Pocos
grupos o
comunidades han resultado tan atractivos para Hollywood y la literatura
como los nativos norteamericanos; cubiertos de plumas, pieles y colores de pies
a cabeza.
Al principio se les
retrataba como “salvajes” a los que había que exterminar, para así poder
establecerse los ingleses o descendientes de estos en las regiones más
occidentales del país.
Ahora se ha descubierto que eran una
“cultura” y que
fueron abusados por los colonizadores. Sí,
fueron abusados -muy abusados- pero lo de la cultura y el lugar predominante que
siempre han ocupado –en comparación con otras culturas de América- en
novelas y películas sigo sin entenderlo.
No
conocían los nativos de éste país el procesamiento y uso de los metales, no
poseían una escritura coherente, ni un modo de transmitir sus historias y
leyendas como no fuera el de la tradición verbal que, por supuesto, se corrompía
y desfiguraba con el tiempo.
No tenían
ni idea de dónde estaban (en términos geográficos), apenas practicaban el
cultivo y la cría de animales domésticos y, los pocos que lo hacían, no
vacilaban en emigrar y abandonarlo todo ante cualquier amenaza climatológica,
desastre natural o enfrentamiento con otras tribus.
Todo lo anterior los convertía en nómadas casi permanentes sus propios
y vastos territorios, que habitaban como tribus o grupos de un mismo origen. Vivían, básicamente, de la recolección y la caza usando
flechas y lanzas con puntas de piedra o hueso.
Para atrapar a unos cuantos búfalos -de las decenas de millones que
poblaban el norte de América en aquél entonces- tenían que valerse de la técnica
del despeñadero; o sea, asustarlos para que cayeran a los abismos y murieran. Lo anterior, para mí, es casi la Edad de Piedra.
En descubrimientos recientes se afirma que algunos de esos grupos que
habitaban las zonas de lo que hoy conforman los estados de Arizona y Nuevo México
practicaban la antropofagia (comían gente) pero a esa información se le ha
colocado “sordina”.
No
trato de desprestigiar a los nativos de Norteamérica, a los que admiro y
respeto por muchas y diversas razones, sino que intento explicarme o encontrar
quien me explique, el porqué de la ausencia del resto de las otras culturas
americanas en los medios de información y difusión de este gran país.
Para
nadie constituye un secreto que muchas de las Culturas y Civilizaciones (así,
con mayúsculas) que desde miles de años antes de la llegada de los
colonizadores europeos a estas tierras habitaban desde el sur del Río Bravo
hasta lo más austral de Sudamérica, poseían algún tipo de escritura;
explotaban procesaban y usaban los metales, cultivaban la tierra de un modo
sistemático y extraían de ella lo mejor que podía dar.
Daban un sitio de honor a las artes: desde la música, la escultura y la
pintura, hasta la poesía que enriquecía las letras de sus canciones, muchas de
las cuales aun sobreviven. Dominaban las matemáticas, la exactitud en el diseño
arquitectónico y los materiales de construcción. Eran duchos en la ciencia de
la astronomía y tenían calendarios de 365 días, pudiendo predecir eclipses y otros fenómenos astrales.
Habían logrado levantar templos, monumentos y viviendas siglos antes de
ser “descubiertos”, que igualaban -y en ocasiones sobrepasaban- en ingenio,
exactitud y esplendor a los de los europeos que arribaron mucho después y que
todavía se escuchan.
Existía una
división social en esas culturas que iba desde los oficios y profesiones, -pasando por las jerarquías de poder- hasta lo religioso y militar. El promedio de vida para la mayor parte de ellos se fijaba en los
cuarenta años; que era el mismo de los que llegaron a colonizarlos.
No
me toca a mí evaluar la “conveniencia” o no del arribo de los europeos a
las costas de América, porque eso es terreno para los antropólogos, sociólogos
y otros especialistas, sino sólo explicarme la ausencia en todos los medios de
difusión de este gran país (excepto algún que otro documental de la televisión
pública) de las verdaderas culturas y civilizaciones americanas.
En otras palabras: que las
cuatro cabezas de los presidentes talladas en los montes Rushmore de Dakota del
Sur en el siglo XX, podrían estar ahí desde hace siglos (aunque con otras
caras), si la labor se hubiese encomendado a algunos de los especialistas en ese
giro de las culturas americanas.
Quizá,
quién sabe, a los mismos que tallaron y transportaron hasta las costas las
cabezas colosales en la chilena Isla de Pascua… y que todavía constituyen un
enigma para toda la humanidad.