Al
concluir la narración de su desgracia, el mercader que encontramos moribundo en
el desierto nos preguntó
-¿Traéis
quizá algo de comer?.
-Me
quedan tres panes -respondí.
-Yo
llevo cinco, dijo a mi lado el Hombre que Calculaba.
-Pues
bien, sugirió el mercader, yo os ruego que juntemos esos panes y hagamos un
reparto equitativo. Cuando llegue a
Bagdad prometo pagar con ocho monedas de oro el pan que coma.
Así
lo hicimos.
Al
día siguiente, al caer la tarde, entramos en la célebre ciudad de Bagdad,
perla de Oriente.
Al
atravesar la vistosa plaza tropezamos con el poderoso Ibrahim Maluf, uno de los
visires.
El
desventurado jeque relató minuciosamente al poderoso ministro todo lo que le habla ocurrido en el camino, haciendo los mayores elogios de sus
salvadores.
-Paga
inmediatamente a esos dos forasteros, le ordenó el gran visir.
Y
sacando de su bolsa 8 monedas de oro se las dio a Salem Nasair.
Dirigiéndose
al Hombre que Calculaba le dijo: -Recibirás cinco monedas por los cinco panes. Y volviéndose a mí, añadió:
-Y
tú, ¡Oh, bagdadí!, recibirás tres monedas por los tres panes.
Más
con gran sorpresa mía, el calculador objetó respetuoso:
-¡Perdón,
oh, jeque! La división, hecha de ese modo, puede ser muy sencilla, pero no es
matemáticamente cierta.
Si
yo entregué 5 panes he de recibir 7 monedas; mi compañero aquí, que dio 3
panes, debe recibir una sola moneda.