Quien más, quien menos,
todos creemos tener el mejor método de organización para nuestras cosas. Y el
no lo tiene le pregunta a un amigo, o espía cuando va de visita a algún lado
esperando birlarse la manera perfecta, esa que otorgue rapidez, tranquilidad y
eficacia a la hora de encontrar lo que se busca. Pero a veces, que la casa esté
en orden no alcanza para que la música también lo esté.
Existen todo tipo de amantes
de la música. Están los coleccionistas, que probablemente recurran a formulas
matemáticas para organizar sus discos (aunque quizás no les quede otro remedio…
¡los tienen de a miles!). Están los especialistas, los que tienen discografías
completas de algunos artistas y conocen su vida y obra, pero si los sacan de su
coto privado tienden a desorientarse. También los hay criteriosos, que no
tienen su casa atiborrada de CDs pero pueden hacer pasar más de un mal rato a
cualquier vendedor con aires de experto. O los históricos, que atesoran sus
vinilos como oro aunque los visitantes ocasionales a su guarida la califiquen
de museo.
Para ellos, y para los
principiantes con aspiraciones a más, o los que se dejan llevar sin traumas por
las melodías de moda en la radio, nunca están de más algunos consejos.
Empezar por el principio
Si se quiere empezar un
ordenamiento meticuloso, nada mejor que hacerlo por oren alfabético. No importa
si es por intérprete (más recomendable) o por título. MSi a esto se lo
transcribe a un archivo de computadora, mucho mejor. Puede ser un simple
archivo de texto, un documento, o una base de datos si se quiere más
sofisticación. Para empezar con esto basta, más adelante se podrá profundizar o
modificar este bosquejo inicial.
La ventaja de la base de
datos es que se con ella se pueden realizar búsquedas combinadas: toda la discografía
de un intérprete, todos los discos editados en un año determinado, todas las
versiones que tenemos en nuestro poder de cierta canción y más en ese estilo.
Incluso hay algunos programas que fueron diseñados especialmente para llevar un
seguimiento de colecciones de películas o discos. Es cuestión de perder un rato
en Internet y ver cuáles son las opciones que tenemos.
Pasando al aspecto de la
distribución física de nuestros discos, se puede agregar un matiz a lo obvio.
Luego de separar prolijamente nuestras pertenencias musicales en LPs (discos de
vinilo), casetes y discos compactos, nos tenemos que hacer una pregunta
crucial: ¿cuánto de todo ese material viejo realmente volveremos a escuchar? O
más aun: ¿cuánto sigue todavía en condiciones de ser escuchado?
Música que ocupa lugar
Luego de recuperarnos de una
eventual “limpieza” que puede ser dolorosa (aquellos no afectos a desprenderse
de sus cosas quizás hasta se resistan a tirar un viejo LP que enfrenta su
suerte en varios pedazos), conviene que guardemos lo que todavía nos sirve en
un lugar seco y templado. Tanto la humedad como el calor son nuestros enemigos
número uno en este caso y, dado un tiempo prudencial, pueden hacer estragos.
Otra cosa a tener en cuenta
es no situar nada pesado sobre nuestros discos. Para decirlo en pocas palabras:
cuanto más cerca del piso estén nuestros discos, mejor. Quizás no sea lo más
cómodo, aunque sin duda será lo mas seguro. Los estantes colgados de la pared
pueden “adornar” el cuarto, pero cuanto más largo sea el trayecto hacia el piso
(y, créanlo, los discos tienden a caerse de nuestras manos de cuando en
cuando), más flacas serán las filas de nuestra colección con el tiempo.
Siguiendo con el tema de
conservar en buen estado nuestra música, bien vale seguir un consejo que es
posible sólo ahora, en la era de las computadoras personales. Es sabido que
todos los formatos que soportan música (vinilo, cassette, CD, mini-disc y los
que vendrán) sufren un deterioro con el paso del tiempo. Esto es inexorable,
más allá de los paraísos artificiales que nos venden las publicidades.
