La ética médica

Un cirujano francés quiso llevar a cabo una inédita operación que permitía trasplantar a un paciente el rostro de un donante muerto...

No se trataba de una cirugía de tipo estético, sino plástica
a personas que por distintas razones, quemaduras, accidentes o malformaciones
congénitas han quedado con el rostro desfigurado.

El doctor Laurent Lantieri, del hospital Henri-Mondor en Creteil (afueras de
París), estaba “listo” para el injerto y disponía incluso de un candidato
“interesado” en recibir el rostro.

Tras dos años de discusión, el Comité Nacional Consultivo de Ética (CCNE) en
marzo pasado entendió que no era éticamente médica tal práctica.

De haberse realizado el trasplante, el paciente no quedaría idéntico al donante
ya que la base ósea en donde se aplicaría el rostro era diferente, lo que
modificaría los rasgos.

En principio, aceptemos que así
como todos los individuos no pueden ser científicos ni artistas, tampoco
cualquiera puede ser médico. De él, siendo un hombre como los otros, se espera
un comportamiento distinto al de los demás.

 

Es por eso por lo que en épocas
remotas los misioneros de la salud fueron tenidos como dioses, más luego como
hombres milagrosos, y en la actualidad simplemente como hombres, pero como
hombres con poderes y facultades que muy pocos tienen.

 

Al médico, se le identifica con
el que asiste, alivia o cura enfermos, aceptando que la enfermedad es siempre un
sufrimiento. En su libro El orden caníbal Vida y muerte de la medicina, Jacques
Attali sugiere que el origen de la palabra “médico” puede hallarse en la palabra
sánscrita meth que significa “maldecir” y ”conjurar”.

 

Desear el daño para otro o
querer transferir nuestro mal a otro. Siendo así podemos deducir que el médico
surgió cuando alguien mostró disposición y ánimo para transferir o absorber el
mal o daño que sufrían los otros.

 

Aún más, conjurar significa
también el pacto, mediante juramento, que se hace con algún fin determinado.
Ordenando estas Ideas puede inferirse que, desde su origen, el médico es un
individuo que pacta, con otro que sufre, el compromiso de aliviarlo, aun a
riesgo de hacer suyo ese sufrimiento.


 


Desde el frío guardapolvo blanco, distante y aséptico, hasta
la cercanía excesiva que confunde los roles, existe una actitud que hace posible
el respeto y la dignidad en la relación medico-paciente: la empatía. Esta
no consiste en “querer” al otro, ya que no estamos obligados a ello. Pero sí
ponerse en su lugar, sentir con su piel, ver con sus ojos.

 

La palabra “moral” designa una
institución social, compuesta por un conjunto de reglas que generalmente son
admitidas por sus miembros. Se trata, pues de un código moral elaborado por la
comunidad, cuyos principios u obligaciones tienen el carácter de imperativo
categórico.

 

Pero, ¿para qué sirven los
valores? Sirven de fundamento a las reglas con las cuales el individuo gobierna
sus propias acciones. Esas reglas son los principios morales. Vale decir, las
normas o ideas fundamentales que rigen el pensamiento y la conducta, guías
abstractas de acción.

 


Definición de Ética Médica

La Ética Médica entonces es una disciplina que se ocupa del estudio de los actos
médicos desde el punto de vista moral y que los califica como buenos o malos, a
condición de que ellos sean voluntarios, conscientes.

 

Al decir “actos médicos”,
hacerse referencia a los que adelanta el profesional de la medicina en el
desempeño de su profesión frente al paciente (Ética Médica Individual) y a la
sociedad (Ética Médica Social).

 

Los actos que lleve a cabo en función de su
vida privada, no profesional, caerán en el campo de la Ética General, la misma
que permite juzgar los actos de cualquier persona.

 

Tres son los principios que en
la actualidad hacen las veces de leyes morales en Ética Médica y que, como ya
dije, fueron propuestos, con carácter general, por el filósofo David Ross. Son
ellos; autonomía, beneficencia – no maleficencia y justicia.

