Las raíces sociales de la violencia de género

Detrás de cada acto violento y de discriminación contra la mujer hay una trama de estructuras y relaciones sociales con determinadas ideologías que posibilitan dichos actos...

Género y violencia 

La violencia social y la violencia de género casi siempre se abordan de manera separada. Esto obedece a que en general vinculamos la violencia con guerra, tortura, muerte, dictadura, transgresión de derechos humanos, etc.  

Pero no es tan común que pensemos en otros fenómenos violentos, tan enraizados en lo social como los anteriores, como lo son el maltrato físico, psicológico y sexual que sufre la mujer por parte del compañero íntimo, el acoso sexual en el trabajo, las violaciones, etc.  

Más aún, la violencia de género es un tipo de violencia que no suscita el horror generalizado de la sociedad. Por este motivo, ante un caso de violencia doméstica por ejemplo, es muy común escuchar “algo habrá hecho la mujer” o “si se queda es porque le gusta”. 

La violencia contra las mujeres ha salido a la luz en los últimos años y está aún tan naturalizada que parece inherente a los seres humanos, y por ende, imposible de modificar.  

Pero si sabemos que no existe el individuo aislado, dado que toda interacción humana se realiza dentro de un contexto social, también sabemos que ningún acto violento es sólo responsabilidad individual. Es la sociedad la responsable de su ejercicio. 

Violencia y género 

Para entender el fenómeno de la violencia es necesario analizar el contexto social donde se manifiesta. 

Un enfoque muy claro y abarcativo para dicho análisis es el modelo ecológico propuesto por Bronfenbrenner (1), que consta de cuatro niveles de análisis que podrían graficarse como círculos concéntricos.  

El círculo más pequeño, el microsistema, correspondería al nivel individual, donde operan factores psicológicos cognitivos (formas de percibir el entorno), conductuales (comportamientos), psicodinámicos (funcionamiento psíquico profundo)  e interaccionales (pautas de comunicación). 

El segundo nivel o mesosistema alude a las relaciones interpersonales, cuyo ejemplo paradigmático son las relaciones familiares. Aquí se manifiestan las luchas de poder y dominación en un plano interpersonal, pero en realidad ellas reproducen las desigualdades que se expresan en los niveles más generales (tercero y cuarto nivel).  

El tercer nivel es el llamado exosistema. Este se refiere a las estructuras sociales que influyen en los entornos específicos. Incluye a todas las instituciones que sirven para ligar al individuo con la comunidad, como lo son la escuela, los medios de comunicación, los organismos de justicia, etc. Son mediadores entre lo social más amplio y el nivel individual, reproduciendo o transformando los significados de las prácticas sociales. 

Por último, el círculo más amplio, el macrosistema, alude a la organización social, esquemas y valores culturales de una determinada sociedad. Es en este nivel donde se originan las creencias patriarcales que dan lugar a las distintas manifestaciones de violencia de género.  

Estas creencias presentan como algo natural la división sexual del trabajo, la dicotomía público- privado, los roles estereotipados, la supremacía masculina sobre lo femenino, la maternidad como condición esencial de lo femenino, etc. 

Así, las manifestaciones de discriminación y violencia de género que aparecen en los otros niveles están invisibilizadas y/o naturalizadas por las creencias-mandatos- del nivel macro social. 

La violencia siempre tiene una intencionalidad, ligada al control y sometimiento del otro, es decir que es indisociable del tema del poder, como así también del daño que produce.  

Violencia de género y violencia social 

Pero para que sea posible el acto violento debe haber como condición una situación en la cual hay asimetrías de poder.  

“La conducta violenta, entendida como el uso de la fuerza para la resolución de conflictos interpersonales, se hace posible en un contexto de desequilibrio de poder permanente o momentáneo”. (2) 

El terreno fértil donde crece la violencia de género es la dominación patriarcal tradicional. Se espera obediencia por parte de la mujer, quien debe ser sumisa, incondicional, sensible, tolerante, comprensiva, sacrificada, “una buena madre”, y se le asigna al varón el papel antagónico: debe ser fuerte, viril, competitivo, potente, exitoso, agresivo, frío, “un macho”. 

Todo esto está determinado por nuestra historia patriarcal en la medida en que la mujer fue recluida durante milenios en el espacio doméstico privado, por lo cual no accedió a la categoría de individuo hasta la modernidad.  

Si se considera a la mujer “la reina del hogar” es porque el hombre puede reinar en el ámbito público, que se considera el más importante en tanto es allí donde se dan las relaciones entre sujetos iguales, donde se hacen las leyes, donde se juega lo político. 

Si bien ha habido cambios en el esquema espacio público -espacio privado con la inserción de las mujeres en el ámbito laboral fuera del doméstico, esto no se ha traducido aún en una verdadera transformación de los roles y estereotipos de género. Sigue existiendo una base de desigualdad en las relaciones entre hombres y mujeres.  

Pero es importante señalar que la obediencia de la mujer al hombre no se da absolutamente, de modo pasivo, sino que hay distintas formas de resistencia. La mujer ha tenido que luchar  de manera organizada para ser consideradas ciudadanas, obtener el derecho al voto, recibir igual remuneración por igual trabajo y participar en la política.  

Y esta resistencia se sigue organizando y llevando adelante por otras reivindicaciones, como la despenalización del aborto, y la necesidad de una legislación que no permita re-victimizar a la víctima.  

Es común ver en expedientes de juicios por violación muchos ejemplos de atenuantes por la forma en que estaba vestida la víctima, el horario y el lugar en que se hallaba, la actividad que estaba realizando, etc. 

Por todo esto, la violencia contra las mujeres no puede separarse del análisis de las estructuras sociales.  

Detrás de cada acto violento y de discriminación contra la mujer hay una trama de estructuras y relaciones sociales con determinadas ideologías que posibilitan dichos actos. Ideologías que sostienen espacios de poder diferenciados para cada género, y que juegan un papel fundamental en la génesis de la violencia de género. 

(1) Uri Bronfenbrenner, La ecología del desarrollo humano, Barcelona, Paidós, 1987.

(2) Jorge Corsi, Violencias Sociales, Buenos Aires, Ed. Ariel, 2003          

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