Pedro Fígari (II Parte)

“Hasta para imitar, hasta para esto seria menester que nos detuviésemos a determinar cual es el arquetipo a que hemos de ajustarnos, porque el imitar sin plan, es decir, sin saber por que ni para que lo hacemos, sería inexcusable”.

En esta
segunda y última nota, me dedicaré a Pedro Fígari – abogado, periodista,
legislador, funcionario, político, educador, filosofo- Este Pedro Fígari, el
que había quedado en Montevideo a partir del 21 de junio de 1921 con su primera
exposición en la galería de Federico Müller, en Buenos Aires, llegado tardíamente
a la pintura ya con sesenta años de edad. Pero sin ocuparme de este, no
entenderemos a aquel.

El otro
Pedro Fígari, hijo de inmigrantes genoveses, nace el 29 de junio de 1861, elige
la carrera de leyes y obtiene, en 1885, el doctorado en jurisprudencia con una
tesis acerca de la ley agraria, donde definiría las pautas de la acción y
pensamiento, luego llevadas al arte: el interés social, la necesidad de
estudiar y saber las características propias, locales, para no caer en la
adopción ciega de modelos y normas ajenos, la confianza en el ser humano y la
pasión  de América.

En 1889,
se suma el partido Colorado dentro del sector liberal que lidera José Batle
Ordoñez. Pero  será el derecho
quien lo lanzará a la notoriedad. En 1895, es asesinado Tomás Butler, persona
perteneciente al opositor partido Blanco (ó Nacional), produciendo gran conmoción
y se entiende que el crimen ha sido un móvil político.

Fígari
se encarga de la defensa del acusado, Enrique Almeida, alférez del ejército,
quien proclama su inocencia. Tres años y medio 
lucha Fígari, desarticulando las anomalías del proceso y las falsas
evidencias, logrando la absolución de Almeida por falta de pruebas. No pudo
demostrar su inocencia, pero si su inculpabilidad.

El caso
Butler-Almeida, dedica Fígari un libro con el título de “Un error
Judicial”, declara “estaba a mi cuidado la causa más hermosa en
interesante, no ya  de la vida
forense, sino de la humanidad misma: “la inocencia desconocida”. Se trata,
también, de un meditación sobre las circunstancias sociales, el funcionamiento
de las instituciones, los prejuicios y el conservatismo de las ideas, las
intrigas del poder, los abusos de la prensa, las irregularidades administrativas
y  jurídicas y la injusticia como atentado a la condición
humana. Supera así los límites de la abogacía para dar un gran aporte al
establecimiento del Estado democrático y la soberanía popular en el Uruguay.

Su labor
parlamentaria como diputado nacional que se sucede entre 1897 y 1905 daría un
nuevo aporte y a instancia de su amigo el presidente Batle y Ordoñez, hace
campaña a favor de la absolución de la pena de muerte. El gobierno plantea al
Congreso la anulación de la pena de muerte y la Ley fue sancionada en 1907 (en
la Argentina fue derogada en 1921).

Importante
como fueron -para su época- estas realizaciones de Fígari, también 
lo fue y en mayor grado, su obra en materia de educación 
que se extendió hasta 1917. Desde su banca de diputado, propone en 1900
la creación de la Escuela de Bellas Artes, declara: “Hoy en día una
necesidad moral, más que un lujo”.

Ambiciona
un centro de enseñanza de los derivados de la pintura y escultura: la
escenografía, la decoración en sus infinitas variedades y sus múltiples
aplicaciones a la industria, el afiche, la litografía, los cincelados, el
grabado, la ebanistería, etc.

Se trata,
en suma, de aplicar el arte a la industria, una modalidad “perfectamente
encuadrada en el movimiento  moderno,
que tiende en todas partes a universalizar el arte”.

Su lucha
radicaba en modificar la antigua Escuela Nacional de Artes y Oficios, para
formar una escuela libre, formar “obreros-artistas”, capacitados para
distinguir y juzgar por si mismos y no simples manuales, autómatas. Completar
de este modo, la cultura del país y no tributarios de otras civilizaciones, que
la cultura del país: “encuentre dentro de sí, los elementos y recursos
necesarios para determinar su propia individualidad moral”.

La
iniciativa de 1900, reiterada en 1903, no obtendrá sanción parlamentaria. Pero
Fígari vuelve sobre ella en 1910, cuando es designado miembro del Consejo de la
Escuela Nacional de Artes y Oficios, sus planes fueron rechazados y opta por
renunciar.

Para Fígari
la instrucción industrial debía ajustarse a las necesidades de la región, a
seleccionar antes de asimilar, hacer que nuestra materia prima sea manufacturada
por la mano de obra del propio país y no por el ingenio de otros pueblos.

Es una
formidable revolución la que ambiciona al promover la “Escuela Pública de
Arte Industrial”, ese anticipo latinoamericano de la Bauhaus.

A
comienzos de 1915, envía al gobierno un memorándum acerca de la enseñanza artístico-industrial,
y al tiempo es nombrado director de la Escuela Nacional de Artes y Oficios, para
poner en práctica sus teorías en la materia. En el período 1915-1917, Fígari
y sus colaboradores transforman al antiguo, despótico centro de enseñanza, en
un órgano moderno, libre y productivo.

Desinteligencias
con el gobierno a raíz de su “Plan General de Organización del la Enseñanza
Industrial”, presentado a comienzos de 1917, desencadena su renuncia y en
buena medida, determinan sus entrega definitiva a la pintura.

Su
primera reacción fue irse del Uruguay y radicarse en París, solo podrá
hacerlo tres años y medio después, cuando se instale mucho más cerca, en
Buenos Aires.