El día en que murió mi amiga de la infancia Leticia, escribí una poesía y la largué al aire en mi programa radial. Murió de un infarto, sin darme la posibilidad de despedirme.
Esta poesía me sirvió para sentirme mejor. Lo hice como si yo creyera que, de alguna manera, mi mensaje llegara a ella. El que me escuchó se habrá quedado pensando que era una simple licencia poética o yo, realmente, creía eso.
Si me hicieran tal pregunta no podría contestarla. ¿Quién sabe? Pero sí puedo comentarles el alivio que sentí al largar al aire mi improvisada poesía.
Sí puedo contarte lo feo que es no poder decir adiós. Los duelos que por una muerte accidental de los seres queridos se quedan así, como en suspenso…
Como psicóloga sé lo difícil que es para un paciente elaborar una muerte después de que fuera imposible despedirse. Un infarto, como en este caso.
Una hipertensión fulminante. Un accidente automovilístico. Muertes “relámpago” que dejan a nuestro sistema psíquico con más dificultad de poder elaborarlas. Si pensamos como murió suspiramos aliviados. “No sufrió” “No sintió nada” No tuvo que sufrir una enfermedad degradante como, por ejemplo, el cáncer.
Pero ¿Qué sucede con nosotros? Pensamos: “Ojalá lo hubiera sabido”, debería haberle dicho tal o cual cosa.
Pese a lo que el común de la gente cree, los duelos son más fáciles de elaborar cuando hemos tenido una buena relación con la persona fallecida. Pienso en mi amiga.
Fuimos buenas la una con la otra. Nos dimos paz y ayuda mutua. La extrañaré, notaré su ausencia, pero como mi relación era buena, me puedo despedir de ella más fácilmente. Y todas nuestras vivencias pasan a formar parte de mi propio yo.
Freud dice: “La sombra del objeto cae sobre el yo” Queriendo significar que nos identificamos con las cosas que nos interesan de esa persona que ya no está en este plano.
A su vez, todo lo bueno, pasa a forma parte de nuestro objetos buenos internalizados. En el caso de los duelos de personas con las que tuvimos relaciones de afecto positivo.
En cambio, los duelos más difíciles son los que están teñidos de ambivalencia. Aquellos que murieron nos suscitaban una mezcla de amor y odio al mismo tiempo.
Entonces, el duelo va a acompañado de otros sentimientos agregados a la simple despedida. Y a veces, se agrega la desesperanza por lo que fue y no pudo ser. Mientras vivía había una esperanza de que esa relación difícil con tu padre pudiera mejorar.
Todavía hubiera sido posible que tu esposo no fuera tan tacaño en la expresión de sus afectos. Todavía podía ser posible el verdadero encuentro con el otro tan deseado, tan añorado. Ahora ya no queda la posibilidad.
Papá ya nunca podrá decirte aquello que necesitabas tanto que te dijera. No pudiste reconciliarte con tu hermana antes de que muriera.
En estos casos los duelos dejan una sensación de desesperanza, de impotencia. ¿Y porqué no?… muchas veces de bronca. “¿Cómo pudiste ser tan malo?” “¿Porqué me hiciste tanto daño?”
Otras veces, te queda un desgraciado sentimiento de culpa. Este sentimiento es directamente proporcional con la bronca que sentías. “Debería haberlo visitado más”. Debería haber hecho esto o aquello. No debí haberle dicho eso.
Es clásico el ejemplo de las viudas. Cuanto mejor fue la relación de pareja, más fácil es que puedan tener un segundo matrimonio.
La gente comenta ¿Es que no amaba a su anterior esposo? Y no es así. ¡Sí lo amaba! Y fue tan buena su relación que, ahora, esa persona da un voto de confianza absoluta a otra relación.
En cambio, los viudos que han tenido malas experiencias, muchas veces, se niegan rotundamente a formar otra pareja. Anclados en un duelo difícil. Desilusionados de aquel intento fallido, no les interesa volver a probar.
Por Silvia Cueto
Psicóloga Clínica
http://www.gracielasilviacueto.com.ar
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