¿Qué alternativas tenemos? ¿Cuáles son
los instrumentos para que podamos canalizar nuestras inversiones y pensar
nuestro futuro?
El primer paso: el ahorro
El primer punto para pensar está en el
ahorro. La clave es no consumir el
100% de nuestro dinero. Cuando tenemos nuestros propios
ingresos, siempre surge
la posibilidad de separar una porción y ahorrarla. Pero esto no debe ser visto
como algo catastrófico ni conflictivo.
De hecho, un buen consejo para mirarlo
con buenos ojos es considerarlo como “me pago a mí misma”. Y así, poco a
poco, ir ahorrando.
Acto seguido: invertir
Pero
lo ideal es poner a trabajar ese dinero ahorrado. El segundo paso, por tanto, es
la inversión. Hay 4 puntos
esenciales para tener en cuenta con respecto a nuestros objetivos personales:
–
riesgo que estoy dispuesto a asumir
–
rendimiento que yo espero de esa
inversión
–
tiempo que tengo para obtener el
rendimiento esperado
–
liquidez (los activos financieros son
más líquidos que los físicos)
No
debemos olvidar que el riesgo siempre está. Y su relación es directa con el
rendimiento: a mayor rendimiento esperado, mayor será el riesgo que tengo que
asumir. Y relacionando estos dos conceptos con el tiempo: a corto plazo, los
rendimientos son menores.
¿Dónde invierto? Algunas opciones:
Hay
básicamente dos alternativas de inversión: en activos físicos (palpables, como un departamento, tierras, u obras
de arte -son difíciles, luego, de vender-), y en activos financieros
(intangibles), como plazos fijos, cajas de ahorro, bonos, acciones, y fondos
comunes de inversión.
Los
activos físicos tienen un riesgo
relativo (por ejemplo, compro una casa que al tiempo se devalúa porque ponen la
Panamericana sobre mi portal).
Los
financieros, por su parte, necesitan
menos tiempo y tienen mayor liquidez. Las acciones, a pesar de que pareciera lo
contrario (por su gran lugar en secciones económicas de diarios y periódicos),
son los activos menos considerados por el grueso de la población. Su riesgo es
enorme, y la gente generalmente prefiere no jugarse tanto.
Bancos
o entidades financieras proporcionan cajas de ahorro y plazos fijos. La liquidez
de las cajas de ahorro es total, no
requieren un monto mínimo, y el riesgo es muy bajo.
Pero su rentabilidad también
es baja: del 2 al 4%. En cambio, en plazos
fijos el dinero está inmobilizado, pero la tasa es mayor (de 5 a 7%). Y su
monto mínimo depende de la entidad financiera, entre $2000 y $5000. El riesgo
también es bajo, pero el rendimiento, al no tener disponibilidad inmediata del
dinero, es mayor.
Bonos y acciones, por su parte,
corresponden al mercado de capitales. No son emitidos por bancos. Estos
instrumentos están sujetos a fluctuaciones del mercado y cambian de precio
constantemente, porque se cotizan día a día; su rendimiento es variable; y
para invertir en ellos es necesario conocer sobre empresas y mercados.
Los bonos
son un “pagaré” que puede ser emitido por personas, por empresas, o por el
gobierno nacional. Por esta deuda, se paga una tasa de interés variable. Una acción
es algo diferente: una empresa decide abrir su capital y buscar nuevos socios.
Se vende parte de la empresa.
Si yo, por ejemplo, compro una acción, me
convierto en socia de esa empresa. Y, lógicamente, lo que le ocurra a la
empresa se trasladará al precio de mi acción. El riesgo es grande, y el
rendimiento también puede serlo.
Continuará
Fuente: Mujer
bonita