La duda lo carcome. Todas
las tardes, al llegar de la escuela secundaria, su hijo pasa largas horas frente
a la TV, la computadora, o su equipo musical. Para colmo, falta poco para que
comiencen las vacaciones, y se imagina que esta inercia se mantendrá desde la
mañana (o el mediodía…) hasta bien entrada la noche, pero…
El debate sobre el trabajo en los jóvenes
¿Cuándo un chico deja de
ser un chico, y puede comenzar a trabajar (estando incluso legalmente
habilitado)? ¿Cuál es la diferencia entre el trabajo recreativo y el trabajo
forzoso? ¿Es bueno que un joven cuente con su propio dinero, y no deba rendir
cuentas a sus padres?
Todas estas preguntas
fueron largamente discutidas, por padres y expertos, durante varios años. Y si
bien hoy en día las cuestiones legales están relativamente resueltas, aún no se
ha cerrado la discusión con respecto a cuan bueno puede ser el trabajo para los
más jóvenes, ni qué actividades constituyen un trabajo aceptable para ellos.
En rigor, un trabajo es
cualquier servicio o actividad que una persona proporcione a alguna entidad, a
cambio de algunos beneficios (generalmente dinero, aunque otras compañías pueden
ofrecer canjes por sus servicios, o acciones de la misma empresa). Para la
mayoría de la gente, su primer “trabajo” ha sido realizado para sus padres,
haciendo diversas tareas hogareñas, a cambio de ciertos permisos semanales o
mensuales.
La mayoría de los países
latinoamericanos, tienen leyes que permiten trabajar a los chicos sólo a partir
de los 16 años, aunque estas regulaciones raramente se cumplen, en parte por la
crisis económica y en parte por la corrupción de los funcionarios públicos (que
en realidad tienen mucha relación). Con todo, la mayoría de los jóvenes de clase
media y alta, no comienzan a trabajar sino hasta finalizados sus estudio
secundarios, salvo que se trate de un trabajo que no les inhuma más que unas
pocas horas a la semana.
Lo cierto es que muchos
adolescentes aguardan con impaciencia su primer trabajo, por un gran número de
razones. Es una buena ocasión ganar su propio dinero (que debería ahorrar para
sus vacaciones, vestimentas preferidas, etc., siendo estrictamente vigilado por
sus padres, para que no lo utilice en ítems perniciosos) al tiempo que se
prueban frente al mundo exterior. Además, todos saben que si pueden probar su
eficiencia en una cierta área, más adelante le serán dadas más responsabilidades
(y, por la tanto, privilegios). Además, un trabajo es una manera de comenzar a
distanciarse de la “jerarquía parental”. Todas estas razones, hacen que los
trabajos, efectivamente, puedan resultar una experiencia positiva para algunos
jóvenes adolescentes.
Es igualmente muy común
que a partir de los 16 años y ante la inminente llegada de las vacaciones,
muchos adolescentes manifiesten sus ganas de trabajar. Desafortunadamente,
muchas veces sus expectativas no se corresponden con la realidad del duro
mercado laboral, por lo que suelen conseguir, son empleos temporales de baja
calificación, como trabajar en fast-foods o repartir folletos debajo del
ardiente sol, por unos pocos dólares al mes. Sin embargo, no menos cierto es que
estarán logrando una muy importante experiencia sobre el esfuerzo personal,
aumenta sus niveles de responsabilidad, y ganando algún dinero propio. De
cualquier forma, si nota que este trabajo le está haciendo perder vitalidad y
tiempo de esparcimiento, conmínelo a finalizarlo.
La edad indicada
Como resultado de lo
expuesto anteriormente, parecería ser que los 16 años son probablemente una
buena edad a comenzar a trabajar (o, mejor dicho, para trabajar más de 20 horas
a la semana). Lo ideal sería que comiencen a trabajar con sus propios padres, o
algún amigo de mucha confianza de los mismos, para evitar ser víctimas de algún
tipo de aprovechamiento laboral, debido a su corta experiencia. Si esto no es
posible, consulte periódicamente a su hijo sobre la marcha del trabajo, y, si
tiene dudas, diríjase algún día al establecimiento que lo haya contratado
(preferentemente en ausencia de su hijo) para verificar que tipo de ambiente
existe allí.
Finalmente, una
sugerencia final: si su hijo todavía no ha terminado los estudios secundarios,
ponga énfasis en la necesidad por parte del mismo de acabarlos, antes de empezar
con la independencia de un trabajo: de otra forma, jamás logrará acceder a un
empleo de calidad.
Eso no significa que no
disfrutará de los beneficios actuales de su trabajo, pero sí que aumenten sus
probabilidades de que, en los años siguientes, no pueda elevar su categoría
laboral, frente a un mundo cada vez más competitivo.