Una de las cuestiones más importantes en nuestra vida es cuidar y multiplicar nuestros afectos; ser cariñosas y atender a las personas que amamos para que, a su vez, seamos atendidas y queridas.
El psicólogo Ángel Roca Perara, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, tiene el criterio de que muchas veces la costumbre y el desgaste cotidiano vencen la ilusión.
Entonces, los antes amorosos amantes ya no se besan, desconocen los más íntimos deseos de su pareja; ni siquiera preguntan y de igual manera tampoco piden gratificar los propios.
Quizás porque esperan una negativa o una formal complacencia que tal vez sea peor. Las fantasías se acaban y el repertorio de intercambios verbales en torno al ámbito erótico llega a su mínima expresión.
Cuando se alcanza este punto, se está muy cerca del fin del amor, y se aterriza en un matrimonio árido, sin los chistes cómplices que tanto mitigan los conflictos, el cansancio del trabajo y las luchas de la vida. De a poquito, se entra en una rutina perneada por el agotamiento, como cuenta Isabel, una maestra retirada:
“ Son 30 años de matrimonio, y en vez de estar feliz por haber pasado tantos años junto a un hombre bueno, que aún está a mi lado a pesar de mi mal genio y mi obesidad, me siento triste.
Casi 20 pasamos criando a tres hijos varones, pero ahora los chicos se fueron de casa, viven su propia vida, pero yo no logro vivir las mía. Darle algún ritmo a mi matrimonio, sino a compás de salsa, al menos de danzón.
Parece que cuando se descuida el matrimonio, no se mantienen ciertos cuidados como vacacionar solos de vez en cuando o mandar a los niños a casa de la abuela, el espacio entre él y tú termina por llenarse de telarañas. Y ahora no hallo el plumero para deshacerlas.”
La moraleja de la experiencia de Isabel queda clara: La primera razón de existir de una pareja es su comunidad, su íntima satisfacción –independientemente de los hijos–y si esta se acaba, todo lo demás es formal.
Muchos desencuentros y rupturas se pueden evitar poniendo atención y dedicando tiempo a nuestra pareja, especialmente buscar siempre la manera que fluya diáfano el intercambio, tanto verbal como afectivo.
Cuando la comunicación forma parte del código de la pareja, y gracias a ella se comprenden, respetan; no se agreden ni se lanzan dobles mensajes contradictorios, pueden escucharse, es obvio que esto favorece un mejor desempeño sexual de ambos.. Un buen día en armonía, facilita en la noche un gran encuentro sexual.
Cuando hay desavenencias, fricciones propias de todo matrimonio, es mejor ventilarlas en algún sitio fuera de la casa, donde el propio hecho de permanecer en público, contenga las emociones y no se desaten las soberbias.
No es recomendable usar el lecho como ring de boxeo. Algunas parejas se injurian en la cama y luego queda en el recuerdo de ambos esos malos momentos.
En la cama, solo debe crecer el amor.
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