En
la clínica de pareja
es muy común escuchar que el motivo de consulta es, según
los cónyuges, la necesidad y a la vez la incapacidad de separarse.
En
general, lo plantean como una decisión tomada (“porque algo se rompió”), y
expresan el deseo de materializar la separación con ayuda del profesional con
el fin de que no sea traumático para ningún miembro de la familia (“porque
quieren separarse bien”).
La
primera pregunta que surge en este punto es si es posible transitar por una
separación sin que ésta implique sufrimiento. Por otro lado, también cabe
preguntarse si “separarse bien” es realmente separarse.
En
algunas oportunidades, la disolución del vínculo se extiende en el tiempo más
allá de lo esperable.
Esto
denota la dificultad para efectuar el corte, que seguramente traería nuevas
posibilidades a cada uno.
Efectuar
el corte implica un trabajo de duelo, que comienza en el mismo momento en que
sienten que “algo se rompió”.
También
implica tomar la decisión y pasar de las palabras a los hechos. Por último,
llevar a cabo el corte, significa pasar a ocupar un nuevo lugar desde lo social
y a tener un reconocimiento
diferente de la familia y los amigos.
Ahora bien, no todas las parejas
plantean esta situación como verdadero corte, como
disolución del vínculo.
Muchas
lo hacen como repetición de otras escenas, donde los reproches y los
malentendidos configuran la
relación.
En
estos casos, la separación nunca es un hecho, sino sólo un “como-si “ que
puede ser causa de sufrimiento a largo plazo para toda la familia.
En estos
casos, resulta de gran utilidad una consulta a un profesional con el fin de
clarificar la situación y prevenir en el seno familiar la aparición de
trastornos psicológicos, que generalmente los hijos se encargan de manifestar
como reacción a la conflictiva de los padres.
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