La cura por el afecto

Según varios estudios recientes, el afecto, la importancia del contacto físico y otras manifestaciones de ternura ayudan al desarrollo armónico de las personas, y hasta cumplen un papel en la cura de diversas afecciones

Muchas
terapias incluyen caricias y masajes en su sistema terapéutico cuando se trata
de combatir enfermedades que dañan el sistema inmune o provocan dolor.

Estos
tratamientos se aplican sobre todo con recién nacidos y los niños que necesitan
cuidados intensivos.

 


¿El afecto sirve para curar?
 

El contacto
físico a través de las caricias y los masajes reduce las hormonas del estrés,
combate el dolor y mejora los mecanismos inmunológicos. 


Como decíamos anteriormente en los bebés prematuros los masajes con presión
moderada ayudan a que aumenten de peso y reciben el alta más rápido.


Además los masajes terapéuticos reducen los niveles de cortisol, una hormona
relacionada con el estrés que, si se mantiene elevada, puede causar daños
inmunológicos. También se descubrieron formas de masajes que activan los centros
cerebrales relacionados con la relajación.


En los niños los masajes han logrado mejorar las condiciones físicas y
emocionales de los que padecen, como asma, diabetes y artritis. En los adultos
algo similar ocurre en los pacientes con Mal de Parkinson, Alzheimer, depresión
y SIDA.


En realidad los masajes no “curan” sino que ayudan a disminuir los síntomas de
ciertas enfermedades.
 

Los niños son
los más favorecidos por esto. Por ejemplo: los científicos estudiaron a niños
autistas que recibían masajes terapéuticos y notaron comportamientos menos
estereotipados, se concentraban más en la escuela y sufrían menos alteraciones
del sueño.


En chicos con depresión, déficit de atención y problemas de conducta, los
masajes habían reducido la ansiedad y la agresividad.

La importancia del contacto físico


El contacto físico no es sólo algo agradable, sino algo necesario. El abrazo
ahuyenta la soledad, aquieta los miedos, ayuda a dominar el apetito, alivia
tensiones, ofrece una saludable alternativa a la promiscuidad, hace más felices
a las personas, infunde sentimientos de arraigo y continúa ejerciendo efectos
benéficos aún después de la separación.


En realidad un afecto positivo, en el sentido de interesarse por el otro como
persona, como individuo, es sustancial. Un chico necesita del afecto para poder
vivir, y si bien el tacto es parte de su expresión más básica, el vínculo
afectivo abarca otros factores, como la mirada, los gestos, las palabras.


Los científicos confirman una teoría: “el amor maternal activa zonas del cerebro
que posibilitan la supresión de la actividad neuronal relacionada con el juicio
crítico y las emociones negativas”. Estos mecanismos son prácticamente un calco
de aquellos que se ponen en juego en el amor romántico.


Los mecanismos descriptos dan protagonismo a la ocitocina, una neurohormona que
en los animales ha demostrado ser suficiente y necesaria para inducir dos
vínculos: madre-hijo y hombre-mujer.

El cariño humano emplea un mecanismo que supera las distancias, desactivando las
emociones negativas, al tiempo que impulsa a los individuos a involucrar las
regiones cerebrales que inducen a los sentimientos de euforia. Una manera de
explicar por qué el amor vigoriza.

 



El afecto en el final de la vida

 

Así como en
el nacimiento y a lo largo de la vida el contacto es fundamental para el
crecimiento de una persona, también lo es cuando la muerte se aproxima.

Los pacientes terminales necesitan de afecto, apoyo y cariño por parte de sus
seres queridos y también por los médicos.  Estos enfermos necesitan ser
conscientes y ser guiados por valores como la paz, el amor, la compasión y la
cooperación. 

El afecto
alivia el dolor y el miedo que causa el peligro de morir.

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