La solución para esto,
siempre y cuando se cuente con una PC, es realizar periódicamente copias de
resguardo (backups) de nuestra música. Ya sea en la forma de copias en CD, o
pasándolo a MP3 (formato de audio muy popular en los círculos de amantes de la
informática y que incluso ya cuenta con modelos de reproductores hogareños), es
una manera válida de ahorrarse penurias. Una pequeña salvedad: debemos haber
comprado en su momento la música de la que queremos realizar una copia para que
nuestra acción sea legal. Si no, estaremos infringiendo las leyes de copyright,
y las compañías de discos se lanzarán en picada a nuestra yugular. Pero dejando
de lado ese detalle, es un método bueno y moderno para no correr riesgos.
Y si hablamos de discos
tendremos que referirnos también a los reproductores. Aquellos melómanos
empedernidos suelen tener más de uno en su casa. Para ellos, una buena es
repartir físicamente su colección de discos, no concentrarla en un solo lugar de
la casa. De esa forma, se logra más fácil acceso y se ordena mejor una
colección muy numerosa.
Tanto si se sigue este
consejo como si se lo desecha, recordar que lo mejor es comprar muebles
diseñados específicamente para CDs, casetes o lo que fuera. Nada de andar
apilando discos sobre bibliotecas, mesas o lugares aun menos ortodoxos. Si el
dinero alcanza, se puede diseñar un armario especial con varios cajones donde
se puede concentrar los discos más preciados o los de acceso más frecuente.
Hilando fino
Hay quienes afirman que los
géneros musicales surgieron especialmente para aquellos que se esmeran en
catalogar su colección hasta el mínimo detalle. Por eso, si con el orden
alfabético no alcanza, las combinaciones y subdivisiones que se pueden hacer
son poco menos que infinitas: rock, jazz, clásica, gospel, o Folk son sólo el
principio de un camino que puede adentrarse hasta espesuras impensadas incluso
por el más acérrimo coleccionista. Por ejemplo, el género “banda de sonido” es
uno que ha llegado a tener mucho éxito de ventas en los últimos años.
Al que le gusta el jazz,
puede clasificar sus discos en big band, bebop, cool, hardbop, swing y un largo
etcétera. Los que sepan descifrar que se oculta bajo el amplio manto del rock
apelarán a categorías tales como pop, soul, new wave, punk, hard rock, grunge,
nü metal y hasta se animarán con un par que todavía no fueron inventadas. Los
amantes del blues no mezclarán los discos de Eric Clapton con los de un ignoto
ejecutante de grassroots, o a los bluseros de Memphis con los del Delta.
Los amantes de la música
clásica suelen ser más rigurosos. Para ellos es pecado de muerte que compartan
un mismo espacio las sonatas para piano de
Beethoven con las operas grandilocuentes de Wagner. Puestos a hilar
fino, tomaran en cuenta categorías como período musical (romántico, barroco,
etc.), nacionalidad del compositor (Mozart y Puccini probablemente no se
sientan bien tan cerca), director de orquesta, etcétera.
Y si nada de esto los
convence, aquellos valientes que encuentren el orden en su propio desorden
pueden seguir un consejo que aparece en la película “Alta Fidelidad”. Allí el
protagonista, dueño de una tienda de música y disc-jockey ciclotímico, combate
su aburrimiento tirando todos sus discos en el piso de su departamento y
reordenándolos de manera autobiográfica.
Y la historia personal de
cada uno es muy distinta, claro está. Si nos acabamos de pelear con nuestra
novia, seguramente tenderemos a separar a todas las intérpretes femeninas de
las masculinas. Si nuestros padres nos taladraron la cabeza con Sinatra y a
nosotros nos gustaban los Beatles, rodearemos de flequillos nuestros
polvorientos discos de Frank.
Después de todo, no se trata
de un orden inalterable que hay que respetar, sino de poder encontrar
fácilmente la música que trae alegría a nuestros corazones. De manipular
nuestra colección de música hasta encontrar un orden con el que nos sintamos
identificados. Siempre hay una manera de hacerlo bien.