El estrés, al igual que un
gran número de enfermedades, es altamente “contagioso”. Si los adultos no
entienden esto, pueden correr el riesgo de transferir su tensión y ansiedad a
sus hijos, lo que, a menudo, provoca resultados calamitosos. Los chicos pueden
“infectarse” del estrés de sus padres -al igual que sucede con cualquier otro
problema de salud-, incluso cuando la causa del estrés en cuestión, no implique
directamente al niño.
Existen evidencias científicas que demuestran que la capacidad y la memoria de
los chicos se puede ver seriamente afectada por la tensión y el estrés parental,
que puede incluso alterar los niveles de crecimiento hormonal en los más chicos.
Si bien es cierto que en las actuales condiciones económicas es casi imposible
eliminar la tensión de la vida diaria en los adultos, no menos real es que se
puede reducir drásticamente su impacto en los hijos, protegiéndolos así de sus
peores efectos.
El estrés y nuestros hijos
La sensación de seguridad, de un niño, fundamental para el correcto desarrollo
de su infancia, se basa en la creencia que sus padres tienen todo bajo control.
De hecho, las investigaciones han demostrado que incluso los bebés pueden
detectar cuando sus padres están fuera de control.
Por su parte, los chicos más
grandes detectan muy fácilmente los sutiles cambios en el humor de sus padres.
Saber esto es fundamental para comenzar a tomar medidas al respecto, que deben
ser intensificadas cuando se detecte que los hijos también se encuentran tensos.
Lo más importante, será reducir desde el primer momento la lógica agitación de
los mismos frente a situaciones familiares conflictivas.
Cuando un adulto se encuentra estresado, automáticamente se transforma en una
persona menos tolerante. Si uno entiende que efectivamente tiene menos paciencia
durante los momentos de tensión, debería reducir sus expectativas en esos
momentos, con respecto al comportamiento de su hijo.
Acepte que su pequeño puede
no querer comer una comida en cinco minutos, sin hacer algún tipo de lío, o que
su hija adolescente no va a pasar menos de media hora en el teléfono, charlando
con sus amigas. Todo esto puede ser suheto de discusión, pero no en el momento en que usted se
encuentra tensionado.
Cómo reducir la tensión
Reduzca en su casa el impacto del estrés producido por el trabajo, intentando
hacer algo agradable en el período comprendido entre el momento en que deja su
trabajo, y la llegada a su casa. Un break entre el trabajo y su hogar,
predispondrá mejor su mente y alma, y sus hijos se beneficiarán mucho.
Una vez
que arribe a su casa, intente no ocultar ningún problema que se haya producido
en su trabajo, ya que sus hijos detectarán que algo anda mal, y les incomodará
no saberlo. En su lugar, hágales un resumen del problema, sin magnificar nada, y
cambie rápidamente de tema.
Trate usted mismo de no fijarse metas inalcanzables, que sepa que lo conducirán
a un alto grado de tensión. De hacerlo, la presión será inevitablemente
transferida a sus hijos. Asuma que usted no tiene por qué ser perfecto, y que
sus hijo estarán más felices y en paz si usted mismo lo está.
Trata de que su rutina sea los más simple, sencilla, y distendida posible,
siempre muy en familia. Establezca una vida diaria regular y previsible, para
que todos sepan qué se espera de usted y de los demás. Una rutina regular,
reducirá al máximo la tensión de todo su alrededor.
Dele a sus hijos todo el tiempo que necesiten para hablarle sobre sus dudas,
problemas y conflictos. Escuche, preferentemente sin interrumpirlos. La sola
atención, sin consejos moralistas, puede ser todo lo que ellos estén
necesitando.
Signos de alarma
Finalmente, esté siempre alerta al estrés que ya puedan haber adquirido sus
hijos, teniendo en cuenta todas las sutiles señales que señalan esto. Las
señales de peligro tienden a entrar en estas cuatro categorías principales:
1. Hiperactividad
Jugar más de lo habitual, es un claro signo de que el chico está buscando
atención. Posiblemente el niño esté deseando que sus padres se fijen más en él
que en sus propios problemas.
2. Ansiedad
Aferrarse demasiado a los padres, gritar, gimotear, o tener problemas para
conciliar el sueño, son todos indicadores de que su hijo puede estar afectado
por el estrés. Los hábitos nerviosos son también un indicador bastante preciso
de la presencia de esta enfermedad.
3. Desgano y retraimiento
Un niño puede mostrar síntomas de desgano y retiro mirando TV o jugando a la
computadora excesivamente, para simplemente evitar introducirse en algún
conflicto parental. Temor a concurrir a la escuela es otra muestra de esto
mismo.
4. Enfermedades psicosomáticas
Un niño puede acusar constantes dolores de cabeza, de pecho o de estómago sin
causa evidente, lo que demuestra que estas son psicosomáticas. Esto es a menudo
una indicación de que ellos han absorbido la tensión de sus padres.
Es fundamental que, como persona responsable, esté enterado de cuáles son las
circunstancias individuales que dan lugar a su propia tensión y ansiedad (para
lo cual podría llegar a necesitar un terapeuta). Haciendo esto, también podrá
reducir al mínimo los efectos que estas situaciones tengan en sus hijos.
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