¿Qué es esa cosa llamada libro? Parte 2

Ahora, más que nunca, sabemos que un libro no consiste en 500 gramos de papel y 50 gramos de tinta.

 

 

Por
el contrario, en las modernas revistas científicas y en las presentaciones en
congresos (de 15 o 20 minutos) los científicos citan solamente los últimos
resultados obtenidos en su área de trabajo y publicados en journals especializados,
y exponen el problema abordado, la metodología, y los resultados.

 Quien no se
atiene a este protocolo, quien no respeta estrictamente las reglas de citado y
los formatos de exposición, es excluido, pierde su voz y voto en la discusión
académica. El formato paper ha transformado la forma de hacer ciencia, y
el contenido del pensamiento científico.

Estas
consideraciones sobre el formato podrían hacerse a propósito de muchos fenómenos
de nuestra vida cotidiana, tales como los flashes informativos de la
televisión, o los banners publicitarios de los sitios web.

La conclusión
será, en cada caso, que la forma y el contenido se modifican el uno al otro;
que los formatos impactan en nuestro modo de pensar (de paso: eso es lo que hace
a Microsoft Corporation tan poderosa, y a su monopolio tan amenazador).

Vivimos
en la era de la información desperdigada en millones de canales y codificada en
los lenguajes naturales y artificiales más diversos. Las imágenes se
multiplican, los textos se fragmentan, los mensajes se reproducen viralmente. Tras
tanto copiar y pegar, ya no se sabe dónde está la voz del autor.

No es fácil
determinar el responsable de lo que usted lee ahora, quién sabe en qué
soporte, en qué formato, en qué protocolo.

Regresando
a la pregunta del título, advertimos ahora que, en plena posmodernidad, el
libro (en papel o electrónico) nos conecta con una experiencia de la
(supuestamente) ya superada era moderna. Al leer un libro, nos sometemos, por un
período de tiempo más o menos prolongado, a la letra y la voz de un
escritor
.

Alguien firma, alguien con la autoridad del autor se hace
responsable de la obra. Ponemos nuestra realidad entre paréntesis y nos
sumergimos en el mundo de su ficción, en la música de su poesía, o en los
argumentos de su ensayo, según sea el caso.

La mayoría de los buenos libros se
presenta de este modo, como una unidad de sentido, como una textura con
coherencia interna, que exige nuestro tiempo y nuestro trabajo para cosechar lo
que alberga (razonamientos, emociones, belleza, conocimiento).

Y
se obtiene así un efecto mágico. Esta magia es incluso muy anterior a la
modernidad, puesto que ya caracterizaba a los libros de la antigüedad, como por
ejemplo la Ilíada o los libros del Antiguo Testamento.

Esas palabras, esas
marcas que han vencido al tiempo y la distancia, que han viajado desde el autor
hasta nosotros, nos afectan, nos hacen sentir y producen sentido. Eso es un
libro.

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Fuente:
www.librosenred.com