Nací
el 7 de octubre de 1908 en Lublín (Polonia) en una familia muy humilde. Mi
padre, que era muy apegado a los preceptos de la religión, se dedicaba a la
encuadernación de libros religiosos, así que sus ingresos económicos era muy
escasos.
A
los 5 años empecé a concurrir al “jeder” (escuela religiosa judía), en
donde se aprendían los preceptos, a rezar y el alfabeto hebreo.
A los 7 años
ya sabia de memoria las principales oraciones y estudiaba el Jumash, que son los
cinco libros de la Tora (los cinco primeros libros de la Biblia).
En
1914 estalló la Primera Guerra Mundial, y Polonia fue invadida primero por
Rusia y luego por alemanes y austríacos. Lublín fue ocupada por éstos últimos
durante un largo tiempo, y allí comenzó el problema de la alimentación.
El
gobierno implantó el racionamiento, otorgando bonos a la población que se podían
canjear por cierta cantidad de alimentos por persona, así como por artículos
de primera necesidad como carbón y querosén.
Estos
elementos se entregaban sólo en los almacenes autorizados por el gobierno y no
todos los días, por lo que al enterarse que tal día entregarían tal o cual
articulo se formaban grandes colas desde la tarde anterior hasta las 8 de la mañana
del día siguiente, cuando abrían las puertas.
Así y todo era difícil
conseguir algo, porque a la mañana venían los atropelladores y los acomodados
y recibían primeros la mercadería, y los que hicieron la cola durante 12 o 15
horas se iban con las manos vacías.
A
mi padre lo llevaron a la guerra y mi madre quedó sola con tres chicos. Como yo
era el mayor (tenia 6 años, aunque era alto y aparentaba más), no tenia otro
remedio que ponerme a mí a hacer la cola parte del tiempo.
A veces conseguía
algo y muchas veces anda, pero al ver como los atropelladores se aprovechaban me
rebelé y le dije a mi madre que no haría más colas.
Así
comencé a levantarme muy temprano, iba y me ponía enfrente del negocio o
panadería, y cuando abrían me lanzaba corriendo entre los amontonados y me metía
entre sus piernas.
A veces revoleando gente por el aire, llegaba hasta la puerta
(que estaba cerrada y atendían por una
ventanilla), me levantaba y conseguía comprar lo que vendían.
A veces conseguía
hacer 2 o 3 operaciones semejantes en una mañana, mi madre me esperaba en la
esquina, le entregaba lo que había conseguido y corría a otra calle en que
vendían para ver si podía hacer lo mismo.
Así
me convertí, a los seis años, en el proveedor de la casa.