Mucho ha hablado la
ciencia sobre el rol de las hormonas en la regulación del apetito, y su
importancia de estudiarlas detenidamente para desarrollar nuevos tratamientos
contra la obesidad.
Sin embargo, muchos
especialistas sostienen que se cae en muchos errores de consideración al
respecto, por lo que todavía se esta lejos de encontrar tratamientos hormonales
que puedan combatir la actual epidemia de obesidad que sufre la mayoría de los
países del mundo.
Pero aún así, algunas
investigaciones han arrojado certezas compartidas por toda la comunidad médica,
demostrado en muchos casos como las hormonas tienen una activa participación en
las sensaciones de hambre y saciedad.
En efecto, las hormonas
que tienen una participación dentro del mecanismo regulador de consumo
alimenticio, se pueden dividir en dos tipos de grupos. El primero, actúa de
forma muy rápida y tiene relación con cada comida que se ingiere, mientras que
el segundo actúa de forma más lenta, con el objetivo de promover el equilibrio,
en el largo plazo, de todas las reservas de grasa que hay en el organismo como,
por ejemplo la leptina y la insulina.
Son justamente estas
últimas las que se liberan al torrente sanguíneo como respuesta a la proporción
de tejido adiposo que contiene el cuerpo, sea por las células grasas (en el caso
de la leptina) y, o por el páncreas (en el caso de la insulina), e inciden en el
apetito, tanto estimulando como inhibiendo las neuronas del hipotálamo.
En efecto, la leptina es
una molécula que puede advertir al cerebro cual es el estado de carga
energético, es decir si no se necesitan incorporar alimentos o, por el
contrario, el organismo necesita de más nutrientes. Para hacerlo más gráfico,
podríamos compararlo con la aguja que nos informa de la carga del tanque nafta.
Además, existe una
correlación directa entre las cantidades de leptina en sangre y el nivel de
tejido adiposo existente en el organismo, aunque el cerebro solo puede percibir
las variaciones entre ambos. Todo esto explica por que los obesos, que muy
posiblemente tendrán una gran cantidad de tejido adiposo, también pueden seguir
teniendo hambre.
Sucede que si bien esta
mayor cantidad de tejido adiposo tiene como relación una mayor leptina
circulante, el hecho de no comer durante un tiempo, y por ende comenzar a quemar
grasas propias, provocará que bajen los niveles de estas moléculas en sangre, y
es por eso que el cerebro interpretará que es necesario comer.
Pero por otra parte, las
personas con excesivo sobrepeso, además de tener un mayor tejido adiposo, son
también más resistentes a la leptina, ya que el mecanismo que activa su
receptor, cuando se estimula permanentemente, se “traba” casi automáticamente, y
por lo tanto la información de saciedad no puede llegar al cerebro. Y para poder
abrirlo, hay que incluso que “destrabarlo”. Por lo tanto, los estudios
realizados administrándole léptina a los obesos no fueron útiles para el
tratamiento.
Por su parte, la insulina
tiene como papel principal el hacer ingresar glucosa en los músculos, así como
también regular sus niveles en la sangre. Lo que también se ha descubierto, es
que aquella gente que posee una gran cantidad de insulina circulando por su
organismo, experimenta una gran sensación de hambre, por lo que comen más y
suben así de peso.
Otra forma de que tiene
el organismo para enviar señales de hambre, es mediante la hormona ghrelin, una
hormona segregada por el estómago, que aumenta sus niveles de forma muy elevada
poco antes del horario de las comidas, (si el estómago está vacío) y cae luego
también de forma muy pronunciada, al momento que el estómago se haya llenado.
Pero también se han
descubierto últimamente hormonas “antihambre”, como por ejemplo el péptido
YY3-36, que pudo reducir el apetito hasta en un 60 por ciento, en un grupo de
personas que se sometió a un estudio concurriendo a un restaurante con tenedor
libre.
Se pudo saber que esta
beneficiosa hormona se produce luego de la ingesta de alimento, gracias a unas
células que recubren tanto el intestino delgado como el colon, de una forma
proporcional al contenido calórico de la ingesta.
Así, los niveles de
YY3-36 que encuentran en la sangre se pueden mantener elevados entre cada una de
las comidas. Y experimentos desarrollados inyectando esta hormona en ratones y
seres humanos, han demostrado que la misma puede inhibir la ingesta doce horas
luego de la aplicación.