Los hombres y la mediana edad: ¿niños o adultos?

Alguna vez al entrar a una sala llena de otros hombres pensó: si tuviera que pelearme con ese tipo, ¿ganaría o sería vencido...?

Los hombres, como género, llevan
una vida difícil en un entorno que los llama a ser competitivos. Todo a su
alrededor le dice que, si él no es quien domina, será el dominado. Pero debemos
preguntarnos de dónde sale este tipo de comportamiento.

Como todo lo demás que hacemos, este espíritu de competencia surge tanto de la
naturaleza humana como de aquellas experiencias de las que nuestra personalidad
se nutre.
Somos animales, pero animales con capacidad de reflexión, esto quiere decir que
tenemos la capacidad de detenernos a pensar por qué nos comportamos de cierta
manera y tomar una decisión al respecto.
Y aquí se centra todo el desafío para nuestra moral, en decidir dónde se
encuentra el punto de equilibrio entre nuestros deseos, impulsos y necesidades
y las necesidades y deseos de los demás. 

Pero son generaciones y
generaciones de adaptación evolutiva que crean la información con la que
nuestras células son generadas, y cifran el comportamiento de las hormonas que
recorren nuestro cuerpo.
Los hombres llevamos la herencia acumulada a través de milenios que nos
instruye para que intentemos siempre ser dominantes, en cualquier relación
planteada. 

El desafío de la mediana edad


Al llegar a la mediana edad, esta herencia controla gran parte de nuestras
vidas: relaciones de pareja, buscar un sentimiento de satisfacción tanto en el
trabajo como fuera de él, sensación de poder y control sobre nuestras vidas y
comenzar a ver los límites de nuestras capacidades. 

Según algunos estudios existen
cinco elementos esenciales durante la primera etapa de la vida que marcarán de
forma determinante el carácter de los hombres durante su vida adulta. 

Un niño necesita al menos un
referente adulto a quien tomar por ejemplo.
Alguien que lo quiera le dará pruebas de su valía como persona, alguien que
esté atento a sus necesidades y esté dispuesto a dejar de hacer otras cosas
para atenderlo le hará sentir que se encuentra este mundo para alguien y para
algo. Esta persona, si son varias mejor, no necesariamente debe ser un
familiar.
Puede ser un profesional que esté comprometido con su profesión, que vea en su
trabajo la experiencia que le brinda las sensaciones, sentimientos y vida
personal que necesita. 

La violencia y los sentimientos 

Los niños necesitan conocer las
palabras a través de las cuales expresar, caracterizar y entender sus
sentimientos.
Estudios de violencia familiar indican que la mayoría de los hombres abusivos
no son capaces de reconocer sus propios sentimientos. Esta incapacidad de
procesar lo que sienten la transforman en violencia. 

Pero la pregunta  debería ser por qué los hombres abusivos no
son capaces de sentir de forma consciente sus emociones.
Principalmente por ser algo que durante su niñez les fue prohibido, tanto por
el entorno en el que fue criado como por su propia negación a atender a estas
¨cosas de chicas¨. En muchos casos por la impotencia provocada a ver su madre
violentada por el hombre de la casa.

Esa rabia acumulada y jamás encauzada en expresión alguna termina por
cristalizarse en la forma de un hombre abusivo y violento durante la adultez.
Durante su búsqueda de una posición dominante y la sensación de poder derivada
de ella, estos hombres buscarán relaciones donde se sientan invulnerables y
donde no tengan que enfrentar la raíz de este problema. 

Cuando son niños aún podemos
intentar hacerles expresar sus sentimientos mostrando cómo los demás lo hacen.
Caricaturas, cuentos o dibujos animados donde los personajes lloran o ríen y
hablan de lo que sienten son grandes herramientas.

Pero es necesario que los niños oigan las palabras. Las palabras son la puerta
por donde los sentimientos deben encauzarse. Se debe insistir en que hablen de
lo que sienten y identifiquen esas palabras que están diciendo con los
sentimientos que están viviendo.

Sólo de esta forma podrán aprender a procesarlos. Los estudios indican que
todas las formas de arte, en especial la música, logran un resultado análogo. A
través del arte logran crear un lenguaje que ayuda a tratar con los
sentimientos o al menos encontrar un equilibrio con el que llevar una vida
armoniosa. 

Los niños deben ser protegidos de
la violencia. Para muchos este es un mundo cruel, salvaje. Los estudios
muestran que la agresividad es una capacidad que se adquiere, así como la
inteligencia, a partir de los dos años de edad.
Los niños que deben ser protegidos de las escenas violentas de las películas
también serán los hombres que deben enfrentarse a este mundo. Hombres que en la
adultez vivirán cada una de sus relaciones como una amenaza, como un foco de
posible agresividad. 

Un sentido para tu vida 

Tanto los niños como los adultos
pueden ver sus vidas transformadas por el simple acto de compartir y devolver
lo que se nos es dado.

Participar en grupos de ayuda
social no se hace sólo por amor al prójimo sino por una sensación de bienestar
devenida de compartir y dar. Los coordinadores de estos grupos aseguran que existe
un momento de ¨revelación¨, cuando los jóvenes que están por terminar el
colegio secundario se dan cuenta de que reciben más de las personas a las que
ayudan de lo que ellos dan.
Encuentran experiencias satisfactorias porque encuentran un sentido en sus
vidas. 

Madurez es
responsabilidad

Los hombres necesitan aprender algo
de autocontrol. Existe una falsa creencia de que  ¨uno hace lo que tiene que hacer¨, aún si esto implica lastimar a
alguien. Después se puede sentir arrepentimiento, pedir disculpas y buscar
perdón.
Pero esto quiere decir que nos olvidamos que cualquier acción que tomemos se
basa en una decisión. Es necesario que tomemos la responsabilidad de nuestras
propias acciones y reflexionemos acerca de ellas. Siempre existen opciones.
Demasiadas veces vemos la satisfacción de nuestros deseos y necesidades como el
fin último, y demasiadas veces nos equivocamos. 

Una de las condiciones esenciales
para llegar a la felicidad es la renuncia a algunas de nuestras propias
satisfacciones en pos de un bien universal.