Vi una película china
que me conmovió hasta las entrañas, llamada El
Hombre De Las Máscaras. Pude disfrutar de un relato visual, magnífico y
estético, propio de los orientales.
Un hombre de sesenta y
pico, abandonado por su mujer, y huérfano de hijos, transita una etapa de la
vida, que es el camino hacia su finitud.
De pronto – y sin
saber por qué- irrumpe en él la necesidad de un cambio… ya no quiere caminar
solo por la vida, necesita un nieto varón, no una nieta, pues por tradición el
sexo femenino es desvalorizado en casi todo el Oriente, no sólo en China.
El
protagonista es un clown que vive modestamente de su trabajo, un artista que había
descubierto una nueva y extraña forma de atraer al público.
Con sus movimientos rápidos,
estéticos y vigorosos, se saca y pone mascaras que él mismo pintó
meticulosamente durante meses.
Estas muestran
distintos estados de ánimo: la tristeza, la furia, el dolor, la envidia, la
alegría, la gula, dibujadas y acompañadas por movimientos corporales que
logran personificarlos.
Hay cierta magia en su
actuación, y una enorme curiosidad del público, que quiere espiar cómo logra
representar tales emociones, valiéndose de máscaras que se pone y saca con
tanta velocidad. El clown esconde su secreto tras una sonrisa, y actúa y actúa
sin parar, hipnotizando y embelesando a su público.
¿Por qué
alguien como este personaje se siente solo, si está acompañado por su arte,
sus máscaras, su humilde barcaza, su mono, el entorno del río, los amaneceres,
las noches, las tempestades, su grupo de pertenencia, su pueblo…?
El
hombre se pregunta en este momento de su vida “¿quién soy? ¿qué hice de mi
vida? ¿cuál es mi proyecto? ¿qué le di a los demás? ¿qué me dieron? ¿cómo
puedo continuar?”
Finalmente, y después
de muchas peripecias, el hombre de las máscaras entiende que más allá de la
cultura, de sus preceptos religiosos, de las enseñanzas transmitidas de padres
a hijos, de descendiente en descendiente, el hallazgo de esa nieta adoptiva,
sensible, compañera, que era capaz de dar la vida por él, podía romper con el
mito de que sólo lo masculino puede ser valioso, y que sólo a través de un
nieto varon se puede trascender, se puede vencer a la muerte.
El necesita alguien que llene su vacío de “abuelitud”, ya no tiene
importancia si este vacío es llenado por una nieta, pues logra entender que
ella puede heredar toda su sapiencia, su creatividad, y este hombre tan
primitivo, con un bagaje histórico tan rígido, logra romper el mito y aceptar
en su barcaza y en su vida a una nieta adoptiva a quien transmitirle su arte.
Abuelo y nieta crecen
como artistas y como familia. La barcaza se embellece porque la vida se
embellece.
El abuelo y la nieta
transitan juntos, tomados de la mano, la nueva vida, sembrada de belleza,
regalando su arte a todo aquel que lo necesita, convirtiéndose, por fin, en la
familia tantas veces soñada.
El
abuelo y su nieta… su nieta y el abuelo.