 

La autonomía hace
referencia a la libertad que tiene una persona para establecer sus normas
personales de conducta, es decir la facultad para gobernarse a sí misma, basada
en su propio sistema de valores y principios.

 

La palabra deriva del griego autos
que significa “mismo” y nomos que significa “regla”, “gobierno”, “ley”, es
decir, expresa autogobierno, sin constricciones de ningún tipo. La persona
autónoma determina por sí misma el curso de sus acciones de acuerdo a un plan
escogido por ella misma.

 

Por supuesto que durante el acto médico la autonomía
tiene que ver con la del paciente y no con la del médico. es un derecho que
limita lo que debe y puede hacer el médico por su paciente. Se ha tomado tan
serio que los médicos que actúan contra los deseos del paciente, aun para
salvarles la vida, pueden llegar a enfrentarse a los tribunales disciplinarios y
penales
.

 

Como corolario de esos análisis
se ha llegado a la conclusión de que la autonomía pura, verdadera, no existe. Si
existe, reside en el nivel último de la conciencia, en el más profundo que pueda
poseer la persona.

 

Es que, como bien lo señalan Mappes y Zembaty, la autonomía
puede interpretarse como libertad de acción, como libertad de escogencia o como
deliberación efectiva. Lo cierto es que la racionalidad y la libertad de acción
son fundamentales para que un individuo pueda considerarse autónomo.

 

¿Qué requisitos debe poseer una
acción para que pueda considerarse como autonomía? tres los requisitos
necesarios, así : que se ejecute con intencionalidad, con conocimiento y sin
control externo.

 

Para que una acción sea
intencional debe ocurrir como resultado de la intención de hacerla. No puede,
por lo tanto, ser accidental, ni ser hecha de manera inadvertida o por error, ni
ser producto de la presión física ejercida por otro. Puede decirse que la acción
intencional es una acción que se lleva a cabo de acuerdo con un plan
preconcebido.

 

El segundo requisito, es decir
que la acción se ejecute con conocimiento o entendimiento, hace referencia a que
si la gente no entiende la acción, ésta no será autónoma dado que es
imprescindible que se comprenda cuál es la naturaleza de ella y cuáles sus
posibles consecuencias.

 

El tercer requisito tiene que
ver con el control que desde fuera pueda ejercerse sobre la persona, en relación
con sus actos, y que puede hacerse de distintas formas o grados: mediante
coerción, manipulación y persuasión.

 

Por otra parte, la autonomía
también puede verse interferida o restringida por factores internos, como serían
alteraciones orgánicas o funcionales del cerebro (ejemplo: neurosis compulsiva).

 

Como vemos, el principio de
autonomía no es más que el derecho moral al autogobierno

Así las cosas, el principio de
autonomía en ética Médica puede prestarse a conflictos de tipo profesional y,
por supuesto, de orden moral.

 

Si los valores morales del
paciente entran directamente en conflicto con los valores de la medicina, la
responsabilidad fundamental del médico es respetar y facilitar la
autodeterminación del paciente en la toma de decisiones acerca de su salud.

 

Esta política de hacer primar
la voluntad o autonomía del paciente frente a la del médico limitó el poder de
éste y protegió a aquél de un abusivo entretenimiento, culpable de muchas
aberraciones, como son las hospitalizaciones no voluntarias o las cirugías no
consentidas.

 

Sin embargo, el “yo quiero
que…” del paciente, no puede interpretarse como una orden de obligado
cumplimiento por parte del médico. “Yo quiero que me practique una operación
cesárea”, o “yo quiero que me aplique la eutanasia”, no obstante poder ser
determinaciones coherentes con el sistema de valores y actitudes frente a la
vida por parte del paciente, el médico tiene la obligación de consultar sus
propios valores y principios, su buen juicio, para acceder o no a la demanda que
se le hace.

