La forma en que te vistes puede destruir tu credibilidad

¿Sabías que lo que llevas puesto puede tener incidencia en la forma en que los demás reciben el "mensaje" que transmites?

No hace mucho tiempo atrás, estaba manejando por la recoleta Avenida Alvear cuando vi una mujer que conozco caminando hacia un restaurante con unas amigas para almorzar.   

Ella estaba vestida en un elegante traje de negocios y lucía bellísima de los tobillos hacia arriba. ¿Y qué había de disonante de éstos para abajo? Calcetines cortos y zapatillas de tenis.  

La próxima vez que la vi en un evento social, la aparté de todos y le hice una broma respecto a la curiosa combinación. Ella me miró como sorprendida, y exclamó: “¡Lynn, eso es lo que todas las mujeres en Nueva York están usando!” 

¿Es esto así? ¿O esta afirmación causaría tanta sorpresa a los neoyorquinos como a mí? 

Lo cierto es que esta tendencia se originó en Manhattan. Fue durante la huelga de tránsito de 1980 cuando las mujeres en el distrito financiero terminaron caminando millas hacia sus oficinas en Wall Street porque no había otra forma de llegar allí.   

La mayoría abandonó la combinación una vez que los trenes volvieron a los rieles, pero las fotos de las mujeres de negocios neoyorquinas en zapatillas de tenis aparecieron en todos los periódicos del país, dando inicio a una tendencia que tendría su pico a mediados de la década de los 80. Para 1990, ya nadie se acordaba de ella.  

Ahora, demos una vuelta de página. Olvídate de los calcetines cortos y de las zapatillas con trajes, y opta en cambio por unos zapatos sin tacón de colores neutros. No es necesario que sean caros –un par por $15 estará bien-, ya que lo que importa es que sean sencillos y se complementen con tu look de negocios. Utilízalos en lugar de las zapatillas y sé testigo del meteórico ascenso a las nubes de tu credibilidad. ¿Credibilidad? 

¿Qué tiene que ver la credibilidad en todo esto?    

Todo se reduce a la naturaleza humana: nos gustan las cosas brillantes y nos distraemos con facilidad. En la góndola del supermercado, si tenemos una lata intacta y otra abollada, siempre elegiremos la intacta.  

Que alguien nos diga que echemos un vistazo a una ventana y todos miraremos el paisaje o la escena que está más allá, a menos que la ventana esté sucia, caso en el que notaremos la suciedad en cambio. Lo mismo ocurre cuando otras personas nos miran. 

Si nuestra ropa es estéticamente agradable y apropiada para la situación, rápidamente darán por sentado que somos parte de la "mayoría" y prestarán atención a lo que tenemos para decir. De lo contrario, no lo harán. Todos solemos quedarnos obnubilados por el defecto –la lata abollada, la ventana sucia, las zapatillas de tenis con el traje de negocios, o lo que sea- y continuaremos siendo distraídos mientras dure la interacción. 

No importa si estamos en el trabajo, en la escuela, en un evento social, pareciera como si estuviéramos esperando a ver “qué es lo que está mal en el gran cuadro general”. Dependiendo de la situación, el elemento ofensor podría dañar nuestra credibilidad. 

Algunos de los elementos o factores destructores de la credibilidad que he visto recientemente son: 

·         Ropa arrugada

Son pocas las personas que uno puede conocer que disfruten de planchar, pero sólo elimina este tedioso paso de mantenimiento a tu propio riesgo. En ocasión de un curso que tomé recientemente, la profesora tenía una pollera arrugada y, frecuentemente, me encontré perdiendo el hilo de la exposición a causa de la maldita pollera.  

·         Talles chicos

¿Has subido algunos kilos recientemente? Sí, lamentablemente puede pasar. Pero ignorar el cambio y mantenerte en el mismo talle es algo que queda bajo tu propia responsabilidad, especialmente si vas a estar frente a un auditorio o algo por el estilo.

Después de llevar a mi hija al baño en un reciente acto de la cooperadora de la escuela, volvimos a nuestros asientos en el anfiteatro de la escuela y le pregunté a la pesona a mi lado qué nos habíamos perdido. 

Él esbozó una sonrisa y dijo se estaban riendo a carcajadas de Alfredo –el director de la escuela-, porque se le había bajado el cierre del pantalón y no encontraba la forma de volverlo a cerrar. Le pregunté si había dicho algo interesante y me contestó que ni lo había escuchado. 

·         Los accesorios de siempre…

¿Has estado aplazando el reemplazo de algunos de tus accesorios más costosos, como el reloj, la cartera o una maleta? Debes ser consciente de esta necesidad o te arriesgarás a los comentarios sarcásticos de los agudos observadores que gustan de fanfarronear acerca de sus posesiones, viajes, ingreso, etcétera. 

Una vez fui a una reunión importante vestida de la mejor manera, aunque portando la misma maleta pequeñita y gastada en la que tantas otras veces había llevado mis papeles. De pronto, sentí un comentario de alguien cerca de mí: “¿Qué es lo que le pasa? ¿No tiene para comprarse una verdadera maleta? 

·         Sin sostén

Una profesora universitaria moderna y articulada, de cuarenta y pico, que yo conozco –y que suele no prestar la más mínima atención a la ropa-, a menudo dicta sus clases usando una remera, jeans y zapatillas. Y lo más importante: nunca lleva sostén. 

Recuerdo una vez que asistí a un cóctel, especialmente invitado por ella, en el que había una docena de sus estudiantes. Después de unos cuantos tragos, pude escuchar a algunos de sus alumnos hablar, y destaco el siguiente comentario: 

“¿Podrías imaginártela desnuda? ¡Qué asco! Siempre lo dice mi padre: cuando los efectos de la gravedad comienzan a hacerse evidentes, es tiempo de mostrar un poco de decoro”. 

Ciertamente, los comentarios pueden ser impiadosos, pero cabe preguntarse si son infundados. ¿Acaso es apropiado que una profesora universitaria, en la mitad de sus cuatro décadas, se ande mostrando sin sostén? Decididamente, éste es un destructor de credibilidad. 

Ahora bien, es cierto que es difícil estar pendiente de la apariencia el 100% del tiempo. Mañanas alocadas, horarios complicados, falta de tiempo, etcétera. A veces puede pasar. Se llama vida.  

Pero al aferrarte a viejas tendencias (zapatillas con trajes), usar talles que son muy pequeños, o ignorar el simple mantenimiento (planchado, reemplazo de accesorios usados), da a entender a los demás que no tienes gusto o que no tienes mucho interés en vestir bien, tal vez por haraganería.  

Éste no es el escenario más agradable, sobre todo si estás en un campo o situación de competencia –en busca de un ascenso o lo que sea-. 

Así que, antes de traspasar el umbral de tu casa, tómate algunos minutos para asegurarte de mostrar tu mejor costado a la sociedad. Actualiza tus vestimentas, corte de pelo y maquillaje.   

Plancha esas prendas arrugadas, lustra los zapatos, y reemplaza los artículos gastados. Antes de que te des cuenta, las personas comenzarán a tratarte con más respeto. Haz la prueba y lo confirmarás.

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