Los tiempos han cambiado, y mucho. Hoy en día, los padres pasan largas horas fuera de su casa a causa de sus obligaciones laborales, mientras que sus hijos son más bien criados por la televisión e Internet, medios que le muestran un mundo del que la mayoría de sus padres no tienen mucha noción.
Por ello, no es extraño que entre estos jóvenes y sus padres exista en ocasiones un abismo, especialmente en lo que se refiere a la comunicación.
Por eso mismo, para evitar que ese espacio se ensanche hasta límites irreversibles, los expertos recomiendan poner límites claros y hablar muy honestamente, desde temprano y de forma regular.
Con todo, no sería raro que muchos padres sientan que están hablando con un marciano cuando tratan de comunicarse con sus hijos adolescentes. Y viceversa.
A veces, en medio de las fuertes emociones que se generan en una discusión, o incluso en una charla casual cómo cualquier conversación diaria, cierta broma que para alguno de los dos puede ser algo menor, para el otro puede realmente parecer una ofensa que no aceptarían recibir.
En realidad, no es que los padres y sus hijos adolescentes no puedan comunicarse, sino que la distancia que los separa es a menudo difícil de salvar.
Los padres tienen suficientes problemas buscando recordar donde dejaron las llaves del coche, o si pagaron la factura del teléfono este mes, y no disponen de tiempo como para recordar cómo se sentían cuando eran adolescentes; sus hijos, por su parte, pueden encontrar directamente imposible imaginarse como es vivir sumido en las obligaciones diarias que implican mantener un trabajo y una casa.
Según afirman los especialistas, cuando los hijos llegan a los 17 o 18 años, ya son evidentes los mayores puntos de confrontación con sus padres, pues, de hecho, los chicos en esa edad ya han tenido en más de una oportunidad ásperas discusiones con sus progenitores.
Llegado este punto, se debe saber que, mucho más que la comunicación en si misma, importará la firmeza y el control (esto mismo puede suceder con las chicas y sus madres).
Sin embargo, para evitar llegar a estas situaciones, la comunicación y la negociación pueden ayudar mucho, y de hecho también podrían ser útiles para atemperar el calor de la discusión. Pero para saber como poner en práctica la comunicación, es necesario conocer como piensa quien se encuentra del otro lado.
Por eso, le presentamos cinco casos comunes de choques entre padres e hijos adolescentes, junto con un comentario sobre los que verdaderamente se piensa y por qué. Y, por su puesto, lo que podría hacerse, como padres, para llegar al mejor de los finales.
Situaciones comunes y cómo manejarlas
Un chico quiere salir de noche con algunos amigos, pero su padre no quiere darle permiso.
El padre: ¿Hay algún adulto que los acompaña? ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué estarán haciendo a esta hora? ¿Qué sucedería si los asaltan o tienen un accidente?
El hijo: Estos son mis amigos. Sabemos lo que hacemos. Yo no soy un bebé. ¿No confían mis padres en mí?
Los adolescentes están en una etapa complicada, en donde no son chicos pero tampoco son adultos, por lo que a menudo están en una posición donde quieren ser tratados como adultos pero no quieren tomar la responsabilidad que ello trae consigo.
Aquí, la respuesta de los padres debe ser que no es que no confíen, sino que sólo buscan cerciorarse de que una persona responsable estará con ellos para el caso de que haya una emergencia.
Tampoco sería mala idea que consulten con los maestros de sus hijos si ellos los creen responsable para ciertas actividades, y con lo adolescentes mismos para ver si están dispuestos a describir con todo detalle lo que piensan hacer y cómo planean mantenerse en contacto.
Si existen recaudos, dejarlos tomarse buenos momentos con sus amigos puede ser lo más beneficioso para ambos.
Pero en este caso concreto, si la salida consistirá simplemente en grupo de niños sin ninguna supervisión adulta, especialmente hoy en día, donde existe mucha delincuencia, lo mejor sería ser firme y prohibirlo.
Y si después de que los padres le nieguen el permiso, el chico se despacha con algo como "¿que es esto, un campo de prisioneros?"
Usted podría quizás decir, "Sí, si lo necesitas ver de esa manera. Serás libre en unos pocos años, pero en este momento vives en esta casa y bajo estas reglas".
La madre o el padre le dicen a la hija que debe limpiar su cuarto, pero luego encuentran que la joven apiló todo de forma totalmente desordenada en un oscuro rincón del armario.
Padres: Nosotros no podemos aceptar la manera en que ella mantiene su cuarto. ¿No le importa nada de que nosotros querramos tener una casa agradable y ordenada? ¡Es muy irrespetuosa!
Hija: Estoy demasiado ocupada, y no tengo tiempo de limpiar mi cuarto ¡Pero de todos modos, es mío así que no sé por qué debería importarle a ellos!
Según los expertos, existen muchos diferentes enfoques para tratar este conflicto. Uno de ellos sería diciendo al hijo que, después de todo, ese es su cuarto, por lo que si quieren mantenerlo hecho un lío, será problema de ellos, pero que no pidan que la “mucama” entre en ningún momento.
Otra táctica, que de todas formas puede no funcionar para todos los padres e hijos, será tener una postura igualmente conciliadora y reconocer que ambos conviven y todos son responsables en parte de todo, por lo que podrá proponer ayudar a limpiar el cuarto del chico si él lo ayuda a limpiar el auto.
Esta última propuesta, llegará también a ser, por lo menos, un proyecto conjunto y una oportunidad de mantener una conversación, pues muchas veces, esta clase de tareas compartidas brinda un momento propicio como para ir más allá de la simple obligación de la tarea.
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