Cualquier
inversor tiene como premisa la maximización del beneficio, o lo que es lo mismo, ganar el mayor dinero invirtiendo el mínimo posible. Caso contrario, esta persona podría ser un filántropo, o un empresario más interesado en llevar a cabo una idea (que por supuesto, debe ser rentable) que únicamente en maximizar sus beneficios.
Sin embargo, hoy en día existe una categoría que, manteniendo las premisas básicas del inversor (maximizar los beneficios), también incluye la posibilidad de realizar un aporte a la comunidad: “Los fondos éticos”.
De esta forma, a las clásicas transacciones financieras, que incluyen la compra de acciones, títulos, bonos, letes (letras del tesoro), o la inversión en carteras de valores unificadas o diversificadas y en fondos comunes de inversión, se le suma la opción de los “fondos éticos”.
En la actualidad, es posible afirmar que los “fondos éticos” tienen la misma rentabilidad que los fondos tradicionales, pero tienen el valor agregado de ser destinados a empresas o instituciones que cuentan con determinados factores.
En primer lugar, estas organizaciones debe exhibir (de forma clara y detallada) un compromiso real en preservar los derechos de sus trabajadores, de luchar contra todo tipo de discriminación, de respetar el medio ambiente, de pagar impuestos, y de ofrecer productos que contribuyan al progreso de la humanidad, mediante, por ejemplo, la fabricación de bienes alternativos o el desarrollo de energías renovables.
¿Cómo logran la misma rentabilidad?
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Una pregunta que la mayoría de los inversores se podría estar auto formulando, es como hacen estas empresas para poder igualar en beneficios a aquellas que solo tratan de maximizar sus ganancias, sin importarles en que condiciones.
La respuesta está en que estas instituciones “éticas”, suelen comportarse de acuerdo a criterios donde se prioriza la eficiencia y la buena gestión, algo que pocas empresas pueden exhibir, y que sin dudas genera cuantiosas perdidas (la energética Enron, que quebró a fines del año pasado, es un buen caso para ilustrar esto último).
Además, los “fondos éticos” de inversión tienen un contacto más estrecho con las empresas en las que invierten, por lo que pueden monitorear la evolución de los negocios.
En segundo lugar, estos fondos suelen invertir en Pymes (Pequeñas y medianas empresas) que son las que sostienen la economía de un país, y que, además de tener mayor diversidad de rubros, se adaptan fácilmente a los fluctuantes cambios del mercado financiero.
Por otra parte, la mayor parte de ellos tienen amplias cláusulas que posibilitan retirarse de la inversión antes del tiempo estipulado, si es que se detecta algún incumplimiento ético por parte de la empresa, pero también si el inversor esta disconforme con el rumbo tomado por la organización.
Sobre esto último, es necesario dejar asentado que estos fondos no poseen una “garantía ética” asegurada, por lo que no alcanza con realizar la inversión para saber que se está colaborando con la sociedad, sino que es necesario exigir documentación constantemente y controlar de cerca la seriedad de quienes participan en la misma.
Pero lo que queda bien en claro, es que estos fondos fueron creados principalmente para obtener beneficios, y no para hacer filantropía, por lo que deben tenerse muy en cuenta a la hora de intentar maximizar sus ahorros.
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