Longevidad, edad cronológica y edad biológica
Desde el nacimiento estamos registrados con fechas que aceptamos como reales e inamovibles. El ordenamiento social y laboral necesita de ellas y se da estricto cumplimiento, por ser indispensable para cumplir nuestro cometido. La vida de una persona se encuentra supeditada a esta disposición útil pero mentirosa.
La edad cronológica solo sirve para saber cuando llegamos a este valle de lágrimas, pero por lo demás es una tremenda falacia. Desde antiguo aceptamos que cada cosa debe hacerse a su edad y establecemos plazos y limites de prescripción.
Todos los encuadres sociales, laborales y hasta familiares, establecen periodos de vigencia y cancelación, en las más diversas facetas de la vida de un individuo. Tal vez la más nociva sea la jubilación, que por extensión alcanza las intimas convicciones personales, imponiendo la rotulación de caducidad biológica.
Envejecimiento por decreto
Este encasillamiento favorece el advenimiento de una decrepitud por decreto, ya que limita y hasta impide la preservación de la energía vital en las personas de más de 65 años. Muchas poseen gran vitalidad física y mental, para el desempeño de sus labores técnicas y profesionales.
Sin lugar a dudas nada más deteriorante, que la inactividad de una mente que acepta su inoperancia y abandono.
La mente forma al hombre y al cuerpo y lo mantiene en la edad que se propone tener: He visto durante muchos años a ancianos de 40 y jóvenes de 70 años.
Existe una edad biológica y una cronológica y no necesariamente tienen que coincidir. Este complejo psicofísico no solo depende de la acción trasformadora de la mente si no del estilo de vida elegido.
El Hombre esta en permanente evolución a pesar de su edad y para ello requiere un cuerpo acorde a sus propósitos. La confianza consolida su mente más allá de lo establecido. Es la consecuencia de mantener una capacidad creadora y sin tiempo.
¿Es posible un "envejecimiento exitoso"?
Existe a mi juicio un trofismo orgánico con raíces enclavadas en nuestra persona profunda y es la que decide cuanto se debe tener y que tiempo durar para alcanzar nuestros mas calificados objetivos. Sin lugar a dudas más allá del tiempo y de la edad.
Al cuerpo hay que convencerlo que lo necesitamos, para llegar donde queremos. También sabemos de su capacidad restauradora, para mantenerse dentro de los parámetros indispensables.
Cualquiera que sea la edad, el cuerpo es muchos años más joven de lo pensado. Aun en una edad avanzada, la mayor parte del cuerpo puede tener menos de diez años.
Esta alentadora verdad, que se basa en que la mayoría de los tejidos del organismo se renuevan constantemente. Ha sido demostrado por un nuevo método para estimar la edad de las células humanas. Su inventor, Jonas Frisen, cree que la edad promedio de todas las células del organismo de un adulto pueden ser tan sólo de 10 años.
Frisen, un biólogo celular del Instituto Karolinska, de Estocolmo, también ha descubierto por qué la gente se comporta según su edad de nacimiento y no por la edad de sus células. Unos pocos tipos de células duran desde el nacimiento hasta la muerte, sin renovarse, y entre ellas se encuentran las células de la corteza cerebral.
Una disputa sobre la posibilidad de que la corteza cerebral produjera o no nuevas células en algún momento, fue lo que indujo a Frisen a buscar una manera de calcular la edad de estas células. Las técnicas existentes dependen de una rotulación del ADN por medio de sustancias químicas, pero están lejos de ser perfectas.
Cerebro y envejecimiento celular
Frisen se preguntó si no existiría ya una marca natural y recordó que, las armas nucleares probadas en la superficie de la Tierra hasta 1963 habían inyectado en la atmósfera carbono 14 radiactivo.
Absorbido por las plantas de todo el mundo e ingerido por animales y personas, el carbono 14 se incorpora al ADN celular cada vez que la célula se divide y su ADN se duplica. Casi todas las moléculas de una célula son reemplazadas constantemente, pero no el ADN.
Todo el carbono 14 del ADN de una célula es adquirido en la fecha de nacimiento de la célula, el día en que se dividió su célula madre.
Tras validar su método por medio de diversas pruebas, Frisen y sus colegas han publicado en la revista Cell los resultados de sus primeras pruebas realizadas sobre tejidos corporales.
El equipo del Karolinska se dedicó la estudiar el cerebro, cuya renovación celular ha sido objeto de grandes debates. En general, predomina la creencia de que el cerebro no genera nuevas neuronas después de que su estructura se ha completado, salvo en dos regiones específicas, el bulbo olfatorio, que media en el sentido del olfato, y el hipocampo, donde se acumula la memoria de los rostros y los lugares.
Esta opinión generalizada fue cuestionada pocos años atrás por Elizabeth Gould, de Princeton, quien informó haber hallado nuevas neuronas en el córtex cerebral, junto con la elegante idea de que los recuerdos de cada día podían quedar registrados en las neuronas generadas ese mismo día.
Aunque la gente puede pensar que su cuerpo es una estructura permanente, la mayor parte del organismo está en un estado de cambio a medida que se descartan las células viejas y se generan otras nuevas para reemplazarlas.
Renovación celular y longevidad
Cada clase de tejido tiene su tiempo de renovación, que depende del trabajo desempeñado por sus células. Las células de los glóbulos rojos, magulladas y golpeadas después de viajar casi 1500 kilómetros a través del laberinto del sistema circulatorio, sólo duran alrededor de 120 días antes de ser enviadas al cementerio del bazo.
La idea de que las células envejecen y se vuelven menos capaces de generar progenie está ganando cada vez más respaldo. Se propone investigar si el ritmo de regeneración de los tejidos se hace más lento a medida que una persona envejece, lo que indicaría que las células son lo mismo que el talón fue para Aquiles: el único impedimento para lograr la inmortalidad.
No obstante ya están en estudio los factores que producen el deterioro y como evitarlo. Tal vez, como lo quisimos, tendremos los años que seamos capaces de vivir.
Por Dr. Luis María Guglielmetti
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