El ingenio de los niños es
ilimitado en cuanto a la creatividad que pueden desarrollar a la hora de
emprender un juego. Lejos de las computadoras y los televisores, los niños de
la década del ’60 se las ingeniaban para entretenerse, especialmente durante la
siesta. El nombre de “Chapita” se asignaba a las tapas de las bebidas
especialmente cerveza y las primeras gaseosas que se conocían.
Lo importante era encontrar una en buen estado y sobre todo colorida.
Con ella, los chicos trazaban una pista imaginaria en los cordones de la vereda
y emprendían furiosas y emocionantes competencias.
Los cordones de vereda de aquella época normalmente eran de cemento
alisado, lo que se constituía en una pista especial. Cada árbol de la vereda,
se constituía en un “control” al que todos ansiaban llegar sin caer a la calle.
La competencia se iniciaba por turnos y cada jugador impulsaba su
“chapita” con un firme golpe del dedo índice o mayor. Si la chapita caía del
cordón de la vereda, el jugador debía volver al puesto inicial, pero si
acertaba a llegar a un “control”.
Las discusiones eran infaltables a la hora de definir las posiciones,
porque el mínimo borde de ventaja de una “chapita”, representaba el triunfo o
la derrota al llegar a la meta.
Con el tiempo, hubo barrios en los que las “chapitas” se “preparaban”
con algún tipo de relleno, generalmente masilla, que facilitaba el equilibrio
de la “máquina” para desplazarse con mayor equilibrio.