Hidrógeno: ¿la energía del futuro?

La desaparición del petróleo a puesto al mundo ante un desafío: desarrollar una nueva fuente de energía que sea capaz de suplantarlo y que se muestre menos agresiva con el medio ambiente. ¿Es el hidrógeno la energía que se viene?

Vivimos en la sociedad de consumo y despilfarro de energía. Nada de la civilización contemporánea sería viable sin energía barata y abundante. Nuestra sociedad es adicta al petróleo, sustancia que reina sobre la sociedad, la política internacional y la guerra desde el inicio del siglo XX, cuando Winston Churchill ordenó convertir la flota real del imperio británico del carbón al petróleo.  

Desde entonces, y particularmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, esta adicción mundial ha crecido exponencialmente, hasta tal punto que podemos denominar este período de la historia como la Edad del Petróleo. 

El mundo está frente a una crisis energética seria. Se avanza hacia la sustitución de la fuente de energía que movió al planeta durante cerca de dos siglos por una incierta combinación de formas de energía, alguna de ellas consideradas “no convencionales”.  

Esta situación creó una zona gris, colmada de incertidumbres, alimentadas por factores tales como la falta de conocimiento preciso sobre las reservas de petróleo existentes, la paralización en muchos países de la exploración, los conflictos bélicos en regiones claves del mundo, y la falta de disponibilidad de una única forma de energía sustituta.  

A estas cuestiones objetivas, debe sumarse también cierta indefinición o confusión originada en intereses especulativos que se benefician con la situación. No sorprenderá por eso que la energía hidroeléctrica esté recibiendo un renovado interés a nivel mundial.  

Pero sí a muchos les resultará sorprendente saber que la hasta hace poco desprestigiada energía nuclear logró ya un importante impulso: muchos países europeos están revisando su plan de los años ochenta, tendiente al cierre de plantas nucleares; Francia y Finlandia, por ejemplo, tienen proyectadas nuevas centrales. China, por su parte, planea construir 30 nuevos reactores nucleares en los próximos diez años. 

Sin embargo, en tanto la energía nuclear como la hidráulica contribuyen al mantenimiento del sistema eléctrico a través de redes interconectadas, no darán solución directa a la necesidad de energía para el trasporte (que consume el 75% de los combustibles derivados del petróleo).  

Más aún, seguirá sin resolverse el problema de la falta de energía para pobladores que permanecerán aislados energéticamente de los centros urbanos, debido a que razones económicas hacen inviable la llegada de la red hasta ellos.  

Si a estos motivos le sumamos la necesidad garantizar que las formas de energía que sustituyan al petróleo sean menos contaminantes y no empeoren el cambio climático, pasan a ser claves las energías limpias, tales como la eólica, la solar, la geotérmica, y la mareomotriz.  

Todas éstas son formas de energía primaria, requieren ser almacenadas de alguna manera para poder disponer de ellas en cualquier momento o a distancia de la fuente. Un modo de acumular energía del viento, por ejemplo, es obtener con ella una sustancia que la almacene en las uniones químicas que mantienen próximos a sus átomos.  

Es aquí donde cobra importancia el hidrógeno (más precisamente, el dihidrógeno), una sustancia siempre, gaseosa, la más liviana de todas las conocidas. El hidrógeno es combustible que se quema con el oxígeno del aire proporcionando una gran cantidad de energía y formando agua como único producto.  

A igual masa, la combustión de un derivado del petróleo produce menos energía y, además de agua, forma dióxido de carbono, el reconocido gas responsable del efecto invernadero.  

La industria química conoce bien y desde hace mucho tiempo cómo fabricar hidrógeno. Una de las tantas formas es a partir del agua.  

El proceso se puede simplificar así con la energía eólica: un molino usa la energía del viento para obtener electricidad; ésta se emplea para descomponer el agua de un lago para obtener dihidrógeno, el que puede almacenarse comprimiéndolo (en recipientes similares a los que se emplean para el gas natural comprimido).  

El combustible puede transportarse o dejarse en espera hasta que se lo necesite. El conjunto de estas etapas constituye el llamado vector hidrógeno.  

El uso más eficiente del hidrógeno se consigue cuando con él se hacen funcionar dispositivos llamados pilas de combustión. Cuando estas pilas se alimentan con hidrógeno y con oxígeno del aire, producen energía eléctrica. La potencia que puede obtenerse de esta manera depende de varios factores.  

Baste aquí decir que las pilas de combustión pueden utilizarse para un dispositivo portátil (por ejemplo, una pequeña PC), para hacer funcionar vehículos (autos, autobuses) o para proporcionar energía a una vivienda unifamiliar, un barrio, etc. 

El fin de una fiesta 

Sabemos quién toda fiesta llega a su fin y también la del petróleo. En primer lugar, porque la disponibilidad del mismo se acaba y, además, porque los efectos del despilfarro de energía, en forma de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, ya están modificando en forma tangible y significativa uno de los principales recursos comunes de la humanidad: el clima.  

Esta modificación de la composición atmosférica tiene severos efectos colaterales que afectan la disponibilidad del agua, la salud, la producción de alimentos y también los sistemas naturales que regulan el estado de equilibrio dinámico del planeta. Tamaña crisis requiere soluciones de fondo.  

Es necesario reducir y luego eliminar la dependencia de nuestra civilización de los hidrocarburos, para minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero.