Una de mis amigas que porta la cuarentena en años, como yo, profesional exitosa, me dijo seria y circunspecta, sentate.
Zas, pensé yo, cuando algunas de mis confraternas me dicen así, es, por lo menos y por lo bajo preocupante, para no alarmarnos con lo grave.
Hice caso, la mano venía brava. Y mientras un churrasco carbonizado ahumeaba todo el departamento me dijo, quiero dedicarme a ser ama de casa.
En ese momento no supe, si sostenerme firme en la silla para no resbalarme en pleno soponcio o apagar el incipiente incendio que brotaba de la humeante parrilla.
Es que tenía una gripe que le había atrofiado momentáneamente los sentidos del gusto y del olfato. Y solamente se percató, con mi huida hacia la hornalla de que algo no estaba definitivamente bien en su flamante cocina eléctrica.
En ese momento no supe si creerle o echarle la culpa a su recién estrenado estado de beatitud de la crisis de los cuarenta. Lejos de amilanarse por el morocho percance, igual, me confesó toda oronda: para estrenar mi nuevo estado de ama de casa, me compré una tostadora.
La sola idea de que algo arda en humareda y posteriormente se carbonice nuevamente, me espantó y la invité a sentarse en su apoltronado sillón de su propia casa proponiéndole sutilmente, tomar un te.
Me parecía menos complicado si el agua hervía que cualquier otra cosa que corriera la misma suerte de la chuleta calcinada y con un toque muy personal amorochado.
Si, dijo consustanciada con su actual inspiración, quiero hacer las compras, llevar los chicos al colegio, ir a reunión de padres, cocinar.
Creo que la miré como si supiera que un marciano estaba tocando su puerta y ella le hubiera abierto, invitándolo a tomar un café, en su cafetera automática, por supuesto.
Confieso que me llevó un esfuerzo considerable, imaginarme a mi amiga en sus nuevas funciones cambiando ambos de tenues colores mate y enfundándose en un delantal de cocina.
Y creo que la expresión de mi cara fue demasiado elocuente porque a ese punto de la revelación ya no sabía si reír o llorar. Además sabiendo lo poco amante de los matices y términos medios que es, sin duda ya le veía comprándose toda la indumentaria de chef, overol de jeans y zapatillas cancheras para limpiar, más toda la lista de última generación de productos de limpieza.
No había que hacer demasiado esfuerzo mental para imaginarla. Tuve que reprimir el impulso de palmotearle el hombro y decirle, y si, igual todas en algún momento de nuestras vidas pasamos por esto.
Quédate tranquila es absolutamente transitorio. Pero me pareció que iba a partirle el corazón así que la dejé proseguir con sus nuevos proyectos para este año que incluía remodelar su casa.
Sé de su prudencia pero por las dudas me cercioré que no quisiera pintar sus paredes de rojo violento o bordó conciso. A veces el entusiasmo inicial de las primerizas amas de casa es un poco exultante y desbordante, para decirlo de alguna manera.
Me guardé para después algunas precarias y primarias nociones de feng shui, porque después de intentar ser ama de casa full time si no hay un poco de esa milenaria pero recién descubierta práctica oriental en occidente, digamos que el yin y el yang se desequilibran y se arma.
Yo sentí que era mi deber correligionario y femenino, informarle de como prevenir algunas situaciones que como profesional a lo mejor no se tienen muy en cuenta, pero que cuando una hace una mutación, de semejante envergadura, como la que pretendía hacer mi amiga, cobran otra dimensión.
Es decir, todo cuando no trabajamos afuera, lo tomamos más a pecho. Más allá de las medidas pertinentes de nuestro par de egos, y no faltan las razones para hacerlo.
Es más, sobran. Porque que nosotras románticamente nos preparemos para ser la ama de casa ideal, con zapatito de Cenicienta incluido para después, no implica necesariamente que todos los integrantes de la casa, estén de acuerdo y que mucho menos se plieguen a la movida y compartan nuestro nuevo deseo.
Marchen algunos ejemplos a la carta. Tener en cuenta que los ejemplares masculinos de la casa no agarran la basura para llevarla a la puerta de calle junto al árbol ni por todo el oro del mundo.
Ni interrumpen un segundo de un partido de football y mucho menos por ese menester. Tampoco lo hacen si UD. Se pone la ropa más sexy que pueda imaginar y se ubica justo entre su vista y la pantalla que le devuelve la imagen de 11 tipos corriendo como locos detrás de una pelota.
Si la emisión de dicho partido es en directo nos mirarán e increparán como sacrílegas si osamos siquiera chistarle. Si es en diferido y es la millonésima vez que lo miran, nos sermonearán sin piedad, porque justo interrumpimos el detalle por lo cuál lo vio tan insistentemente.
Peor que una película romántica nuestra o la mejor telenovela de la tarde a la que siempre queremos volver a ver el final. Solo después del espasmo enfervorizado del gol que gritó la vez original y las mil quinientas repeticiones de todos los ángulos y en el entretiempo, observará que UD. se compró ropa interior nueva.
Me reservé para otro momento mejor, ya que consideré peligroso cortarle el embale, advertirla que después que se haya matado para dejar la casa en condiciones, cocinar la mejor comida, y ponerse una Diosa, para él, junto con él puede venir la tropa de sus amigos o socios.
O que en lo mejor se le escape un comentario como, a mi mamá esta comida le salía mejor. Omití, también, compartir la sensación inigualable y que nos hermana y embarga a todas, aunque en general seamos las mujeres arpías unidas, de mandarle un par de bendiciones a la madre que lo trajo al mundo, más seguido de lo que lo está haciendo actualmente, descartando pensar que solamente lo trajo y lo crió para nosotras, sus mujeres, levantarnos con nuestro mejor ataque de Diva y de dignidad de Pato Donald ofendido, que hayamos sabido conseguir y dejándolo comiendo, solo su alma, y recordando a su mamá.
Me pareció inoportuno avisarle que puede ocurrir que después de desarrollar bíceps nuevos y dejar el recuerdo de nuestros huesos queriendo postrarse, posteriormente a correr todos los muebles, para limpiarlos en primera medida.
Detalle que el jamás tomará en cuenta a menos que deba pagar a una asistente para ello. Ubicarlos mejor para la luz, la energía y el ying y el yang, emitan una pregunta con tono solemnemente grave y existencial: ¿solamente eso hiciste en todo el día?
Que si parte de su entusiasta idea comprende que como todas, alguna vez, para que tampoco se haga costumbre, queremos sorprenderlo con algún agasajo siguiendo las recetas de nuestros pasados maestros culinarios, diga uy yo quería churrasco de brontosaurio mariposa con papas fritas.
O peor aún concentrado en el vil metal diga, hoy no tengo hambre o re contra peor, aún, nos diga, pero hoy empecé la dieta. Que por nuevos, la reciente experiencia de pasar la senda de profesional a mujer del hogar, nos despierte nuevas fantasías y apetitos eróticos, podríamos tener el desliz de olvidarnos que ya no tenemos 20 años, e invitarlo a practicar sexo tántrico en la cocina, por citar algún ejemplo, y el nos mire con la misma cara de asombro que pondría si le propusiéramos un viaje a Mercurio y pasar la noche en un telo espacial.
Solo por enumerar algunas vicisitudes propias del ama de casa, estado que presuntamente quiere transitar. Mientras la escuchaba pacientemente y esperaba el momento justo para emitir algún bocadillo con algún comentario, e intentaba ordenarlos en mi cabeza por orden de aparición y menor efecto, como para no desalentarla del todo interrumpió su monólogo y mi elucubración al ver que por segunda vez yo corría entre el living y las hornallas.
Dijo con la misma voz seria con que anuncia las catástrofes: pensándolo bien, no sé si quiero dejar de todo mi trabajo. Ah, suspiré, a mi amiga le devolvieron la cordura.
Solo por evitar males mayores y que no degüelle a nadie que no quiera plegarse a su renovación en el intento de cambiar de estado. Y eso obvió mi disyuntiva de compartir con ella mi propia experiencia con mi casa.
Que por otra parte fue testigo involuntario y forzoso, por ser mi vecina, más de una vez, de los desastres ocasionados en mi hogar dulce hogar o también de las delicias de la vida doméstica y familiar.
De todos modos concluí que como toda experiencia y entre ellas la de ama de casa, es absolutamente intransferible y cada mujer como cada maestra tiene su librito de autoría bajo el brazo, pensé ¿para qué narrarle mi rosario de penurias de ama de casa, casi, full time?
Hizo un pacto consigo misma y acordó multiplicarse y trasmutarse en pulpo para poder trabajar adentro y afuera de casa, otorgándole a esta última parte más relevancia en su vida.
Bien, cómo haría para hacer eso es ya un misterio de la dimensión descocida y harina para de otro costal para otra nota. No se pierda el próximo capítulo.
Otra mujer más para clonarse y cumplir con todas las funciones femeninas. Bienvenida al club, amiga y cuando quieras están a tu disposición los derechos de autor de esta nota. Fuiste mi fuente.
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