Viví
antaño en Damasco un esforzado campesino que tenía tres hijas.
Un
día, hablando con el cadí, el campesino declaró que sus hijas estaban dotadas
de alta inteligencia y de un raro poder imaginativo.
El
cadí, envidioso y mezquino, decidió poner a prueba a las muchachas.
Las
mandó a llamar y les dijo:
– Aquí hay 90 manzanas que iréis a vender al mercado. Fátima,
la mayor, llevará 50, Cunda llevará 30 y Shia, la menor, llevará las otras
10.
Si
Fátima vende las manzanas al precio de 7 por un dinar, las otras tendrán que
vender también al mismo precio.
Si
Fátima las vende a 3 dinares, ése será también el precio al que deberán
vender las suyas sus hermanas.
El
negocio se hará de modo que las tres logren, con la venta de sus respectivas
manzanas, una cantidad igual.
Y Fátima
no podría deshacerse de ninguna.
Planteado
de este modo, el problema parecía absurdo y disparatado. Vendidas al mismo
precio, 50 manzanas tendrían que producir mucho más que 30 o 10.
Desconcertadas,
las muchachas fueron a consultar a un imán vecino.
Éste,
después de llenar varias hojas con cálculos y números, concluyó:
– El problema es muy sencillo. Vended las 90 manzanas como
les ordenaron, y llegáreis al resultado que os exigen.
Así
lo hicieron y, en efecto, el resultado fue el que les pedían. ¿Cómo es
posible?