no compara, que no se pone por encima, que disfruta
lo diverso, así lo revelaron personalidades como la de Francisco de Asís.
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