En uno de sus numerosos consejos, Hipócrates solía repetir de una manera
premonitoria: “que tus alimentos sean tu medicina y que tu medicina sea tu
alimento”.
Transcurrieron decenas de siglos desde aquel instante clarificador, y la
Humanidad aprendió con un costo muy alto que no resulta del todo inocuo meterse
con la Naturaleza.
Incluso Aristóteles captó la esencia del peligro encerrado en el avance ciego
del conocimiento científico, cuando sentenció: “la Ciencia sin Conciencia es
la ruina del Alma”.
Nada más adecuado para aclarar el punto en cuestión que algunos detalles
ejemplificadores del doble sentido de la denominada Ingeniería Genética aplicada
a la alimentación.
Según datos publicados en ámbitos científicos internacionales, una empresa de
USA, la Delta & Pine, patentó no hace mucho tiempo un gen al que bautizó
con el sugestivo nombre de “terminator”.
Esta unidad biológica nacida de la Ingeniería Genética tiene la sorprendente
“cualidad” (cuando es incorporada a ciertas semillas) de generar especímenes
estériles una vez que se desarrollan como plantas o cereales adultos.
Con esto se logra que el agricultor se vea obligado a comprar nuevas semillas
toda vez que desee lograr una nueva producción en sus terrenos.
Pero lo terrible del caso es que ese gen exterminador puede ser arrastrado por
el viento dentro del polen de las plantas en cuestión y es capaz de fecundar las
floraciones de plantas silvestres y de muchas otras especies utilizadas por el
hombre para su alimentación habitual, a las que a su vez transforma en entidades
estériles.
Es fácil imaginar el tremendo daño que se ocasiona de esta forma
tanto a la Naturaleza como a los cultivos vecinos.
Algunas especies herbáceas contienen farmacológicamente una serie de sustancias
químicas activas con propiedades tóxicas latentes, pero en cantidades tan
pequeñas que por sí mismas son incapaces de producir un daño a la salud humana o
animal. Entre dichos compuestos se pueden mencionar a las neurotoxinas,
los inhibidores enzimáticos, la tiramina, las xantinas,
etc.
Por desgracia, la ingeniería genética puede hacer que esos vegetales produzcan
toda esa serie de sustancias potencialmente peligrosas en niveles muy superiores
a lo habitual.
Muchos alimentos de
origen vegetal
contienen proteínas capaces de desencadenar
diversos tipos de alergias en quienes los consumen.
Los procedimientos de
manipulación genética (MP) crean modificaciones en esas proteínas ya existentes
volviéndolas desencadenantes más potentes y lo más alarmante es que cuando se
utiliza material genético de ese origen para transferirlo a otras especies
habitualmente no alergénicas, la nueva progenie vegetal adquiere las mismas
propiedades agresivas que tenía la especie donante.
Respondiendo al hecho de que los productos químicos más eficaces para combatir
las plagas que habitualmente afectan a los cultivos tienen para el productor
agropecuario un costo económico muy alto, los especialistas en MP desarrollaron
una amplia gama de semillas que contienen en su interior moléculas diseñadas
artificialmente para actuar en forma semejante a como lo hacen los citados
plaguicidas, en pocas palabras, la planta porta su propio insecticida.
No es necesario un esfuerzo racional muy grande para comprender el altísimo
riesgo para la salud humana que significa el consumo de alimentos que contienen
ese tipo de moléculas en su interior, peligro que se vuelve teóricamente más
acuciante si tomamos en cuenta que moléculas como las citadas podrían ser
capaces (al ser incorporadas a nuestro organismo por medio de los alimentos) de
modificar las proteínas de nuestros tejidos.
Basta recordar que las unidades estructurales y genéticas (el ARN y ADN) de cada
una de nuestras células están constituidas por complejas cadenas proteicas que
utilizan como materia prima los aminoácidos provenientes de los alimentos que
consumimos.
Toda modificación sustancial que se produzca en aquellas unidades, forzosamente
se acompaña de mutaciones en las nuevas proteínas generadas por las células. De
ahí en más, haría falta tan sólo un muy pequeño paso para que se produzca una
imprevisible e inimaginable mutación de nuestros propios tejidos.
No debemos olvidar que una de las mutaciones genéticas más temidas por el ser
humano contemporáneo, es aquella capaz de desencadenar en alguno de nuestros
órganos un crecimiento desmedido e imparable de células con características
morfológicas y funcionales “atípicas”, es decir un cáncer.