La voz del médico pediatra
Por h o por b, estos tres ítems conviven a la hora de hablar de salud y no solo de los más pequeños. La voz de la experiencia de Ana María González, médica pediatra, desarrolla este tema.
Es conocida de trajinar varias veces al día y por las noches de guardias los pasillos y salas del Hospital Fernández. Se hizo más famosa todavía desde que apareció en el programa E 24, el especial de canal 13 sobre hospitales públicos, más exactamente, sobre el mismo hospital Fernández.
Y si bien las cámaras hace rato apagaron sus luces, la realidad médico-paciente ni si apaga ni descansa. La doctora reparte su tiempo además de la atención de guardia, en una clínica privada de provincia y en una flamante sala de atención primaria de la salud, ubicada en los límites de Palermo Hollywood.
El centro ubicado en Guatemala y Fitz Roy, que atiende las especialidades de clínica médica, ginecología y pediatría, está pensado desde apuntar a regresar al concepto de lo que en otros tiempos era el médico de la familia, el médico de cabecera.
Que comprendía al paciente de una forma más global y no estrictamente circunscripta a la relación patología, diagnóstico, indicaciones, estudios y tratamiento. Es decir, se le podía confiar al profesional situaciones sociales que envolvían a la familia excediendo el marco terapéutico propiamente dicho.
La doctora Ana explica: “la cuestión es así: de qué me sirve a mí recetar un medicamento, a lo sumo cambiarlo por un genérico, si yo no tengo la certeza si eso que receto pueda ser aplicado o no, por falta de recursos económicos.
Porque el chico no es un ente. Es un conjunto psicobiosocial donde la mamá establece con él un vínculo en que se incluyen el afecto, la educación, la salud, el cuidado, la higiene, la prevención, en fin, un montón de funciones desde que nace.
Por ejemplo, “yo puedo decir: este chico está desnutrido, pero, de qué puede servir el señalamiento si yo como médica, no promuevo una solución al tema. Si no sé si esa mamá está en condiciones de comprarle la leche a su hijo o no”.
Al respecto tiene un ejemplo a mano. Un día fue a la salita una mamá preocupada porque se había quedado sin trabajo y no tenía para la leche de su hijo. Una vecina solidaria le dijo que pidiese ayuda en un centro de gestión y participación.
La mamá fue y dejó a su hija de 10 años cuidando a su otro hijo, el hermanito de 1 año. En el ínterin, el bebé se golpeó. La nena solita fue hacia la sala donde minutos antes la había atendido la Dra. González en un control, a ella y al hermano, y le contó todo a la médica.
Entre la facultativa y la vecina promovieron que la leche llegara también a la sala para repartirla entre los pacientes más necesitados. Es decir, Ana y Tita, no se dieron por vencidas.
A un mes del hecho la leche llega a la salita para atender los casos y demandas de gente necesitada. Conscientes de que los hospitales públicos y más precisamente el Fernández, están colapsados, la sala es un intento de descentralizar.
Antes de ubicarse, miraron en un mapa y consideraron zonas estratégicas en la demanda de atención de la salud y se ubicaron dentro del perímetro asistencial del hospital.
La gente que quiere un médico de las especialidades que allí funcionan, clínica médica, ginecología o pediatría, no tiene más que pedir el turno por teléfono y como si fuera un consultorio particular, con fidelidad se le es respetado.
Las excepciones son cuando llega un caso en el que debe considerarse la posibilidad de una derivación para una internación. Aún así, se han presentado pacientes sin turnos y se los ha atendido, a lo sumo con un poco de demora.
El mejor pediatra
El afecto es el principal ingrediente en cualquier área y en cualquier estadio. Si él no está, no hay medicina que valga. Los recién nacidos se mueren si no tienen el contacto de una mano querida sobre ellos. Simplemente dejan de alimentarse y se dejan morir.
En referencia a los estratos sociales y a la diversidad de gente que le toca conocer para después atender, Ana María sostiene que a la mamá no la marca un estrato social.
“Yo veo mamás que luchan, se interesan y quieren aprender sobre el cuidado y el normal desarrollo de su hijo, madres que a veces los sobreprotegen erróneamente sofocándolos y otras que los dejan a la deriva.
Pero que eso no depende de un estrato social más elevado o más bajo. Hay madres con problemas que invariablemente las envuelven y naturalmente afectan a los hijos.
O hay casos de padres separados, en el que el poder adquisitivo influye porque a la hora de consultar lo hacen con dos profesionales distintos.
En el caso del nivel académico que detenten los padres, influye en el hecho de que el profesional tiene que estar convencido de que las indicaciones que dio sean, en principio, entendidas cabalmente para la eficacia de la aplicación del tratamiento que indicó.
Hay casos en los que el doctor debe bajar de estrado y hablar de manera tal de que sea entendido por quien tiene enfrente. También influye en la comprensión y aceptación de la importancia que tiene el control mensual en el primer año de vida.
Hay mamás que se preguntan por qué tienen que concurrir si en apariencia su hijo es completamente sano. Incluso para entender la importancia de las vacunas al día.
No es lo mismo un chico que se lastima y tiene todas sus vacunas que aquel que no. O para comprender a su hijo. Para entender que por más chico que sea no subestimarlo nunca.
Es increíble las cosas que puede hacer un pequeño. “He tenido el caso de uno de dos años que se tragó un tornillo. Me lo contó a media lengua, su madre lo ignoraba todo y la prueba del delito apareció en la placa radiográfica.
Hay que ver la cantidad de accidentes domésticos que pueden ocurrir cotidianamente y devenir en tragedia”.
Las consultas al pediatra
El tipo de medicina barrial y hospitalaria es aquel que tiene en cuenta a quienes consultan en forma global y otro ejemplo es la internación. No siempre aquella se define por el estado de salud actual del paciente sino también por el ámbito en donde va a restablecerse y rehabilitarse.
Hay, por poner un ejemplo, chicos asmáticos que no pueden reponerse correctamente en asentamientos o en lugares húmedos porque invariablemente va entorpecer su recuperación. A veces se decide una hospitalización porque el riesgo de su hábitat lo justifica.
Si bien, desde que empezó a dialogar la Dra. No hizo más que ponerle voz alta a su vocación, en el final se hicieron presentes los recuerdos, los comienzos.
Cuando hacía medicina rural, iba en una ambulancia y alguien se abalanzó sobre ella y a los gritos anuncio un parto. Era eminente y gemelares. Hacía una hora y pico que debían haber nacido. Había sufrimiento fetal.
Ahí fue su debut como obstetra. La primera muerte fue terrible. Un chico. Siete u ocho años. “Yo presentí la muerte cerca, en ese momento los padres se retiraban, fue darme vuelta y pedirles que no se fueran, cuando sentí la mano de mi pacientito en un fuerte apretón.
Me miró, lo miré. Me dijo, quédate. Ellos ya han hecho suficiente” Lo más conmovedor el primero y el último llanto.
¿Qué hace un pediatra?
La despedida, el fin de la entrevista la fueron marcando estos párrafos salidos de su voz que se pone seria, cuando de hablar de salud se trata.
“La verdad es que estudiamos medicina para curar a la gente pero lo cierto es que la realidad incluye la vida y la muerte.
No soy Dios, ni tomo decisiones. Aplico la medicina con la mejor onda y pongo de mí, todo lo mejor. Dios está en todos los actos de las personas que creen, me ayuda a sentirme bien y me reconforta con lo que hago”
Ella dice: “que pase el siguiente” y después: ¿cómo andas mamá? Sabiendo cómo esta ella, sabrá un poco más de cómo estará el hijo y así vuelve a ejercer el milagro de curar, conviviendo y lidiando con lo mejor y lo peor de la salud y el entorno, con lo lindo y lo feo y desde su profesión le pone el pecho a la vida y a la muerte también.
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