 


Principio de beneficencia – no maleficencia

 

El documento perdurable que ha
servido de punto de partida y de sustento a la ética médica occidental, es el
Juramento hipocrático. El médico debe “ejercitarse respecto a las enfermedades
en dos cosas, ayudar o al menos no causar daño”.

 

NO obstante que el significado
de “bien moral” puede interpretarse de diferentes maneras, lo cierto es que se
considera que un acto es bueno cuando está encaminado a favorecer lo que
naturalmente es conveniente al hombre.

 

No habiendo nada más conveniente al
hombre que una buena salud, el mayor bien o beneficio que puede causársele es
devolvérsela cuando la ha perdido, o protegérsela cuando la posee. Si aceptamos,
como propuse atrás, que la salud debe, en ética médica, adquirir la categoría de
valor moral, corresponde al médico velar solícitamente por ella, tenerla como
fin último de su actuar profesional.

 

¿De qué otra manera puede beneficiarse al
paciente como tal, si no es defendiendo su salud, que es uno de sus mejores y
legítimos intereses?.

 

Sin duda, es el objeto, la meta del llamado “acto médico”.
Por eso ha sostenido J.F. Drane que el principio de beneficencia es para la
medicina lo que el principio de libertad es para el periodismo: la norma ética
fundamental.

 

Beneficencia es actuar para
prevenir el daño, o para suprimirlo, o para promover el bien. De esa manera se
ayuda al “otro”, ayuda que simboliza el humanitarismo que ha caracterizado a la
medicina desde sus inicios.

 

Desde la perspectiva de la
justicia distributiva
se acepta que no sólo la sociedad tiene la obligación
moral de proveer o facilitar un acceso igualitario a los servicios de salud,
sino que además todo individuo tiene el derecho moral a acceder a ellos.

 

Pero, ¿la obligación moral se
constituye en obligación legal? ¿El derecho moral es un derecho legal?

 


Conclusión:
 

  1. El médico debe tener una idea
    muy clara de la estructura de su propio sistema de valores y de la forma en
    que sus juicios personales influye en las decisiones relacionadas con lo que
    es bueno o malo.
  2. El médico debe tener un
    conocimiento básico de la ética como disciplina.
  3. El proceso por el cual el
    médico llega a las decisiones éticas y las implementa, debe ser sistemático,
    consistente con la lógica.


Ha de tenerse en cuenta que un
firme sistema de valores y principios es indispensable cuando se quiera adoptar
una resolución razonable, ética. Sin duda, tener conciencia de lo que es valioso
moralmente es facilitar el cumplimiento del deber.


Pero aun así, y por todo esto,
debe enfrentarse incluso con la condena social cuando su actuar trasciende las
cuatro paredes de su consultorio, y la presunta ilegalidad de un acto que se
intenta descubrir, deja lugar a la inmoralidad y la supuesta mala praxis medica,
y ahí vuelven confundirse todos los términos.


La mala praxis se dará en la
orbita del ejercicio de la medicina, en el acto medico, en la función de curar,
o embellecer, según de la especialidad medica que se trate.


Fuera de ese ámbito no podremos hablar de mala praxis ni de ética médica, dado
que nos encontramos fuera de la realización de un acto medico. De lo que sí
podremos hablar será de moral, la moral social, la que sostiene la sociedad
donde se viva.

 

Y si ese medico actuó
éticamente o no. Su conjunto de valores morales que lo quien determinaran su
ética, y la que lo hará decidir como ser humano, aun siendo medico, siempre y
cuando no aconseje una cirugía innecesaria, por Ej., lo que seguirá siendo acto
medico.


Pero aun en su consultorio,
entre cuatro paredes y dentro de su intimidad, si tales acciones inmorales no
ofenden la moral ni el orden publico ni tampoco perjudican a un tercero: será
una acción privada, ¿y quién podrá juzgarlo?