Pánico, angustia, stress,
melancolía.
Estos son sentimientos y sensaciones que vivencian y padecen tanto los hombres como la mujeres, pero que registran o viven en forma diferente.
La diferencia reside probablemente en la función socio-cultural que cada uno de ellos debiera asumir desde el punto de vista antropológico y que deben ser cumplidas a lo largo de toda su existencia, marcada por pautas educativas y culturales, muchas veces atávicas o ancestrales que resignifican y dan sentido y coherencia interna a las categorías de "hombre" o de "mujer".
Hombre, en ese sentido, sería quien cumple la función de proteger al grupo familiar, a las hembras y a la prole, quien sale de la caverna o del hogar en busca de alimentos para asegurar la supervivencia de la familia y brindarle una protección adecuada.
Mujer, por su parte, sería la que cuida el bienestar de la prole, el fuego, el calor y el alimento que sus hijos y que el hombre que la protege necesitan para perpetuar la especie.
En la actualidad, los cambios culturales
y sociales han hecho que muchas veces las mujeres y los hombres se vean enfrentados a problemas similares, pero que comprenden, resuelven, registran, asimilan y padecen en forma diferente, sin que esto signifique que ambos no puedan arribar a una solución correcta.
Los síntomas psicológicos y fisiológicos a través de los cuales los hombres y las mujeres sienten o atraviesan situaciones de angustia, pánico y stress son diferentes.
Es importante que cada persona conozca los mecanismos de la situación por la que atraviesa, (si pretende consultar o mejorar) ya que el conocimiento y la comprensión de lo que sentimos es el primer paso para perder el miedo a cualquier suceso con manifestaciones interiores o exteriores pero proveniente del interior o del mundo externo, que por ser desconocido es incontrolable.
El pánico es, justamente, el terror a que "algo incontrolable", pueda suceder.
Perder el control es una forma de no poder proteger ni protegerse.
Pánico es por lo tanto sinónimo (en las fantasías y en los sentimientos) de muerte. Una primer diferencia en la forma en que los hombres y las mujeres registran estos sentimientos, es que la menstruación, factor evidentemente ligado con la femineidad, sensibiliza a las mujeres y las hace más propensas a las sensaciones de desamparo y angustia.
Eso puede significar que las mujeres sean más propensas a los factores cíclicos como los menstruales, solares, lunares, diurnos, nocturnos y de todo tipo.
En realidad, las mujeres enfrentan problemas, buscan soluciones, resuelven conflictos, actúan, padecen, exigen o demandan sin dejar de sentir y de ser vulnerables por su simple condición de ser mujer, preparada desde los inicios de la humanidad para ser protegida del mundo externo. La mujer fue preparada desde siempre para ser el ser protegido y no el protector.
Si las condiciones culturales cambiaron, no podemos pretender que la capacidad de adaptación a los factores que provocan angustia, pánico y estrés hayan evolucionado con la misma velocidad.
Hicieron falta bastantes millones de años para que el pez tenga pies. A lo que sí podemos pretender es a comprender qué está sucediendo -y lo que nos sucede- en relación a las cosas y los hechos que suceden dentro y fuera de nosotros mismos, para poder discriminar entre lo que es importante y lo que no lo es.
De paso, podremos aprender a fijarnos objetivos.
Y uno de los primeros objetivos será el de reconocer los factores que desencadenan nuestra angustia, el pánico, el estrés.
Aprendamos, con o sin ayuda, a crear un “mapa” de los hechos, de los factores externos, de las actitudes ajenas que provocan nuestra reacción de pánico o de angustia, o tan solo de abatimiento psíquico.
Quizás encontremos la sorpresa de un patrón común que se repite, que buscamos, que permitimos, que reiteramos, aunque el escenario y los actores varíen.
Mujeres al fin.
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