El
conflicto está planteado y más allá del anonimato, ambos personajes son
reflejos de miles de historias cotidianas. Historias que no hacen más que
mostrar el deseo de una madre por ver reflejado en su hijo o hija adolescente,
una pretensión propia sin tener en cuenta el objetivo del otro… el ¿qué
querés hacer? o el ¿qué te gustaría ser?
Un
hilo fino divide dos mares inmensos: ¿cuándo
un adolescente puede comenzar a planificar su futuro sin la opinión de los
padres y cuando es necesario guiarlos indefectiblemente?.
En
medio de ello, el opinar demasiado firmemente puede causar una
barrera difícil
de levantar desde el lado propio si el momento de “acompañar” ya ha
llegado; en cambio, si aún es necesario ese apoyo, el “callar” puede ser un
motivo de alejamiento con respecto al joven que podría sentirse desamparado. ¿Cómo
darse cuenta?
Generalmente,
al momento de elegir una carrera a futuro, es un buen momento para
“negociar” con el adolescente sobre el camino a seguir. Existen miles de
casos de jóvenes frustrados por estar estudiando en carreras “por que mis
padres querían que estudiase esto”.
Lo más aconsejable es charlar sobre sus
gustos y tratar de trazar una línea a seguir… ¿qué te gustaría ser? ¿trabajando
de que y como? para poder establecer dentro de esos parámetros, que carrera es
específicamente la más apropiada.
Algunos
padres “dominantes” creen que la carrera elegida para
sus hijos es la mejor,
porque simplemente, si así no fuera, el hijo se los diría. Sin darse cuenta
que efectivamente, su hijo se lo está diciendo, con el miedo lógico de
enfrentarlo, a través de actitudes como el rechazo en ciertos temas de
conversación, en las actividades que realiza en su tiempo libre, etc.
En
este tipo de casos, se dan numerosas reacciones, que terminan hasta con el
suicidio causado por la impotencia de no poder ser lo que se quiere ser.
Mi
hijo es mi nueva oportunidad
Algunos
especialistas etiquetan a este tipo de sucesos, como la “segunda
oportunidad”, explicando que los padres ven en sus hijos la
prolongación de sus vidas, e intentan completarlas tratando de decidir por los
jóvenes como si fueran por ellos mismos, incluyendo en este conflicto, el hecho
de atribuirse derechos ajenos e influenciando en la subconciencia, “obligando
moralmente” a quienes se sentirán con algún deber innegable hacia sus
padres:
-“A
mi me hubiera encantado estudiar contabilidad pero por cuestiones económicas no
pude hacerlo… ahora que vos podes, aprovéchalo!!”
-“Estudio
abogacía porque mis viejos se mataron para pagarme esta universidad, no puedo
fallar”
-“Mi
mamá siempre quiso ser bailarina… yo tengo que cumplir su sueño”
En
las actividades opcionales, también se ve este tipo de conflicto:
-“Ya
lo traigo para que vaya aprendiendo a jugar… mi sueño siempre fue poder ser
profesional”
Cuidado
con las presiones
Y
las presiones que se transmiten son muchas. Pero el conflicto no sólo es
vocacional: “algunos padres traen a sus hijos a instruirse en la practica del
deporte y por su propia cuenta comienzan a modificar sus dietas para favorecer
el crecimiento de sus físicos como si fuesen deportistas profesionales,
alegando que eso los va a ayudar a
poder ser mejores deportistas, incluso en edades en que sólo deben practicar
por diversión”, explica un profesor de fútbol infantil.
En
otros casos, los padres eligen que la “vocación de sus hijos” (mejor dicho
la de ellos), debe interferir todas sus actividades y los sacan del colegio o
los hacen viajar al exterior para “mostrarlos” como si fueran un producto
llamado “talento” que tiene una función robótica que cumplir, programada
en el cien por ciento de los casos por sus “dueños”, sus padres.
Para
quienes piensan de esa manera, sólo se puede aconsejar una cosa, intenten
programarlos con el siguiente mensaje “sean felices y háganlo de la manera en
la que ustedes quieran y puedan”. No son parte nuestra, son individuos y así
deben vivir.
O, como decía Khalil
Gibran, “tus
hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida…”.