Que el cerebro humano envejece, de la misma forma que el resto del cuerpo en cumplimiento a la ley de la entropía, que refiere que todos los organismos tienen una existencia limitada de acuerdo a su especie, es algo que nadie cuestiona.
Normalmente, las células pueden dividirse un número determinado de veces; en la raza humana esta división es de entre 50 a 90 veces, cumplido lo cual las células mueren dando inicio a un proceso denominado senescencia, que se advierte por que el tejido muscular pierde su tonicidad, el tejido conjuntivo se torna fláccido al vencerse su límite elástico, las arrugas de la piel aparecen, los huesos pierden consistencia, y la visión y la audición disminuyen. Y todo esto, pese a que la persona en general se muestre sana.
Afortunadamente, la memoria depende de dos partes del cerebro, el hipocampo que es la estructura encargada de la formación de nuevos recuerdos y la única parte del cerebro que se creía que a lo largo de toda la vida tenía capacidad para seguir produciendo nuevas neuronas; y de otra zona: la corteza cerebral, que almacena la información que produce el hipocampo formando la memoria, pero sin capacidad para autoregenerarse, de acuerdo a criterios ya superados.
Lo anterior, en apariencia explicaba porque se consideraba normal que en la vejez se recordara lo lejanamente aprendido, pero no se tuviera ni remota idea de lo que se hizo el día anterior ya que se asumía que la corteza cerebral no almacenaba información nueva.
Hoy se sabe, que el cerebro en condición saludable puede generar nuevas neuronas tanto en las zonas de formación como en la del almacenamiento de recuerdos, lo que implica que no se pierde la memoria ni la posibilidad de aprender nuevas cosas, salvo que se padezca una enfermedad neurodegenerativa como el Alzheimer, demencia senil, mal de Parkinson, u otra, que evite la formación de nuevas neuronas y la sinapsis o interconexión entre ellas, o que a resultas de un accidente vascular o un fuerte golpe tenga lugar la muerte cerebral en una o ambas zonas.
De acuerdo a los estudios de no hace más de una década, al llegar a la vejez alrededor del 15% de nuestras células cerebrales, las neuronas, desaparecían.
También, en apariencia, el volumen cerebral disminuía y se presentaba pérdida de la memoria.
Pero, lo que no se había establecido es que ambos casos ocurrían, únicamente, en presencia de una causa determinante: una enfermedad neurodegenerativa, un traumatismo o factores biopsicosociales, entre los que se incluyen la mala alimentación y el no practicar ejercicio.
La pérdida de neuronas, en presencia de una causa determinante, se compensa con la proliferación de dendritas que son extensiones elásticas de las propias células cerebrales que se conectan entre si, para evitar que la memoria se deteriore totalmente.
Es la manera en que el cerebro se defiende, hasta que llega un momento en que las dendritas no pueden estirarse más y mueren, con lo que la enfermedad mental se desarrolla sin cortapisas.
En síntesis: si hay salud las neuronas no mueren y al contrario, se reproducen; y la corteza cerebral no reduce su volumen, sino que aumenta.
La pérdida de la memoria entonces, es a efecto de una causa determinante, una patología; la vejez en cambio es un proceso Fisiológico que solo afecta al cerebro, si uno o varios órganos –debido a enfermedad u otros factores- provocan que no reciba el aporte nutricional para la proliferación neuronal.
Entendiendo por envejecimiento un declinar del ser vivo, desde la perspectiva funcional, un cerebro sano no envejecería jamás.
Esto quiere decir, que una persona que llega a la vejez no necesariamente pierde la memoria y si esto ocurre, implica que es una disfunción la que lo está propiciando.
Por Dr. Pedro Pablo Trueba
Médico especializado en psicología clínica y neurociencias
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