Si
alguien nos gusta mucho y cuando hablamos con él o ella nuestras rodillas
flaquean, sentimos mariposas en el estómago y apenas podemos balbucear algunas
frases incoherentes, todos nuestros amigos nos dirán que estamos enamorados.
Pero
desde la actividad científica se ensaya otra respuesta. De acuerdo a algunos
investigadores, el amor equivale a una sobredosis hormonal, que es la que
dispara todas las reacciones (pupilas dilatadas, transpiración profusa,
incremento de la temperatura corporal y del ritmo cardíaco, etc).
Para ser
más precisos, lo que el cuerpo experimenta en esos momentos es una alta secreción
de un químico llamado feniletilamina (FEA), una molécula orgánica que
contiene nitrógeno y se halla en el cerebro. Comúnmente conocida como la
“molécula del amor”, es un estimulante natural similar a una anfetamina.
Pero vaya molécula: se sospecha que a ella se debe la excitación que sienten
las personas enamoradas.
Bailando
con la más FEA
La teoría
que esgrimen los científicos afirma que la producción de feniletilamina (FEA)
en el cerebro puede ser disparada por cosas tan básicas como una profunda
mirada a los ojos o un simple rozar de manos. Las sensaciones más
embriagadoras, como el sudor excesivo en la palma de las manos, el pulso
acelerado y la respiración agitada son explicadas clínicamente como un caso de
sobredosis de FEA.
No es
una explicación muy romántica, ¿cierto? Pero eso no es todo: los
investigadores han dividido lo que conocemos como amor en tres etapas. Y en
todas ellas intervienen factores químicos de manera más decisiva que la magia
del amor.
En
el principio fue el deseo
El
deseo, o la lujuria, responden primordialmente a la testosterona, la hormona
“masculina”. Esta hormona es de vital importancia tanto en los hombres como
en las mujeres. El cuerpo produce testosterona si nuestra alma conecta con la de
otro en la sintonía del amor. Es que los niveles altos de esta hormona van de
la mano con la pulsión sexual.
El síntoma
de las palmas sudorosas es causado por un incremento de la presión sanguínea,
lo que muchos llaman un pico de adrenalina. Esto tampoco es producto del amor
puro, sino de otra hormona, la noradrenalina. La existencia elevada de esta
hormona en el cuerpo provoca excitación sexual y una “elevación” del
humor, y hace que nos sintamos seguros y a gusto cuando compartimos momentos con
la persona que consideramos especial.
También
provoca la contracción de las venas en los órganos sexuales, para contener la
sangre que permite la erección. Estos efectos de la noradrenalina derivan de su
función neurotransmisora. A nivel hormonal, interviene directamente en la
regulación de los niveles de adrenalina en el cuerpo. La secreción de
noradrenalina induce a un incremento de la adrenalina en sangre hasta alcanzar
niveles similares a la primera.
La
adrenalina incrementa la presión sanguínea, acelera el ritmo cardíaco y hace
que respiremos más pesadamente. La alta presión sanguínea provoca los rubores
de las primeras etapas del enamoramiento, mientras que la respiración más
profunda lleva a oxigenar más el cuerpo, dándole más energía y provocando a
veces una “sobredosis de oxígeno”, uno de esos momentos donde nos sentimos
flotar. ¿O era eso lo que llamábamos estar enamorados?
Pero no
todo es color de rosa: los peligros de las sobredosis se aplican en todos los
casos. Se ha comprobado que niveles demasiado altos de noradrenalina provocan
emociones negativas, como ansiedad y pánico. Y algunas variantes de la
esquizofrenia también se vinculan a cantidades industriales de esta traicionera
hormona.
Cuando
pasó el terremoto, se impone la atracción
¿De qué
hablamos cuando hablamos de atracción? Según la desencantada visión científica,
de un alto nivel de dopamina (neurotransmisor también activado por la cocaína
y la nicotina), noradrenalina, acompañado de una baja existencia de serotonina,
otro neurotransmisor muy importante en todo este proceso.
La
secreción de FEA inicia una reacción en cadena química en el cerebro. El
efecto primario de la FEA es estimular la secreción de dopamina, un
neurotransmisor que tiene el efecto de hacernos sentir bien, relajados. La
dopamina, que es bastante parecida a la adrenalina en muchos aspectos, afecta
los procesos cerebrales que controlan el movimiento, la respuesta emocional y la
capacidad de experimentar dolor o placer.
La
secreción de dopamina, siempre estimulada por la FEA, induce un proceso de
aprendizaje positivo en el cerebro, que es el responsable último de transformar
lo que antes era un simple deseo con fines sexuales en algo mucho más profundo.
La dopamina refuerza el impulso que repite el estímulo, y así nacen las
relaciones. También estimula la producción de ocitocina, a la que también se
conoce vulgarmente como “el químico de los mimos”.
Los
lazos afectivos, la última etapa
La
ocitocina, entonces, es responsable del último estadio del amor: el nacimiento
de los lazos afectivos en una pareja. Se cree que este químico es liberado por
el cuerpo principalmente durante los momentos del parto y del amamantamiento de
los recién nacidos.
Al ser
estimulados en el parto, los receptores de ocitocina disparan la contracción
del músculo uterino. Debido a que los niveles de ocitocina se mantienen altos
durante el parto, el músculo uterino se mantiene contraído hasta que el feto
sale al mundo. Sin embargo, las contracciones del útero durante el parto no son
el único momento en que este químico es protagonista. También causa las
contracciones musculares en las mujeres durante los orgasmos.
Por otra
parte, la ocitocina promueve las conductas maternales, que son la razón por la
que nos mantenemos unidos a nuestra pareja luego de que los signos de las
primeras etapas del enamoramiento ya no son tan evidentes. Los efectos de la ocitocina no se limitan a las mujeres. En los hombres, las concentraciones de
este químico polifuncional propician la erección y aceleran el impulso
eyaculatorio.
Aunque
también esta hormona tiene efectos no deseados si se concentra en exceso: puede
llegar a inhibir la actividad sexual. El período en el cual los hombres no
pueden recobrar la excitación sexual–inmediatamente luego de la eyaculación– en buena parte es producto de las
grandes cantidades de ocitocina que ingresan al torrente sanguíneo. Como último
efecto a mencionar, la ocitocina puede también inducir el sueño cuando se
encuentra acompañada de otra hormona, la vasopresina.
Juntos
para siempre
La
reacción en cadena de químicos que originalmente indujo la FEA también trae
aparejada la secreción de un químico llamado vasopresina. Esta hormona, como
todas las otras, es liberada durante los períodos de actividad sexual, y uno de
sus efectos principales es incrementar los niveles de agresión.
La
vasopresina es también conocida como la “hormona monogámica”, debido a que
se encuentra en grandes cantidades en unos roedores, los perros de la pradera.
Antes de copular, a este roedor macho lo atraen todas las hembras por igual.
Pero luego de la cópula, y ya bajo los efectos de grandes cantidades de
vasopresina, sólo tiene ojos para una sola hembra, volviéndose totalmente
indiferente a las demás. También desarrolla una actitud muy agresiva hacia el
resto de los machos, lo que puede entenderse como el comportamiento de un marido
celoso.
En los
humanos, se requieren niveles mucho menores de vasopresina para conservar la
monogamia. Quizás dentro de poco las compañías farmacéuticas vean la veta
comercial y salgan con una nueva solución para los maridos (o las esposas)
infieles: vasopresina en grageas. Será el último paso para desencantar el
misterio del amor.
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