Durante
la segunda mitad del siglo XVIII la creciente secularización engendró un
enlace entre la misa católica y la sinfonía, con notables ejemplos de Michael
y Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Luigi Cherubini.
La Missa Solemnis
(1823) de Ludwig van Beethoven, demasiado larga para un uso litúrgico, creó un
precedente para numerosas adaptaciones de misas y misas de difuntos durante el
siglo XIX, de la pluma de Hector Berlioz, Franz Liszt, Giusseppe Verdi, Antonin
Dvorák, Anton Bruckner y otros, más apropiadas para la sala de conciertos que
para actos litúrgicos.
Los
trabajos menores para el culto cotidiano pasaron a manos de compositores de
segunda fila y la creatividad sufrió una decadencia generalizada.
La excepción
fue la abundancia de nuevos trabajos de dimensiones reducidas: melodías de
himnos y arreglos de salmos producidas por compositores como la familia británica
Wesley, Charles Stanford y Hubert Parry.
El
siglo XX ha sido testigo de un renacimiento de la música religiosa, con
aportaciones originales y sorprendentes de compositores importantes como Ralph
Vaughan Williams, Zoltán Kodály, Ígor Stravinski, Benjamin Britten y Michael
Tippett, así como otras obras creadas por muchas figuras de menor relevancia.
Entre los cambios principales destaca la introducción en 1980 del Libro de
servicios alternativo para los anglicanos, y la adopción de liturgias vernáculas
por parte de los católicos.
Si bien ello supuso nuevos problemas al desplazarse
de esta manera el repertorio tradicional, también ha supuesto nuevas y
emocionantes oportunidades para los compositores.